La segunda vez con mi cuñada, hechos reales que se le agregaron picor y sabor al lrelato para que ustedes lo disfruten.
"La segunda vez"
Un fin de semana mi novia y su familia salieron de viaje. Ella me pidió un favor antes de irse: que me pasara por su casa a ayudar con algunas cosas y ver si Gaby —su hermana (mi cuñadita), que se estaba quedando por la universidad— necesitaba algo. Me dejó las llaves sin pensarlo demasiado.
Pero yo sí lo pensé. Desde lo que había pasado en el auto con Gaby, la idea de volver a verla a solas me daba vueltas por la cabeza como una obsesión. Antes de ir a su casa, pasé por la farmacia… por si acaso. Uno nunca sabe.
Llegué a la casa y todo estaba en silencio. Toqué la puerta, y desde dentro escuché su voz:
—¡Está abierto! Pasa.
Pasé directo a su cuarto para preguntarle si necesitaba algo. Gaby estaba tirada en la cama con unos shorts pequeñísimos y una blusa de tirantes sin sostén. Sus pezones marcaban la tela con descaro, endurecidos por el aire frio del cuarto.
—¿Me traes un vaso con agua? —me dijo, sin siquiera abrir los ojos.
—Claro —respondí, tragando saliva.
Le llevé el agua y al regresar la vi recostada de lado. La posición hacía que sus pechos se empujaran contra la blusa, estirando la tela fina. Me costaba no mirar, pero me obligué a salir a hacer los encargos.
Cuando volví, ella ya había terminado sus clases. Estaba viendo televisión con las piernas cruzadas, su piel blanca resaltando bajo la luz cálida del cuarto. Me saludó como si nada.
—Me voy a bañar —dijo, quitándose la blusa con naturalidad mientras caminaba al baño. Su espalda desnuda fue lo último que vi antes de que cerrara la puerta—. Puedes ver la tele si quieres. O esperar para que veamos qué cenar. Te puedo preparar algo… rico.
Yo solo asentí, el pulso ya agitado. A los pocos minutos me llamó:
—¡Oye! ¿Me puedes traer una toalla? Se me olvidó.
Sabía lo que eso significaba. Tomé una limpia del armario y caminé al baño. Ella abrió apenas la puerta, dejando escapar vapor caliente. Me miró de arriba abajo, mojada, el cabello goteando sobre sus hombros, y su piel brillando.
—¿Me acompañas?
No pude decirle que no, estaba de espaldas, el agua recorriendo sus curvas, mientras volteaba y me decía esas tiernas palabras con una mirada pícara culminando su petición mordiéndose el labio.
Asentí. Me quité la ropa lentamente, sintiendo su mirada recorrerme cuando entré. Me acerqué por detrás, y mientras le pasaba el jabón, mis ojos no podían dejar de admirar su trasero redondo, sobresaliente, empapado, perfecto.
Mi erección creció entre nosotros y pronto rozaba su piel, húmeda, tibia.
Ella lo notó. Movió su cadera hacia atrás, buscándome mientras me restregaba su trasero en mi miembro. Me susurró:
—¿Qué estás esperando? He sido tuya desde la primera vez.
Y no esperé más. La empujé suavemente contra la pared de la regadera y la penetré de golpe, mi verga deslizándose fácil con el agua y el jabón, pero sintiendo la calidez profunda de su cuerpo abrazarme por completo.
Ella gemía bajo, su voz temblaba, sus uñas en mi espalda, pidiéndome más.
Después del baño, empapados y jadeando, fuimos directo a la cama. Gaby me hizo acostarme y, sin decir nada, se montó sobre mí. Sus movimientos eran lentos, sensuales, sus pechos rebotando con cada sentón firme. Mis manos en su cintura, mi boca en sus pezones duros y firmes.
—Mírame —me dijo entre jadeos—. Hoy no hay nadie más. Hoy soy solo tuya.
El sonido de su trasero chocando contra mí llenaba el cuarto. Cambiamos de posiciones una y otra vez, besándonos con desesperación, sudando deseo.
En un momento, ella me abrazó con fuerza y me susurró al oído:
—Quiero que te vengas dentro de mí.
Nunca lo había hecho, pero esa vez no me contuve. Me vine hasta el fondo, sintindo que ella me apretaba con su vagina, convulsionar alrededor de mí. Un orgasmo brutal, caliente, sin censura.
Nos quedamos abrazados, desnudos, entre caricias y susurros. Y lo hicimos dos veces más esa noche, hasta que nuestros cuerpos ya no podían más.
Cené su piel, sus labios, sus gemidos. Y dormimos entrelazados, con mi verga de tro de ella, esperando el amanecer... y la próxima ronda pero esa es otra historia.
De sus buenos puntos para poder escribir motivando, envíen fotos de tus cuñadas para mobosear jeje y de sus novias para comparar y chulearlas.
"La segunda vez"
Un fin de semana mi novia y su familia salieron de viaje. Ella me pidió un favor antes de irse: que me pasara por su casa a ayudar con algunas cosas y ver si Gaby —su hermana (mi cuñadita), que se estaba quedando por la universidad— necesitaba algo. Me dejó las llaves sin pensarlo demasiado.
Pero yo sí lo pensé. Desde lo que había pasado en el auto con Gaby, la idea de volver a verla a solas me daba vueltas por la cabeza como una obsesión. Antes de ir a su casa, pasé por la farmacia… por si acaso. Uno nunca sabe.
Llegué a la casa y todo estaba en silencio. Toqué la puerta, y desde dentro escuché su voz:
—¡Está abierto! Pasa.
Pasé directo a su cuarto para preguntarle si necesitaba algo. Gaby estaba tirada en la cama con unos shorts pequeñísimos y una blusa de tirantes sin sostén. Sus pezones marcaban la tela con descaro, endurecidos por el aire frio del cuarto.
—¿Me traes un vaso con agua? —me dijo, sin siquiera abrir los ojos.
—Claro —respondí, tragando saliva.
Le llevé el agua y al regresar la vi recostada de lado. La posición hacía que sus pechos se empujaran contra la blusa, estirando la tela fina. Me costaba no mirar, pero me obligué a salir a hacer los encargos.
Cuando volví, ella ya había terminado sus clases. Estaba viendo televisión con las piernas cruzadas, su piel blanca resaltando bajo la luz cálida del cuarto. Me saludó como si nada.
—Me voy a bañar —dijo, quitándose la blusa con naturalidad mientras caminaba al baño. Su espalda desnuda fue lo último que vi antes de que cerrara la puerta—. Puedes ver la tele si quieres. O esperar para que veamos qué cenar. Te puedo preparar algo… rico.
Yo solo asentí, el pulso ya agitado. A los pocos minutos me llamó:
—¡Oye! ¿Me puedes traer una toalla? Se me olvidó.
Sabía lo que eso significaba. Tomé una limpia del armario y caminé al baño. Ella abrió apenas la puerta, dejando escapar vapor caliente. Me miró de arriba abajo, mojada, el cabello goteando sobre sus hombros, y su piel brillando.
—¿Me acompañas?
No pude decirle que no, estaba de espaldas, el agua recorriendo sus curvas, mientras volteaba y me decía esas tiernas palabras con una mirada pícara culminando su petición mordiéndose el labio.
Asentí. Me quité la ropa lentamente, sintiendo su mirada recorrerme cuando entré. Me acerqué por detrás, y mientras le pasaba el jabón, mis ojos no podían dejar de admirar su trasero redondo, sobresaliente, empapado, perfecto.
Mi erección creció entre nosotros y pronto rozaba su piel, húmeda, tibia.
Ella lo notó. Movió su cadera hacia atrás, buscándome mientras me restregaba su trasero en mi miembro. Me susurró:
—¿Qué estás esperando? He sido tuya desde la primera vez.
Y no esperé más. La empujé suavemente contra la pared de la regadera y la penetré de golpe, mi verga deslizándose fácil con el agua y el jabón, pero sintiendo la calidez profunda de su cuerpo abrazarme por completo.
Ella gemía bajo, su voz temblaba, sus uñas en mi espalda, pidiéndome más.
Después del baño, empapados y jadeando, fuimos directo a la cama. Gaby me hizo acostarme y, sin decir nada, se montó sobre mí. Sus movimientos eran lentos, sensuales, sus pechos rebotando con cada sentón firme. Mis manos en su cintura, mi boca en sus pezones duros y firmes.
—Mírame —me dijo entre jadeos—. Hoy no hay nadie más. Hoy soy solo tuya.
El sonido de su trasero chocando contra mí llenaba el cuarto. Cambiamos de posiciones una y otra vez, besándonos con desesperación, sudando deseo.
En un momento, ella me abrazó con fuerza y me susurró al oído:
—Quiero que te vengas dentro de mí.
Nunca lo había hecho, pero esa vez no me contuve. Me vine hasta el fondo, sintindo que ella me apretaba con su vagina, convulsionar alrededor de mí. Un orgasmo brutal, caliente, sin censura.
Nos quedamos abrazados, desnudos, entre caricias y susurros. Y lo hicimos dos veces más esa noche, hasta que nuestros cuerpos ya no podían más.
Cené su piel, sus labios, sus gemidos. Y dormimos entrelazados, con mi verga de tro de ella, esperando el amanecer... y la próxima ronda pero esa es otra historia.
De sus buenos puntos para poder escribir motivando, envíen fotos de tus cuñadas para mobosear jeje y de sus novias para comparar y chulearlas.
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