Aquí va un relato erotico que me ocurrió con mi cuñadita, le agregué detalles y un poco de jugo para que les encante.
"El favor"
Mi novia me escribió a media tarde, apurada. Su hermana Gaby (llamemosle así) , había tenido un problema con su transporte y necesitaba que alguien fuera a recogerla a la universidad. Yo no tenía mucho que hacer, así que accedí.
La esperé en el estacionamiento, el sol caía de lado sobre el parabrisas y de pronto la vi aparecer: Gaby, con ese aire provocador que a veces me parecía no del todo accidental. Bajita, curvas marcadas, el uniforme de la universidad apenas lograba contenerla. Subió al auto con prisa, tirando la mochila al asiento trasero.
—Gracias por venir por mí —dijo, quitándose la chaqueta—. Tengo que cambiarme rápido, ¿te importa cariño? (Así me dice cuando mi hermana no está pues ella no tiene novio y siempre ele hago favores)
—Claro que no —respondí, intentando no sonar demasiado interesado.
Se giró apenas, de espaldas, y comenzó a desabotonarse la blusa. Mis ojos, traicioneros, buscaron cualquier hueco entre el reflejo del vidrio y los movimientos de sus brazos. Y entonces lo vi: bajo la blusa, llevaba un conjunto de lencería negra, tan ajustado y transparente que parecía diseñado para provocarme.
—¿Estás mirando? —me preguntó, sin voltearse, con una sonrisa en la voz.
No mentí.
—Sí. Y se ve... increíble.
Ella rió, suave, como si lo hubiera estado esperando.
—¿Te gustan mis tetas?
—Me encantan —le dije—. Se ven grandes, suaves... dan ganas de apretarlas, de besarlas…
Entonces se giró, con descaro. No parecía molesta. Todo lo contrario. Se recostó contra la puerta y se quitó el sostén con movimientos lentos, dejándolos caer, pesados, perfectos. Sus pezones se endurecieron apenas tocar el aire acondicionado del coche.
—Pon el espejo hacia mí. Quiero que los veas bien.
Mi mano tembló al moverlo. Sus tetas llenaban la vista. No aguanté más. Frené en un lugar discreto, el vidrio polarizado protegiéndonos del mundo, y me pasé al asiento trasero.
Ella se subió sobre mí sin preguntar. Su piel olía a vainilla. Le acaricié los pechos con hambre, y enseguida me incliné a mamárselos, uno a uno, rodeando sus pezones con la lengua, sintiendo su respiración acelerarse.
—¿Quieres que te la chupe? —susurró, bajando la mirada.
—Sí —dije—. Pero quiero venirme en tus tetas.
Ella sonrió, bajando lentamente mis pantalones, tomándola con firmeza, y entonces la metió en su boca caliente, húmeda, insaciable. Su lengua sabía exactamente cómo jugar. Yo la veía desde arriba, sus pechos rozando mi abdomen mientras ella se entregaba con una boca de experta, tragando cada centímetro con deseo.
El placer me sobrepasó y no pude avisar. Me vine con fuerza dentro de su boca. Ella no se apartó. Lo tragó todo, lamiendo después como si saboreara un dulce que no quería dejar escapar.
—Si te portas bien, podemos repetirlo —dijo, guiñándome el ojo—. Pero ahora dame tu celular.
Se tomó una selfie con sus tetas al aire, otra con mi verga en sus labios aún brillantes, y me la guardó sin una palabra más.
Me quedé ahí, jadeando, sabiendo que acabábamos de abrir una puerta que no íbamos a cerrar tan fácilmente.
"El favor"
Mi novia me escribió a media tarde, apurada. Su hermana Gaby (llamemosle así) , había tenido un problema con su transporte y necesitaba que alguien fuera a recogerla a la universidad. Yo no tenía mucho que hacer, así que accedí.
La esperé en el estacionamiento, el sol caía de lado sobre el parabrisas y de pronto la vi aparecer: Gaby, con ese aire provocador que a veces me parecía no del todo accidental. Bajita, curvas marcadas, el uniforme de la universidad apenas lograba contenerla. Subió al auto con prisa, tirando la mochila al asiento trasero.
—Gracias por venir por mí —dijo, quitándose la chaqueta—. Tengo que cambiarme rápido, ¿te importa cariño? (Así me dice cuando mi hermana no está pues ella no tiene novio y siempre ele hago favores)
—Claro que no —respondí, intentando no sonar demasiado interesado.
Se giró apenas, de espaldas, y comenzó a desabotonarse la blusa. Mis ojos, traicioneros, buscaron cualquier hueco entre el reflejo del vidrio y los movimientos de sus brazos. Y entonces lo vi: bajo la blusa, llevaba un conjunto de lencería negra, tan ajustado y transparente que parecía diseñado para provocarme.
—¿Estás mirando? —me preguntó, sin voltearse, con una sonrisa en la voz.
No mentí.
—Sí. Y se ve... increíble.
Ella rió, suave, como si lo hubiera estado esperando.
—¿Te gustan mis tetas?
—Me encantan —le dije—. Se ven grandes, suaves... dan ganas de apretarlas, de besarlas…
Entonces se giró, con descaro. No parecía molesta. Todo lo contrario. Se recostó contra la puerta y se quitó el sostén con movimientos lentos, dejándolos caer, pesados, perfectos. Sus pezones se endurecieron apenas tocar el aire acondicionado del coche.
—Pon el espejo hacia mí. Quiero que los veas bien.
Mi mano tembló al moverlo. Sus tetas llenaban la vista. No aguanté más. Frené en un lugar discreto, el vidrio polarizado protegiéndonos del mundo, y me pasé al asiento trasero.
Ella se subió sobre mí sin preguntar. Su piel olía a vainilla. Le acaricié los pechos con hambre, y enseguida me incliné a mamárselos, uno a uno, rodeando sus pezones con la lengua, sintiendo su respiración acelerarse.
—¿Quieres que te la chupe? —susurró, bajando la mirada.
—Sí —dije—. Pero quiero venirme en tus tetas.
Ella sonrió, bajando lentamente mis pantalones, tomándola con firmeza, y entonces la metió en su boca caliente, húmeda, insaciable. Su lengua sabía exactamente cómo jugar. Yo la veía desde arriba, sus pechos rozando mi abdomen mientras ella se entregaba con una boca de experta, tragando cada centímetro con deseo.
El placer me sobrepasó y no pude avisar. Me vine con fuerza dentro de su boca. Ella no se apartó. Lo tragó todo, lamiendo después como si saboreara un dulce que no quería dejar escapar.
—Si te portas bien, podemos repetirlo —dijo, guiñándome el ojo—. Pero ahora dame tu celular.
Se tomó una selfie con sus tetas al aire, otra con mi verga en sus labios aún brillantes, y me la guardó sin una palabra más.
Me quedé ahí, jadeando, sabiendo que acabábamos de abrir una puerta que no íbamos a cerrar tan fácilmente.
2 comentarios - Mi cuñada y yo