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Un abismo sin retorno

Un abismo sin retorno

Paulina y Miguel llevaban tres años juntos, una pareja con sueños de futuro pero temperamentos opuestos: él, tranquilo, aunque disfrutaba de noches de copas con amigos en casa; ella, un torbellino que vivía para las fiestas y las luces de la ciudad. Esa noche, Paulina salió con sus amigas, prometiendo volver temprano. Miguel, por su parte, invitó a dos amigos, Carlos y Esteban, a casa. Las cervezas dieron paso a tragos de tequila, y entre risas, un partido en la tele y retos absurdos, el alcohol los fue venciendo. Pasadas las dos de la madrugada, Miguel estaba desplomado en el sofá, borracho y al borde del desmayo, mientras Carlos y Esteban, igual de ebrios, seguían en la mesa del comedor, hablando a gritos y riendo por tonterías.
Paulina entró cerca de las cuatro, con un golpe torpe de la puerta. Venía tambaleándose, el maquillaje corrido, el cabello desordenado y un fuerte olor a tequila impregnado en su piel. Sus ojos vidriosos brillaban con una mezcla de ebriedad, culpa y una chispa de desafío. Vio a Miguel medio inconsciente en el sofá, su pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas, y a Carlos y Esteban en la mesa, mirándola con sonrisas torpes y ojos nublados por el alcohol.
—Vaya, Pau, ¡llegas con estilo! —bromeó Carlos, levantando un vaso a medio llenar, mientras Esteban soltó una risotada.
Paulina, mareada pero astuta, sonrió con picardía y se acercó, quitándose los tacones con gestos descoordinados. Se dejó caer en el sillón junto a Miguel, dándole un empujón suave.
—Mig… —susurró, pero él solo gruñó, atrapado en su borrachera.
Carlos y Esteban, curiosos y con el alcohol soltándoles la lengua, se acercaron, sentándose en el suelo frente al sofá.
—¿Qué pasa, Pau? Cuéntanos, ¿cómo te fue? —dijo Esteban, su voz pastosa, mientras Carlos asentía, claramente intrigado.
Paulina, con el tequila amplificando su audacia, sintió una urgencia retorcida. La noche había sido un caos, y la idea de confesar, con Miguel medio ido y sus amigos mirándola, la encendió de una manera oscura. Se inclinó hacia adelante, su voz temblorosa pero cargada de provocación.
—La cagué, chicos… pero tienen que saberlo —dijo, mirando primero a Miguel, luego a Carlos y Esteban, cuyos ojos se abrieron más, atrapados por su tono.
Miguel balbuceó algo incoherente, sus ojos entreabiertos, mientras Carlos se inclinó hacia ella.
—¿Qué hiciste, Pau? Suéltalo —dijo, su voz mezclada con risa y curiosidad.
Paulina respiró hondo, una sonrisa culpable cruzando su rostro, y comenzó.
—Salí con las chicas, todo iba increíble. Bailábamos, los tragos no paraban. Entonces, este tipo se me acercó. Moreno, alto, con una camisa negra que marcaba cada músculo. Me miraba como si quisiera devorarme. Me invitó un shot, luego otro, y terminamos pegados en la barra, sus manos ya en mis caderas. No sé cómo, pero acabamos en un rincón oscuro, besándonos. Su lengua era agresiva, sus manos subiendo por mi falda, apretándome el culo con fuerza, como si ya me poseyera.
Hizo una pausa, observando a sus oyentes. Miguel, aún borracho, parecía luchar por entender, pero su cuerpo reaccionaba: sus manos crispadas, una erección evidente tensando sus jeans. Carlos y Esteban, con los ojos fijos en ella, estaban visiblemente afectados, sus rostros enrojecidos, sus cuerpos inquietos. Paulina, excitada por el poder de su confesión, continuó, su voz ahora un susurro cargado de detalles.
—Terminamos en el baño del antro. Un lugar mugroso, con grafitis obscenos en las paredes y el suelo pegajoso de cerveza derramada. Me empujó contra la puerta, que crujió bajo nuestro peso, y sus manos eran rápidas. Me levantó la falda, me arrancó la tanga con un tirón y… me tocó. Sus dedos se deslizaban dentro de mí, duros, presionando justo donde sabían que me haría gemir. Estaba tan metida en el momento, el alcohol, la música retumbando en mi pecho, su olor a sudor y colonia barata. Me alzó contra la pared, mis piernas envolviendo su cintura, y lo sentí entrar, su polla gruesa, dura, embistiéndome sin parar. No usamos condón. Lo sentí todo, caliente, profundo, cada empujón haciéndome temblar. Se corrió dentro de mí, su semen espeso, caliente, goteando por mis piernas cuando terminamos, dejando un rastro pegajoso que aún sentía al salir.
El aire se volvió denso. Carlos tragó saliva, ajustándose los pantalones, mientras Esteban soltó un “joder” bajo, sus manos inquietas. Miguel gruñó, sus ojos apenas abiertos, pero su cuerpo traicionaba su borrachera: la erección en sus jeans era innegable. Paulina, notando las reacciones, se acercó a Miguel, rozando su pierna contra la de él.
—¿Te gusta imaginarlo, Mig? —susurró, su mano deslizándose por su pecho—. Y ustedes, chicos, ¿qué piensan? —añadió, mirando a Carlos y Esteban con una sonrisa desafiante.
Carlos, con el alcohol soltándole todo filtro, se acercó más, su voz ronca.
—Pau, eso es… joder, es intenso —dijo, sus ojos recorriendo su cuerpo—. ¿Y qué más pasó?
Esteban, más tímido pero igual de excitado, solo asintió, su mirada fija en los muslos de Paulina, donde la falda apenas cubría.
Miguel, movido por un instinto que el alcohol amplificaba, gruñó y sus manos torpes encontraron la falda de Paulina. Con un movimiento descoordinado pero decidido, le bajó la tanga, que cayó al suelo. Un olor fuerte y penetrante llenó el aire: una mezcla cruda de sudor, sexo y algo más visceral. Al acercarse, Miguel notó un rastro espeso y blanquecino deslizándose por los muslos de Paulina, goteando desde su vagina. El semen era denso, pegajoso, con un aroma salado y metálico, evidencia de su infidelidad. Inhaló profundamente, su mente nublada por el tequila y un deseo que lo consumía.
Carlos y Esteban, hipnotizados, se acercaron más, sus ojos fijos en la escena. Paulina, excitada por la atención, soltó una risa suave, provocadora.
—¿Huelen eso, chicos? —susurró, su voz descarada, mirando a Miguel y luego a sus amigos—. Eso es él, todavía dentro de mí, mezclado con mi humedad. Estaba tan caliente, tan… perdido en mí. ¿Qué van a hacer?
Miguel, perdido en su borrachera, no respondió con palabras. Con un gruñido, se arrodilló frente a ella, sus manos temblorosas abriendo más sus piernas. Su lengua trazó un camino lento por sus muslos, probando el rastro salado y espeso que goteaba de su vagina. El sabor era intenso, una mezcla de Paulina y el desconocido, crudo y abrumador. Lamió con avidez, su boca explorando cada pliegue, chupando el semen que aún rezumaba, como si quisiera reclamarla y castigarla al mismo tiempo.
Carlos, incapaz de contenerse, se acercó, su mano rozando el hombro de Paulina.
—Joder, Pau… —masculló, mientras se ajustaba los pantalones, su erección evidente.
Esteban, superando su timidez, se acercó al otro lado, su mano deslizándose por la cintura de Paulina, explorando su piel con dedos temblorosos. Paulina, envalentonada por el alcohol y la intensidad, los miró con una sonrisa desafiante.
—¿Quieren probar? —susurró, su voz un reto, mientras sus manos subían por su blusa, desabotonándola lentamente, dejando sus pechos expuestos, los pezones endurecidos por la excitación.
Miguel, aún entre sus piernas, gruñó, pero no se detuvo. Carlos, movido por el deseo, se acercó más, sus manos torpes acariciando los pechos de Paulina, pellizcando sus pezones mientras ella gemía. Esteban, guiado por el momento, se acercó al otro lado, su mano guiando la de Paulina hacia su entrepierna, donde ella lo acarició con movimientos rápidos.
Miguel se puso de pie, tambaleándose, y la levantó del sofá con un movimiento brusco. La giró, empujándola contra la mesa del comedor, donde vasos y botellas cayeron al suelo con un estrépito. Su falda seguía enrollada en la cintura. Desabrochó sus jeans, liberando su erección, dura y pulsante. La penetró con un empujón profundo, sintiendo la calidez resbaladiza de su vagina, aún impregnada del semen de otro. La sensación era abrumadora: su humedad mezclada con el rastro espeso del desconocido, lubricando cada embestida. Gruñó, sus caderas chocando contra ella con fuerza, la mesa crujiendo.
—Mierda, Pau… —masculló, sus manos apretando sus nalgas—. ¿Así te folló él?
Paulina, con Carlos y Esteban a su lado, jadeó, sus manos apoyadas en la mesa.
—Más duro… —gimió, mirando a Carlos, que ahora besaba su cuello, sus manos apretando sus pechos—. Pero tú… tú me rompes.
Carlos, incapaz de resistirse, desabrochó su pantalón, liberando su erección. Se acercó a la boca de Paulina, que, sin dudar, la tomó con los labios, chupando con una intensidad que lo hizo gemir. Esteban, temblando, siguió el ritmo de su mano hasta que llegó al clímax, su semen salpicando el suelo mientras jadeaba.
Miguel, viendo la escena, sintió una mezcla de furia y excitación. Sus embestidas se volvieron frenéticas, cada una un intento de reclamarla. Con un rugido, se derramó dentro de ella, su semen espeso y caliente mezclándose con el caos ya presente, dejándolo temblando. Exhausto, el alcohol finalmente lo venció. Se tambaleó hacia el sofá, desplomándose, y en cuestión de segundos, cayó en un sueño profundo, su respiración pesada llenando el silencio.
Paulina, aún jadeando, se giró, su rostro enrojecido, una mezcla de satisfacción y desafío en sus ojos. Carlos y Esteban, lejos de detenerse, la miraron con hambre. La noche, el alcohol y la confesión los habían llevado demasiado lejos. Paulina, con una risa baja, se levantó de la mesa, su falda cayendo al suelo, quedándose solo con la blusa abierta.
—¿Qué, ya se cansaron? —susurró, su voz provocadora, mientras se acercaba a Carlos, sus manos deslizándose por su pecho.
Carlos, con el deseo renovado, la jaló hacia él, besándola con urgencia, sus manos explorando su cuerpo desnudo. Esteban, superando cualquier reserva, se acercó por detrás, sus manos apretando las nalgas de Paulina mientras besaba su cuello. La llevaron al suelo, sobre la alfombra del comedor, donde Carlos se posicionó entre sus piernas, penetrándola con embestidas rápidas, su polla deslizándose en la mezcla resbaladiza de semen y humedad. Paulina gimió, sus uñas clavándose en los hombros de Carlos, mientras Esteban, arrodillado a su lado, guiaba su mano hacia su erección, que ella acarició con movimientos expertos.
—Joder, Pau, eres una puta increíble —gruñó Carlos, sus caderas moviéndose con fuerza, el sonido de sus cuerpos chocando resonando en la habitación.
Paulina, perdida en el momento, solo rió, su voz entrecortada por los gemidos.
—Sigan… no paren —jadeó, su cuerpo temblando bajo las embestidas.
Esteban, incapaz de esperar más, se movió hacia su rostro, y Paulina, sin dudar, lo tomó en su boca, chupando con una intensidad que lo hizo gemir. Carlos llegó al clímax primero, su semen mezclándose con el caos dentro de ella, mientras Esteban, segundos después, se derramó en su boca, el sabor salado llenándola mientras tragaba con una sonrisa desafiante.
Exhaustos, Carlos y Esteban se apartaron, jadeando, mientras Paulina se quedó en el suelo, su cuerpo brillando de sudor, su respiración agitada. Miguel seguía dormido en el sofá, ajeno al caos que había estallado a su alrededor.

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