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putita la niñera 14

El humo del asado se mezclaba con el murmullo de las charlas familiares y el tintineo de las botellas de cerveza. Los chicos corrían entre las mesas, riendo y persiguiéndose, mientras los adultos se acomodaban en sillas desparejas, con vasos en la mano y anécdotas que se repetían cada verano. Yo, con una remera transpirada pegada al pecho, me movía entre la parrilla y las mesas, tratando de mantener el control de la situación, pero mi cabeza estaba en otra parte. Lucía estaba en la casa, cuidando a los chicos, pero su presencia era como una corriente eléctrica que sentía incluso desde el otro lado del patio. Clara, charlando con una tía cerca de la mesa de ensaladas y las empanadas, me lanzaba miradas de reojo, como si supiera que algo en mí no estaba del todo presente.
El calor me apretaba las sienes, y el peso de la mañana en el cuarto aún me zumbaba en el cuerpo, como un eco que no se apagaba. Cada tanto, veía a Lucía asomarse por la puerta de la casa, con esa remera ajustada que marcaba cada curva de sus tetas y unos pantalones gastados que se le pegaban a las piernas. Me miraba, siempre con esa sonrisita de puta que tento me gustaba, y yo sentía el pulso acelerárseme en la garganta. “Juan, traé más hielo,” gritó Clara desde el otro lado del patio, rompiendo el hechizo momentáneamente. Alla fui, más por inercia que por ganas, y me dirigí hacia la casa, sintiendo los ojos de Lucía clavados en mi espalda. Con el fantaseo permanente de que ella calavara la vista en mi cintura. Que mi pija se pusiera dura y ella me traquilizara con una buena chupada.
Entré a la cocina, el aire fresco del interior un alivio momentáneo. Mientras buscaba el hielo en el freezer, escuché pasos ligeros detrás de mí. No necesitaba girarme para saber quién era. “¿Te ayudo, viejo?” dijo Lucía, su voz baja, cargada de esa provocación que siempre parecía llevar consigo. Cerré la puerta del freezer con más fuerza de la necesaria y me giré. Estaba apoyada en el canto de la mesa, con los brazos cruzados bajo el pecho, empujando sus tetas de puta hacia adelante de una manera que era imposible no notar. “No hace falta,” murmuré, intentando sonar firme, pero mi voz salió más débil de lo que esperaba.
“Voy al baño,” dije, casi como una excusa, y me dirigí al pasillo. El ruido del asado se desvanecía a medida que avanzaba, reemplazado por el zumbido de mi propia sangre en los oídos. Entré al baño de la planta baja, dejando la puerta entreabierta por descuido, y me puse frente al inodoro. Mientras meaba, el sonido del chorro contra el agua era lo único que llenaba el espacio, hasta que escuché el crujido de la puerta abriéndose más. Giré la cabeza, sobresaltado, y ahí estaba Lucía, entrando sin pedir permiso, con esa calma exasperante que tenía. Cerró la puerta tras de sí con un movimiento lento, el clic del pestillo resonando como un disparo en el silencio.
“¿Qué carajo haces?” dije, mi voz un susurro áspero, pero no hice nada para detenerla. Ella no respondió, solo se acercó, sus ojos fijos en mí verga, en mis huevos, en el movimiento de mi mano mientras meaba. El aire se volvió espeso, cargado de una tensión que me apretaba el pecho. "Estás tomando mucha cerveza viejo, mira todo lo que estas meando." dijo la putita de Luicia mientras me agaraba la pija. Me la sostuvo mirandomela como a un juguete hasta que cayo la ultima gota. Me la sacudio suavemente despidiendo pequeñas gotas para todos lados. Cuando termino me dijo “Dejá que te ayude,” Por un instante pense que me prenderia el pantalon y se irira. Pero su mano se movió rápido, rozando mi pantalón, y con un movimiento suave pero firme, me agarro la pija con toda la miano, como si fuera lo más natural del mundo.
El contacto me hizo soltar un jadeo que intenté contener. “Lucía, pará,” dije, pero mi cuerpo no estaba de acuerdo con mis palabras. Ella no se detuvo. Sus dedos, fríos contra mi piel caliente, se cerraron alrededor de mí, comenzando a moverse con una lentitud deliberada, apretando justo lo suficiente para hacerme apretar los dientes. “Shh,” susurró, su aliento cálido contra mi cuello, mientras su mano aceleraba, el ritmo firme, casi cruel. Sus ojos no se apartaban de los míos, y en ellos había una mezcla de control y desafío que me tenía atrapado.
Sin decir nada más, se arrodilló frente a mí, el suelo frío del baño contrastando con el calor que me quemaba por dentro. Su mirada seguía fija en mí pija, incluso mientras sus labios se acercaban. Cuando su boca me envolvió, sentí que el mundo se reducía a esa sensación: cálida, húmeda, implacable. Su lengua trazaba círculos precisos, alternando con chupadas de prostituta que me hacían apretar los puños contra las baldosas frías de la pared. El sonido de su respiración, entrecortada pero controlada, se mezclaba con los gemidos que intentaba ahogar. Sus manos, una en mis huevos, la otra pajeandome dentro de su boca, me daban las irrefrenalbes ganas de llenarle de leche la cara. Cada roce, cada presión, era una provocación calculada, como si estuviera desarmándome pedazo a pedazo.
No quise aguantar mucho. La tensión que había estado acumulándose desde la mañana, desde el momento en que la vi en la cocina, me llevaron a acabar como un tarado. Con un alarido bajo, sentí el orgasmo golpearme, y Lucía, sin retroceder, dejó que mi leche caliente salpicara su cara, gotas blancas viscosas deslizándose por su mejilla y su mentón. No se limpió. Se quedó ahí, arrodillada, mirándome con esa misma sonrisa que me desarmaba, como si acabara de ganar el juego que yo ni siquiera sabía que estaba jugando.
Se puso de pie con una lentitud deliberada, se acercó al espejo, se miro un rato y se lavó la cara con calma, como si nada hubiera pasado. “Volvamos al asado, viejo,” dijo, su voz tan casual que casi me dio vértigo. Abrió la puerta y salió sin mirar atrás, dejándome solo, con el corazón todavía latiéndome en el pecho y el cuerpo temblando de adrenalina y culpa.
Salimos al patio por separado, yo unos minutos después, con una bolsa de hielo en la mano como excusa. Clara me miró desde la mesa, sus ojos entrecerrados, como si pudiera oler mi leche a distancia. Lucía, ya mezclada entre los chicos y los primos, reía y hablaba como si nada, pero cada tanto sus ojos se en mis pantalones, y la imaginaba diciendo "viejo, que lindo lo que tenés ahi". Sabía que Clara no era tonta, que algo en su mirada prometía consecuencias, y que este juego, este torbellino en el que estaba atrapado, estaba a punto de volverse mucho más complicado.

2 comentarios - putita la niñera 14

nukissy472
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