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Atrapada sin salida 4

**Capítulo 4
Atrapada sin salida 4


El encuentro.


Elisa flotaba en un mar de confusión, luchando por mantenerse a flote mientras el mundo giraba a su alrededor. El bar, lleno de ruido y cuerpos ajenos, parecía un torbellino que amenazaba con tragarla. Su cabeza zumbaba, el alcohol y las metanfetaminas chocando como olas contra su voluntad, erosionando los últimos vestigios de su carácter conservador. Afuera, la Feria de San Marcos estaba a reventar, un caos de luces y música que solo aumentaba su sensación de ahogo. Adentro, los rostros desconocidos la ignoraban, inmersos en sus propias vidas, hasta que sus ojos se posaron en la barra.

Allí estaba él. Un gigante de piel oscura, de rostro serio y brazos musculosos que parecían esculpidos en piedra. Gerson Moncada era imponente, una sombra que eclipsaba a los demás hombres del lugar. Joven, quizás en sus veintitantos, pero con una energía que trascendía su edad.
Esa noche, sin embargo, estaba de mal humor. Sus negocios como lavador de dinero para redes criminales hondureñas no marchaban bien; había llegado a Aguascalientes para blanquear una suma importante, pero los contactos locales lo retrasaban, y la impaciencia lo carcomía. Además, le molestaba la forma en que lo miraban en esta ciudad: un "bicho raro" por su color de piel, un extranjero que no encajaba entre los rostros blancos y las tradiciones mexicanas. Hasta que la vio. Elisa, con su vestido rojo y su fragilidad intoxicada, lo atrapó como un imán.

Elisa se quedó inmóvil, contemplándolo, mientras su cuerpo entraba en un estado de ebullición que no pudo controlar. Las metanfetaminas la habían despojado de sus inhibiciones, y por primera vez en años, se permitió actuar por impulso. Se sentó en la orilla de la barra, desde donde podía observarlo. Él estaba distraído, perdido en sus pensamientos, con una mirada pesada que casi la intimidó. ¿Y si se iba? ¿Y si encontraba el camino a casa y dejaba atrás esa locura? Pero antes de que pudiera decidir, Gerson giró la cabeza y sus ojos se encontraron.

—¡Buenas noches, mamita! —dijo una voz ronca y profunda, demasiado cerca de su oído. El acento hondureño envolvía cada palabra como un tambor grave—. ¿Ese asiento está ocupado?

Elisa negó con la cabeza, aturdida. —No, está libre —respondió, y al verlo de cerca, su mente se disparó: apuesto, joven, en su mejor forma. Un hombre que parecía sacado de otro mundo.

—Gerson —dijo él, extendiendo una mano grande y firme. Ella la aceptó, temblorosa.

—Elisa —se presentó, y sin querer, sus dientes se clavaron en su labio inferior, traicionando el torbellino de sus pensamientos. Él sonrió, una chispa de malicia en sus ojos oscuros.

—Toda una reina —murmuró, dejando un beso suave en el dorso de su muñeca. Elisa se sonrojó al instante—. ¿Puedo acompañarte, Elisa?

Intentó negarse, pero la soledad de esa noche —sin celular, sin amigas, sin nada más que una fascinación inexplicable por ese desconocido— la venció. —¡Claro! —respondió, más animada de lo que esperaba.

Era su última noche antes de volver a la realidad, a esa vida donde todos la veían como una fracasada, una mujer que había dejado de ser joven y deseable para Tomás. Si él podía disfrutar sin ella, ¿por qué no podía ella hacer lo mismo? La intoxicación la volvía intrépida, y antes de que él pudiera protestar, llamó al cantinero con una seña. —¡Uno de estos para mí y para él… lo más fuerte que tengas!

El cantinero se rio. —Un vergazo y un Amaretto doble —anunció, y Gerson alzó una ceja, divertido.

—¿Vergazo? —preguntó, su acento marcando la palabra con curiosidad.

—Lo vi en la lista —se justificó ella, encogiéndose de hombros—. Quise pedir lo más fuerte, no pensé que fuera algo tan… sucio.

Él negó con la cabeza, sonriendo, y Elisa juró ver la punta de su lengua humedecer sus labios antes de capturarlos con los dientes. —¿Planeás emborracharme y llevarme a tu cama, Elisa? —preguntó, su voz baja y provocadora.

Ella se acercó, atrevida, dejando que su mano rozara el pecho firme de él. La mano de Gerson cubrió la suya, y una sonrisa compartida dejó claro que no había vuelta atrás. —¿Te opondrías si lo intento? —susurró ella, sus labios tan cerca que un leve roce eléctrico los conectó.

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Mientras tanto, en el otro extremo del bar, Marisa Céspedes hervía de frustración. —¡Imbécil, la dejaste ir! —gritó a Rubén Plancarte, su voz cortante como un cuchillo. Ambos habían regresado a la mesa donde habían perdido a Elisa, y la visión de su bolso y celular abandonados la golpeó como un balde de agua fría. —No tiene dinero, no tiene cómo moverse. ¡Está perdida, y todo por tu estupidez!

Rubén bajó la mirada, avergonzado. —No pensé que se escaparía tan rápido. La seguí al baño, pero…

—¡Pero nada! —lo interrumpió Marisa, pateando una silla—. Esto arruina todo mi plan. Sin fotos, sin pruebas, Tomás no creerá nada. —Sus ojos brillaron con rabia mientras revisaba el bolso de Elisa, confirmando que no había nada útil para rastrearla. Decidieron buscarla, pero en su desesperación, tomaron caminos opuestos, alejándose más de ella con cada paso. Aguascalientes, con sus calles abarrotadas por la Feria, se convirtió en un laberinto que los alejó de la presa que Marisa tanto deseaba cazar.

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De vuelta con Elisa, la noche avanzaba entre risas y tragos. Gerson y ella charlaban, o más bien él hablaba mientras ella asentía, riendo cuando él reía, seria cuando lo intuía necesario. Le preguntó su edad, y ella confesó: —Tengo 40. Y estoy casada…

Gerson soltó una carcajada. —¿Entonces estás con tu marido aquí?

Ella negó con la cabeza, mirándolo con una mezcla de seducción y desafío. Él sonrió, entendiendo todo. —Yo tengo 26. Y estoy soltero.

De pronto, Elisa sintió una punzada de realidad y se excusó. —Voy un segundo al baño, Gerson, y después vemos qué hacemos —dijo, buscando una pausa para ordenar sus pensamientos. Entró al baño con las mejillas ardientes, y mientras se secaba tras orinar, notó algo que la dejó helada: una baba viscosa entre sus vellos púbicos, una señal inequívoca de su excitación. Una calentura intensa recorría su cuerpo, y el descubrimiento la horrorizó. “¿Qué estoy haciendo?” pensó. Era una mujer madura, madre de tres hijas, esposa conservadora, y ahora estaba mojada por un hombre negro, 14 años menor, que la miraba como si fuera suya. Sin embargo, la intoxicación la empujó a ignorar la culpa y regresar a él.

Cuando volvió, Gerson la tomó de la cintura y la guió hacia la pista. Eran las 1:15 de la mañana, y la música cambió a una canción de banda de Los Recoditos de Sinaloa. Todo el bar estalló en gritos, y Gerson, con una naturalidad sorprendente para un extranjero, la invitó a bailar. Elisa, que hacía tanto tiempo no bailaba, se sorprendió por su habilidad. Al oír la letra, se sintió tan identificada que comenzó a cantar:

*Sé que estoy perdido  
Sé que estoy muriendo sin tu amor, sin tu calor, por tu adiós  
Sé que es un castigo  
Que me des tu olvido, ¡qué dolor!, ¡cuánto dolor, siento yo!*

*Ando bien pedo, bien loco  
Cantándole al recuerdo mis penas  
Pidiendo tu regreso y tus besitos  
Gritándole al olvido, maldito  
Bebiéndome la vida, perdido  
Jodido entre las noches sin tu cuerpo  
Yo sí te necesito, te necesito*

Gerson captó su emoción y bailó con desenfreno, guiándola con pasos firmes. Elisa, cantando y sintiendo la canción, se dejó llevar, moviéndose con una desenvoltura que no reconocía en sí misma. Al terminar la canción, él la jaló hacia las mesitas oscuras, donde la atmósfera se volvió más íntima. Le sirvió una copa llena, pero ella protestó. —Oh no, yo no bebo más. Ha sido suficiente.

—Estás acalorada, ¿verdad, reina? —dijo él, clavando la vista en su escote, donde sus pezones se marcaban como piedras. Ella intentó cubrirse, pero Gerson tomó su mano—. Qué bonitas manos tenés, preciosa —susurró, acariciando el dedo donde debería estar su anillo.

Elisa lo miró, atrapada entre el deseo y la culpa. Entonces, Gerson aprovechó su estado intoxicado. Metió la mano bajo su vestido, rozando sus muslos, y ella, rendida al calor que la consumía, accedió a sus caricias. Él la besó con desenfreno, su lengua explorando su boca mientras sus manos apretaban su cintura. La intensidad subió cuando él deslizó la mano bajo su ropa interior, sus dedos gordos abriendo paso hasta su raja húmeda. —Vos querés esto, mamita —dijo, su acento cargado de burla y seducción. Ella gimió, perdiéndose en el placer, pero antes de que pudiera detenerlo, alguien gritó: —¿Qué pasa aquí? —Los guardias del bar los rodearon.

Gerson se levantó, imponente, y sacó un fajo de billetes. —Tomen y lárguense, ya nos vamos —dijo, arrojando el dinero al suelo con desprecio. Elisa, avergonzada pero aún intoxicada, se soltó y murmuró: —Me voy a casa, esto no puede seguir.

—Como quieras, hermosa, pero yo te llevo —respondió él, cínico, tomándola de la mano.

Afuera, una camioneta Cadillac Escalade negra los esperaba, un vehículo lujoso que gritaba dinero. Gerson la ayudó a subir, y el motor rugió mientras se alejaban de Aguascalientes hacia Encarnación de Díaz, un trayecto de unos 40 minutos. Elisa, mareada y al borde del sueño, abrió los ojos y preguntó: —¿A dónde me llevas?

—A mi casa, reina —respondió él, riendo por su falta de sutileza—. Será sexo, mamita, de una noche que no vas a olvidar.

—¿No eres un asesino? ¿Un violador? ¿Verdad? —preguntó ella, cayendo en cuenta de su locura mientras la camioneta avanzaba por la carretera oscura.

—Lo único que quiero transgredir es tu mente, reina —dijo Gerson, sujetándola con fuerza—. Y matarte de placer con los orgasmos que te voy a dar.

Elisa lo miró, atrapada por su intensidad. Tras años de desatenciones, merecía esto, pensó, y tiró de él, ansiosa, mientras la camioneta los llevaba hacia lo desconocido.

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Mientras tanto, Marisa y Rubén seguían sin hallar a Elisa. Habían recorrido el bar y las calles cercanas, pero el bullicio de la Feria los desorientaba. —¡Eres un inútil! —le reclamó Marisa a Rubén, su voz cargada de furia—. ¿Cómo pudiste dejarla escapar? ¡Todo mi plan se va al diablo por tu estupidez! —Rubén guardó silencio, avergonzado, mientras Marisa pateaba el suelo. Decidieron ampliar la búsqueda por todo Aguascalientes, pero cada paso los llevaba más lejos de Elisa, quien ya había caído en las garras de Gerson, un hombre cuya vida entre el placer y el peligro estaba a punto de cambiarla para siempre.

1 comentarios - Atrapada sin salida 4

nukissy2829
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