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putita la niñera 13

Me desperté antes que el sol, con el cuerpo todavía cargado de la tensión de la noche anterior. El silencio de la casa sonaba extraño, solo roto por el tic-tac del reloj en la cocina. Mientras preparaba un café, mi mente no paraba de dar vueltas: la imagen de Clara, con esa mezcla de control y desafío en los ojos, y Lucía, con su descaro natural, como si todo fuera un juego en el que ella siempre llevaba la ventaja. Me sentía atrapado en un torbellino de deseo, culpa y algo más profundo, algo que me hacía cuestionar quién era yo en esa dinámica.
Cuando Lucía entró en la cocina, recién levantada, con una remera holgada que dejaba entrever la curva de sus caderas y unos pantalones de pijama que apenas le cubrían los muslos, sentí un calor subirme por el pecho. “Buenos días, viejo,” dijo con esa voz despreocupada que siempre tenía un filo juguetón. Se movía con una naturalidad exasperante, abriendo la heladera, sirviéndose jugo, inclinándose más de lo necesario para alcanzar un vaso. No podía evitar mirarla, y ella lo sabía. Nuestros ojos se cruzaron un instante, y su sonrisita me hizo sentir como si pudiera leer cada pensamiento sucio que cruzaba por mi cabeza. Se dio cuenta cómo le miraba el culo. Ella se daba cuenta de todo.
Nos sentamos a desayunar en la mesa de la cocina, el espacio entre nosotros cargado de una tensión silenciosa. Intentaba concentrarme en mi café, pero mi mente me traicionaba, imaginando escenarios que me hacían apretar los dientes. Lucía, mientras untaba una tostada, rompió el silencio. “¿Qué te pasa, Juan? Estás como ido.” Su tono era casual, pero había una chispa en su mirada, como si estuviera poniéndome a prueba.
“Nada,” mentí, con la voz más áspera de lo que quería. “Solo estoy cansado.” Pero mi cuerpo me delataba; la erección que presionaba contra el pantalón era imposible de ignorar. Lucía lo notó, porque siempre notaba todo. Se inclinó un poco sobre la mesa, dejando que la remera se abriera lo suficiente para que viera el contorno de sus tetitas hermosas. “¿Seguro? Porque parece que estás pensando en otra cosa,” dijo, y su mano, como al pasar, rozó mi pierna por encima del pantalón, deteniéndose justo donde sentía la dureza.
Tragué saliva, el corazón latiéndome en las sienes. “Para, Lucía,” murmuré, pero no había convicción en mi voz. Ella se rió, un sonido bajo, casi cruel. “¿Por qué no vamos a despertar a Clara y le preguntamos qué tiene ganas de hacer hoy? "Sabía que debía decir que no, poner un límite, pero la idea de Clara, todavía caliente y adormilada en la cama, me cegó.
Subimos las escaleras en silencio, el aire entre nosotros espeso. Lucía iba adelante, sus caderas balanceándose con cada paso, y yo detrás, sintiendo que cada movimiento suyo era una invitación deliberada. Cuando llegamos al cuarto, Clara estaba acostada, las sábanas enredadas en sus piernas, su respiración lenta y profunda. Lucía se acercó primero, sentándose en el borde de la cama, y le pasó una mano suavemente por el brazo. “Clarita, despertate,” susurró, con un tono que era más seducción que despertador.
Clara abrió los ojos, confundida al principio, pero al vernos a los dos, una sonrisa lenta se dibujó en su cara. “¿Qué están haciendo ustedes dos juntos?” preguntó, su voz todavía ronca por el sueño. No esperó respuesta. Se incorporó un poco, dejando que la sábana resbalara y mostrara su cuerpo totalmente desnudo. “Vengan,” dijo, y fue una orden disfrazada de invitación.
Sentí que el aire en el cuarto se volvía más denso cuando Clara nos invitó a acercarnos. Lucía, con esa mezcla de descaro y complicidad, se deslizó más cerca de Clara en la cama, sus rodillas rozándose mientras sus ojos se mantenían fijos en mí. Yo, todavía parado como un idiota en el umbral de la puerta, sentía el pulso acelerado, el deseo y la culpa en una brutal guerra en mi interior, pero la orden de Clara me empujó a moverme. Di un paso, luego otro, hasta sentarme torpemente en el borde de la cama, el colchón hundiéndose bajo mi peso.
Clara se enderezó, dejando caer la sábana por completo. Su piel desnuda me hacía apretar los puños para no extender la mano. “Querés jugar, ¿no?” dijo Clara, su voz baja, casi un ronroneo, mientras miraba a Lucía y luego a mí.
Lucía, sin esperar más instrucciones, se quitó la remera con un movimiento rápido, dejando su torso desnudo. Sus pechos, expuestos al aire fresco del cuarto, se endurecieron al instante, y sentí un nudo en la garganta. Clara, siguiendo el ritmo, dejo caer todas las sabanas. Las dos, ahora como en un cuadro renacentista, se miraron con una intensidad que me excluía, pero que a la vez me invitaba a ser testigo. “Vos también, Juan,” dijo Clara, señalando mi pantalón. “Sacátelo degenerado.”
Obedecí, casi por instinto, dejando caer el pantalón y los bóxers al suelo. Mi erección, ya desbordada, palpitaba con una urgencia que me avergonzaba y excitaba a partes iguales. Clara y Lucía me observaron, sus miradas recorriéndome sin piedad. “Qué linda pija te comés Clara,” murmuró Lucía, con una risita que sonaba a burla pero también a deseo. Se acercó más a Clara, sus manos rozándose, y comenzaron a tocarse mutuamente, primero con suavidad, como explorando, luego con más intención.
Clara deslizó una mano por el culo de Lucía, subiendo lentamente hasta detenerse en su ropa interior. Lucía respondió, dejando que sus dedos trazaran círculos en el abdomen de Clara, bajando poco a poco. Yo, sentado a los pies de la cama, no podía apartar la mirada. Mi mano, casi sin pensarlo, se movió hacia mi propio cuerpo, comenzando a acariciarme lentamente. Con el dedo indice y el pulgar, sobre la piel de mi pija, hice circulos apretandome la cabeza totalemnte humeda. Clara lo notó y me detuvo con un gesto. “Despacio,” dijo. “Seguí nuestro ritmo.”
Las dos se acomodaron más cerca, sus cuerpos casi pegados, y empezaron a tocarse con más audacia. Clara deslizó los dedos bajo la ropa interior de Lucía, arrancándole un gemido bajo. Lucía, a su vez, exploraba el cuerpo de Clara, sus movimientos sincronizados, como si estuvieran actuando para mí pero también para ellas mismas. Sus respiraciones se volvían más rápidas, sus cuerpos arqueándose ligeramente mientras se entregaban al placer.
Yo, atrapado en la visión, seguía sus instrucciones, tocándome al mismo ritmo que ellas. Cada gemido, cada movimiento de sus manos, me llevaba más cerca de acabar como un idota. Clara, con los ojos entrecerrados, me miró directamente. “Vení más cerca,” ordenó, y yo, como hipnotizado, me acerqué, arrodillándome en la cama frente a ellas. Las dos, ahora completamente entregadas, aceleraron sus movimientos, sus manos se agitaron mas rapido, sus cuerpos temblando.
Lucía fue la primera en acabar. Su concha se puso toda mojada junto con los dedos de Clara. Un gemido agudo escapándose de su garganta mientras su su culo hermoso se relajaba. Clara la siguió casi de inmediato, su respiración entrecortada convirtiéndose en un jadeo profundo. Su concha era un tatuaje en mi vida. La concha mas linda siempre seria la de Clara. Yo, viendo sus caras de putitas, contorsionadas por el placer, sentí la presión acumulada en mi cuerpo explotar. Sin poder contenerme más, me dejé acabar, mi orgasmo saliendo en chorros que cayeron sobre las tetas de Clara y la megilla derecha de Lucía, marcando sus pieles con líneas blancas que brillaban bajo la luz tenue del cuarto. Ninguna de las dos se limpio. Se quedaron quietas disfrutando el frio momento de la muerte dulce.
Por un momento, el único sonido fue el de nuestras respiraciones agitadas. Clara, con una calma que contrastaba con la intensidad de segundos antes, se limpió con un dedo, llevándoselo a la boca con una sonrisa lenta. Lucía, todavía jadeando, la imitó, lamiendo el pecho de clara como una perrita sedienta. Y sus ojos encontrándose con los míos con una mezcla de desafío y satisfacción. “Se porta bien el viejo,” dijo Clara, su voz cargada de una autoridad que me hizo sentir pequeño pero extrañamente completo.
“Ahora andá a limpiarte,” añadió, como si nada hubiera cambiado desde la noche anterior. Yo, todavía temblando, me levanté, sintiendo el peso de lo que acababa de pasar. Me acerque a Clara y le puse la pija goteando cerca de su boca. Ella sabe que me gusta verla tomandose hasta la ultia gota de mi semen. Le paso la lengua y sonrió.


Mientras salía del cuarto, las oí reírse suavemente, un sonido que me excluía pero que, al mismo tiempo, me ataba aún más a ellas. Sabía que esto no terminaría ahi, pero tambien sabia que se estaba por armar mucho pero mucho lio.

2 comentarios - putita la niñera 13

nukissy2344
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