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putita la niñera 11

La casa estaba en calma esa tarde, pero era una calma engañosa, como el silencio que precede a una tormenta. Lucía estaba de franco, y desde lo del día anterior, Clara andaba rara. Hablaba poco, con respuestas cortas y un tono que cortaba como vidrio. Yo, por mi parte, no podía sacarme de la cabeza lo que había pasado en el living. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Lucía, sus pecas, su respiración entrecortada, sus manos guiándonos. Sentía el calor de su pecho bajo mi palma, el roce de los dedos de Clara en sus caderas. Era una película que se repetía sin parar, y mi cuerpo reaccionaba cada vez que la evocaba.
Daba vueltas por la casa, inquieto, con la cabeza en cualquier lado menos en el presente. Pasé por el pasillo y vi la puerta entreabierta de la pieza que le prestábamos a Lucía desde que cortó con el novio. Algo me empujó a entrar, como si una fuerza invisible me jalara. El cuarto olía a ella, a ese perfume dulzón que siempre llevaba, mezclado con algo más, algo más crudo, más humano. Sobre una silla, cerca de la cama, vi un bolso abierto con ropa desparramada. Me acerqué, como si estuviera hipnotizado, y revolví un poco. Entre remeras y un jean gastado, encontré una tanga negra, de encaje, arrugada como si la hubiera usado hace poco. La tomé entre los dedos, sintiendo la tela suave y tibia. Sin pensarlo, me la llevé a la nariz.
El olor me pegó como un rayo. Era Lucía, pura y cruda, un aroma que mezclaba sudor, piel y algo más íntimo, algo que me hizo cerrar los ojos y apretar los dientes. Mi pija ya estaba dura, empujando contra el pantalón, y no pude resistirme. Me senté en la cama, con la tanga en una mano, y con la otra me desabroché el jean. Envolví mi verga con la tela, el encaje rozando la piel sensible, y empecé a masturbarme. Despacio al principio, saboreando la sensación, imaginando a Lucía poniéndose esa tanga, caminando por la casa, su culo moviéndose bajo la ropa. La imagen de ayer volvía una y otra vez: sus tetas bajo mi mano, su suspiro cortando el aire, Clara apretándose contra ella. Mi mano iba más rápido, el encaje raspaba justo lo necesario, y mi respiración se volvía un agitacion. La tanga estaba húmeda, no sé si por mi o por ella, y eso me volvía loco. Me imaginé a Lucía en esa misma cama, tocándose el culo, pensando en nosotros, en lo que hicimos. Mi pija palpitaba, hinchada, a punto de estallar.
No escuché la puerta abrirse. Solo sentí el cambio en el aire, un leve crujido del piso, y cuando abrí los ojos, ahí estaba Clara. Me miraba desde el umbral, con los ojos entrecerrados, una mezcla de sorpresa y algo más oscuro, algo que no supe descifrar. Me quedé paralizado, con la tanga todavía envolviendo mi pija, la mano quieta pero sin soltar. “¿Qué mierda estás haciendo, Juan?” dijo, pero su voz no tenía enojo, sino una curiosidad afilada, casi divertida. Antes de que pudiera balbucear una excusa, se acercó y, sin decir nada más, se arrodilló frente a mí.
No hubo palabras. Clara me agarro fuerte la pija con la tanga todavía envuelta, sus dedos fríos contrastando con el calor de mi piel. Empezó a mover la mano, lento pero firme, siguiendo el ritmo que yo había dejado. Sus ojos no se apartaban de los míos, y había algo en su mirada, una intensidad que me hizo temblar. La tela del encaje se deslizaba con cada movimiento, y yo sentía que iba a perder la cabeza. “Sos un enfermo de mierda, pajero,” dijo mientras me la miraba y miraba la tanga toda mojada, pero no paró. Al contrario, aceleró, apretando más, hasta que no pude aguantar. La leche me subio desde abaojo de los huevos por toda la pija hasta la cabeza qeu estaba empapada. Exploté temblando, la leche saliendo en varios chorros chorros, manchando la tanga y sus dedos. Clara no se inmutó. Con una calma que me descolocó, desenvolvio el paquete sexual, se llevó la tanga a la boca y lamió, primero la tela, luego mi pija, chupando cada gota de semen caliente con una lentitud que me hizo apretar los puños. Sus labios brillaban mientras se pasaba toda mi verga acabada por sus mejillas, y cuando terminó, me miró con una cara de puta que nunca le habia visto.
No dijo nada. Se paró y separo las piernas, se desabrochó el pantalón y lo dejó caer al piso. Su ropa interior era sencilla, blanca, pero no había nada inocente en cómo se la quitó. Tomó la tanga manchada, todavía húmeda, y se la metió despacito en la concha, frotándola contra su clítoris antes de empujarla más adentro. Se sentó arriba mio, sus manos en mis hombros, y empezó a moverse. Yo sentía la tela adentro de ella, el calor de su cuerpo, y mi pija, que apenas había tenido tiempo de descansar, se puso dura otra vez. Clara se pellizcaba los pezones, tirando de ellos con fuerza, mientras su respiración se volvía un jadeo. “Mirá lo que me hacés hijo de puta, ahora quiero que me hagas el culo,” deia al aire, y sus caderas se movían más rápido, más desesperadas. Dos minutos duro su paja. Cuando acabó, su cuerpo se tensó, un gemido bajo escapó de su garganta, y sentí la tanga empapada dentro de ella, apretada por sus espasmos.
Se quedó ahí un segundo, con el corazón latiendo a mil, con los ojos cerrados. Después se levantó, se saco la tanga de lucia de adentro y me la tiró en la jeta, se puso el pantalón como si nada, y salió de la pieza sin mirarme. Yo me quedé en la cama, con la pija otra vez dura, el olor de Lucía y Clara mezclado en el aire. Mi pija no iba a bajar fácilmente. Volví a envolverla con la tanga toda viscosa de leche y flujo de ellas dos y me hice la paja hasta acabar otra vez.

1 comentarios - putita la niñera 11

nukissy3762
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