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Le robé la mujer a mi vecino - Parte 5

Me quedaba solamente poco menos de un mes para que yo tuviera que terminar mis vacaciones. A ver, eso es cierto y al mismo tiempo no. Por suerte estaba en una posición que si yo lo quería las extendía. Nadie me iba a decir nada. Pero tampoco quería dejar el estudio en manos de los chicos tanto tiempo, no porque no hicieran bien su trabajo, sino porque no correspondía ser tan irresponsable. Además ya se estaba acercando la época del año en la que ellos también tenían que tener su tiempo libre. No correspondía estirar las vacaciones.

Pero cuánto lo quería…

Esa cogida hermosa que nos dimos con Laura en su cocina marcó un antes y un después en nuestra relación. Creo que los dos nos sacamos un montón de cosas que llevábamos por dentro y no estoy hablando solamente de lo físico, o del chiste fácil de lo llenos que yo tenía los huevos. A partir de esa mañana en su cocina… bueno, casi que no paramos de coger.

La cantidad de veces que lo hice cornudo al infeliz de Alejandro no podría contarlas, fueron demasiadas. En mi casa o en la suya, no importaba. Cuando el tarado se iba a trabajar a los campos, yo me iba a jugar al campito de Laura. Y ella me recibía siempre bien, con tanto gusto y tantas ganas. Como si no hubiésemos cogido el día anterior. Los dos nos regalábamos tanto placer.

No podría elegir “una” vez que cogimos. Además, para qué serviría? De qué serviría hacer un ranking así? Lo importante es que yo le daba duro y parejo a la mujer que deseaba, a escondidas de su marido, y ella me daba placer a mí. Pero si en realidad tuviese que elegir una? Tipo, quedate con el recuerdo de una y solo con esa…

Había sido un jueves. Ese día me había levantado con una calentura atroz, no me pregunten por qué. No les pasa que algunos días directamente se levantan particularmente calientes? Para colmo el día anterior a ese no la había visto a Laura, se había ido con el marido a la capital y se pasaron todo el día juntos ahí. Y para otro colmo, el día anterior apenas nos pudimos ver un ratito por la mañana, cuando Alejandro desapareció por un rato, y Laurita me regaló una linda tirada de goma. Cómo le gustaba chuparme la pija…


Le robé la mujer a mi vecino - Parte 5

Se había venido ese día a casa y me regaló una hermosa mamada. Yo, para no ser menos, le regalé toda la leche que llevaba, dándosela toda en su boca hermosa. Los dos nos sonreímos, a los dos nos encantaba.

Pero volviendo al punto, eso había sido hacía ya tres días. Yo necesitaba verla ya. No aguantaba más. Y las cosas que nos decíamos por chat, cuando su marido no la veía con el celu, bueno… tampoco ayudaban para nada. Generalmente era ella la que iniciaba el tema de vernos, más que nada por una cuestión que ella sabía cuando se podía hacer y cuando no. Yo solamente esperaba a que ella me avisara cuando podía ir a su casa, o ella venirse a la mía.

Pero ese jueves yo venía muy mal, muy caliente y muy al palo. Antes del mediodía le mandé un mensaje.

“Hola diosa hermosa, reina divina”
“Hola bebé, mi rey”, me contestó al ratito.
“Necesito verte”
“Pasa algo?”
“Necesito sentirte y que me sientas 🙂 “
“Ah! Ok… jajaja”
“Dale, te quiero ver.”
“Se va despues de comer, aguanta.”
“Bueno, me avisas?”
“Si, hermoso”

A mi no me pasaba mas la hora. No me pasaban los minutos. Me hice algo para comer, me tiré a ver algo de TV, pero estaba pendiente del celular todo el tiempo a ver cuando me llegaba el aviso. Por fin a eso de las dos escuché a las ruedas de la camioneta del cornudo empujando y estrujando el ripio de nuestra calle. Para asegurarme, me fui hasta la puerta y la vi yéndose, levantando un poco de polvo en la distancia.

Me puse a pensar en ese forro hijo de puta de Alejandro y cuanto más pensaba, más bronca me daba. O envidia me daba. No se. No eran pensamientos ni sentimientos buenos. Eran bien feos. Lo detestaba por haber tenido tanto tiempo a Laura. Por ser su marido en lugar de mí. Por lo estúpido y dientudo que era. Por un montón de cosas. Mi celu por suerte vibró pronto y me sacó de esos pensamientos.

“Ya se fue. Voy para allá”, vi el mensaje de Laura, pero yo ya tenía otra idea.
“No, quedate. Voy yo.”
“Ok”

Al ratito le toqué el timbre. Ni bien entré a la casa ya estábamos a los besos, ahí mismo detrás de la puerta de su casa, abrazados y queriéndonos arañar de placer. Casi que no nos dijimos nada. Me di cuenta que Laura venía tan caliente como yo. Que ese par de días que no nos habíamos visto la había afectado a ella igual que a mí. Sin dejar de besarnos y meternos mano, nos fuimos sacando la ropa el uno al otro. Ya estábamos los dos desnudos en su living y ella me abrazó el cuello, queriendo llevarme despacito hacia atrás hasta uno de sus amplios sillones, pero yo no quería saber nada con eso. Yo tenía otra idea. Le gruñí en la boca diciéndole que no y, casi a los empujones de pura calentura, la guié hasta su cuarto.

Todas las veces que me había visto con Laura en su casa, jamás lo habíamos hecho en su cuarto. Siempre en algún otro lugar de la casa. Nunca me lo dijo, expresamente, que no lo quería hacer ahí, pero quizás era un tema psicológico de ella. De no querer ensuciar, o mancillar, la habitación y la cama que compartía con su esposo. No lo sé. Pero a mí ese día me importaba tres carajos todo eso.

La llevé casi a los empellones mientras nos besábamos como dos adolescentes. Entramos a su dormitorio y la empujé fuerte contra la cama, haciéndola caer de espaldas. Sonriendo al ver su cuerpo rebotar desnudo y el vaivén de sus tetas. En su cara había un rastro de confusión, pero al mismo tiempo el fueguito de calentura en los ojos que yo ya le conocía también.

Me hizo una muequita desde la cama, “Mmm.. que te pasa estás ansioso?”
Yo ni le contesté. Me subí encima de ella y le dejé caer todo el peso de mi cuerpo encima, enterrándole mi cara en el cuello y sintiendo como ya suspiraba de placer, sus manos acariciándome la espalda, “Mmm.. Ricky….”
Le gruñí un poco en el oído mientras le separé una pierna con una mano, apoyándole la dureza que tenía en la verga sobre su pubis, “... hace tiempo que te quiero coger así… mmmhh”
“Así cómo?”, me preguntó mientras me daba piquitos en el hombro.
“Cómo si fueras mía…”, le dije.

Sentí los músculos de su cara hermosa sonreír en silencio, pero no le dí tiempo a mucho más. Me agarré la pija, con la punta hinchada le encontré la dulce humedad que ya llevaba en su vagina y sin una pizca de diplomacia le dí un viandazo con mi cadera que me hizo enterrar todo en ella, hasta los huevos.

Laura no se lo esperaba. Pegó un gritito de placer y dolor y sentí como me clavaba las uñas en la espalda, “Agh! Aaah… la-la puta madreeee… aaaah, que dura la tenés mi amor!”

Ni le contesté. Gruñendo y gimiendo como un cavernícola me la entré a coger. Pero no nada mas a coger, me la entré a machacar. Mal. Feo. Con fuerza. Mis manos le atenazaron el cuerpo en un par de lugares y le entré a dar verga dura como creo que no le había dado nunca antes. La idea de estar cogiéndome a esa hembra, en la cama de su marido, era demasiado. Yo volaba tan alto en mi placer que apenas la escuchaba a ella protestar, gemir, gozar. Apenas sentía su cuerpo retorciéndose bajo el mío, soportando y disfrutando a la vez los empellones profundos y fuertes que le estaba dando con mis caderas. Mi pija iba a obligar a esa concha a rendirse y darle todo, y no había otro resultado posible.
“AY! Aaaaah! Aaaaah! Ay Ricky… aaaaagggh.. Ayyyy hijo de putaaaaa! Sssssiiii!!!!”, gritaba Laura mientras mis bombeadas le entrecortaban la respiración.

Yo no duré mucho. En realidad los dos no duramos mucho. Yo, porque ese era por fin el día que no solo me estaba cogiendo a la mujer de otro en la cama del marido, a la mujer de mis deseos en ese lugar tan íntimo… no. También era porque el río de leche que yo ya sentía a punto de rebalsarme los huevos, se lo iba a dejar bien adentro de esa concha sublime. En ese momento y en ese lugar la iba a hacer por fin mía, y no me importaba si protestaba o se quejaba. No me importaba nada.

Y Laura… no sé en que estaba pensando. No en mucho, me parece, porque en cuanto la empecé a penetrar igual de fuerte pero más y más rápido, buscando acabar, creo que se le desconectó algo. Jadeaba, balbuceaba, no se esperaba semejante machacada, semejantes viandazos de mi verga, tan fuerte y tan adentro suyo. Cuando la sentí tensarse debajo de mi y retorcerse tan dulcemente en su clímax, yo tampoco pude aguantar mas.

Acabamos los dos juntos, ella aferrada a mí y volando por algún lado, y yo llenándole la concha de mi leche caliente y espesa, bien profundo, bien adentro, para que sintiera todo lo que le estaba dejando y regalando.


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Éramos hombre y mujer, por fin, y cuando nuestros jugos se mezclaron dentro de ella tan dulcemente, finalmente lo habíamos consumado. Era una pelotudez, lo sé, pero en ese momento por fin la sentí mía. Cien por cien.

Cuando me calmé luego de un suave ratito de disfrutar eyacular en ese templo que llevaba entre las piernas, me incorporé un poco. Saqué mi cara de su cuello, todavía recuperando el aire y presioné mi frente contra la de ella. Cuando abrí los ojos me encontré con los de Laura, mirándome fijo.

Muy, muy bajito, me habló, “Qué… qué hiciste…”
Le di un beso suave a esos labios, con mi verga todavía enterrada profundo en ella, “Lo que quise hacer desde que te ví, Lau…”
Ella me acarició una mejilla sin dejar de mirarme a los ojos, “Que cosa?”
La besé de nuevo, “Llenarte de toda la leche que tengo… hacerte mía de verdad…”, le dije sin mentirle.

Laura no dijo nada. Solo cerró los ojos y abrazándome un poco más fuerte y más dulce, empezamos a besarnos profundo. Amándonos así. Yo sin salirme de ella y ella ni siquiera pidiéndome que lo hiciera.

El reloj se nos derritió como en ese cuadro de Dalí.

En esas tres semanas y pico que me quedaban en Mendoza, a lo largo de varias largas charlas y varias cogidas, fue que terminé de entender a Laura. Lo que de afuera parecía un matrimonio normal, que se llevaban lo bien que se podría llevar cualquier matrimonio, no era en realidad, bajo la superficie, tan así.

Laura estaba frustrada. Pero decir solamente eso es una burda simplificación y una burla a los verdaderos niveles de tristeza y frustración que llevaba encima. Se había casado con Alejandro, me había dicho, hacía ya once años. Los primeros tres o cuatro habían sido buenos, normales. Pero ella pronto se vió atrapada en una relación que ya no le servía.

Me decía que Alejandro mucha bola no le daba (otra marca mas de la imbecilidad de ese tipo). Que mas allá que el sexo que un matrimonio podía tener, o alguna otra atención especial, algún regalito, alguna caricia en el alma de vez en cuando… él no le daba bola. Parecía no importarle, la mayoría del tiempo. Laura me contó que habían estado ya en dos ocasiones al borde del divorcio. Que habían emparchado las cosas, sí. Que decidieron darle a la relación sendas nuevas oportunidades y que al principio de esos intentos la cosa iba bien, pero todo pronto se le desmoronaba a lo mismo.

Apatía. Falta de amor, de cariño. Hasta de sexo. Me dijo que se sentía como atrapada en una casa en blanco y negro, viendo para afuera por la ventana como el mundo era a colores. Colores que ella tenía vedados. Encarcelada en una relación de la que había intentado salir y nunca había podido.

De hecho, me dijo, que ellos se mudaran a Mendoza en un principio fué justamente para intentar salvar al matrimonio. Que hacía tiempo habían tenido una pelea muy fuerte, a Laura las frustraciones la habían desbordado y algo estalló entre ellos. Pero de alguna manera lo emparcharon con el tiempo y decidieron cambiar. Cambiar de aire, de lugar, de vida… a ver si con eso les funcionaba mejor. Laura se esperaba un cambio, me dijo. Estaba lista para eso, para encontrarse con un ambiente nuevo y así, ella también, renovarse.

Pero me dijo que nunca había esperado encontrarse conmigo.

Alguien que la hacía sentir bien. Bien y viva. Que la hacía sentir joven, la hacía reír y la hacía calentar. Que parecía adorarla, o al menos buscarla como mujer, algo que el pelotudo de Alejandro vaya a saber por que ya había abandonado hacía años. Laura me dijo que quizás debió haberlo frenado de una, al principio, por el bien de la pareja y el plan de arreglar las cosas… pero que no pudo. Que sencillamente conmigo no pudo.

Yo al escuchar eso, en la charla que me lo dijo, la miré seriamente. Le dije que yo tampoco esperaba encontrarme con una mujer como ella. Ya saben lo que pienso de ella, no lo voy a repetir. Lo vengo diciendo desde que empecé. Ya aburre. Pero más allá de todo eso… yo ahí estaba de vacaciones. En algún momento yo tenía que volver a Buenos Aires, por lo que cualquier cosa que hiciéramos o siguiéramos haciendo, tenía una fecha natural de vencimiento. Pronto yo ya no estaría ahí y su vida con Alejandro seguiría.

Quizás podrían arreglar las cosas, le dije, quizás no. De cualquier manera yo no iba a estar ahí para molestar ese proceso. Laura se puso un poco triste, pero lo entendió. Ya estábamos grandes y la cosa era así. De nada servía pensar en hipotéticos, onda “si te hubiese conocido hace quince años…” y cosas así. Si mi abuela tuviera ruedas sería una bicicleta. Los hipotéticos no sirven.

Los dos lo entendimos. Lo lamentamos, pero lo entendimos. Decidimos disfrutar el tiempo que nos quedaba juntos. Lo de juntos es un decir. El tiempo que nos quedaba de estar cerca, más bien. Yo en ningún momento le dije a Laura que se viniera a Buenos Aires conmigo, o de seguir en contacto de alguna manera luego de mi partida. O que si se separaba eventualmente del forro cornudo hijo de mil putas que me llamara. Ninguna locura de esas. Todo eso era impráctico para los dos. Mas hipotéticos que no servían.

Nos tocó disfrutarnos esos días, ese allí y entonces, y nada más. Peor, le dije, hubiese sido que nunca hubiese pasado. Al menos nos quedó ésto.

El tiempo pasó, porque al tiempo le chupa un huevo los planes y los sentimientos de la gente. Finalmente llegó el día que yo me tenía que volver. El día anterior me la pasé dejando limpia la casa y el jardín, empacando y revisando mi auto, que estuviera todo bien para el viaje de vuelta. Alejandro me había dicho que, como despedida, que fuera a la casa de ellos a cenar. Le pregunté, medio en joda y medio en serio, si había sido idea de Laura o de él. Se rió y me dijo que era de él. Que me iba a extrañar.

Me dió un poco de pena por él, pero microscópica.

Cenamos en su casa esa noche lo más bien. Yo no quería pasarme con el vino porque tenía que levantarme temprano al otro día y manejar largo. Pero la pasamos bien igual los tres. Al final me despedí de Alejandro, diciéndole que si necesitaba algo o si quería usar la pileta que no había problema, que me avisara nomás. Y a Laura le dije que por qué no me acompañaba a casa, que le iba a dar lo que me había quedado de comida y bebida en la heladera. Sería una pena que se echara a perder, pudiendo tenerlo ellos.

Laura se quedó un rato en casa y después volvió a la suya cargando tres bolsas con comida y botellas. Le dijo a Alejandro que había tardado porque se colgó charlando, tomándose un café que le ofrecí y viendo que se llevaba.

En realidad se quedó para que nos disfrutemos una última vez. Sobre uno de mis sillones, ya cubiertos de tela para que no se llenaran de polvo, nos amamos fuerte y dulce por última vez. Y por última vez tuvimos nuestro orgasmo juntos. Su vagina temblando suave, queriendo exprimirme la pija y mi verga, gustosa de ser exprimida, dejándole de regalo toda mi leche caliente y mi amor.


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Nos quedamos besándonos, nuestros cuerpos aún unidos, por un largo rato. En la penumbra. Y los dos nos dijimos cosas que no voy a repetir acá, porque fueron cosas que yo nunca en la vida le había dicho a ninguna mujer, y cosas que jamás pensé que iba a oír de los labios de una. Nos vestimos finalmente y con un último, largo y placentero beso, Laura me regaló una sonrisa y la vi volverse con sus bolsas hacia su casa.

Me fui a acostar casi inmediatamente. Ya tenía todo listo. El viaje de vuelta, para mí, iba a ser muy, pero muy largo.

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