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Le robé la mujer a mi vecino - Parte 4

Por suerte esa noche, luego que terminamos de cenar en lo de mis vecinos y yo me volví a casa con Susan, a ella le había caído un poco mal todo el vino que se tomó y se quedó planchada. Y yo, acostado al lado de ella, mirando el techo. Disfrutando una y otra vez en mi cabeza la sensación de la vaciada de huevos que me había dado la boca de Laura.

Fue hermoso. Fue distinto. Todo ese tiempo, si, las veces que había venido Susan a Mendoza claro que cogíamos. Y si, de vez en cuando alguna pajita me hacía. Pero esa eyaculación que Laura me sacó y consumió tan gustosa, se sintió fuerte. Se sintió especial. Por fin había dejado mi leche, de alguna manera, en el cuerpo de la hembra que yo deseaba ya con locura. Y en ese momento en el que le exploté en la boca, sintiendo sus gemidos, su lengua acariciándome la verga al tragarse todo… en ese breve momento todo estaba bien en el mundo. No me importaba otra cosa que sentir eso. Y pensaba que ella algo parecido también había sentido.

Al menos, eso creía. Porque después de esa noche, de esa chupada de verga furtiva en mi cocina, hubo una especie de silencio radial por parte de Laura. Al otro día a la mañana temprano la llevé al aeropuerto a Susan y volví a casa a seguir mis vacaciones solo. Durante todo ese día, nada de Laura. Ni una línea de chat, pero yo sabía que el marido estaba en la casa. No me calenté mucho.

Pero al día siguiente, el martes, yo ya esperaba algo de ella. Sin embargo, no me mandó nada. Vi que Alejandro se había ido con la pickup a la mañana, pero curiosamente volvió a su casa después del mediodía. Horario inusual. Laura no me había mensajeado porque sabía que el marido iba a volver temprano? Podía ser. Pero ni siquiera un “hola” a la mañana? Nada? Se habría arrepentido de lo que hicimos y pensaba que si lo dejaba pasar, si se alejaba un poco, eso iba a quedar ahí y los dos nos terminaríamos olvidando?

Yo no me iba a olvidar. No podía hablar por Laura, por lo que podía llegar a estar pensando o sintiendo. Si ella pensaba que esa mamada en mi cocina fue eso y nada más, que no quería saber más nada o se arrepintió de engañar al marido, bueno. Pero yo después de eso quería más. Mucho más. Y no estoy hablando solamente de otra chupada de pija.

Dejé pasar todo el martes. Laura no me mensajeó en todo el día. Ya era atípico, pensé, y me preocupé un poco. Decidí que si al día siguiente ella no tomaba la iniciativa de contactarme, que lo iba a hacer yo.

El miércoles me desperté como siempre, día normal, pero con la idea de mandarle un mensaje a Laura más tarde. Recién me había terminado de hacer un café con leche para desayunar, estaba en pleno sorbo cuando el celu me vibró en la mesa. Me había ganado ella de mano.

“Hola Ricky buen dia como va?”
“Que hacés Lau, buenas…”
“Todo bien?”
“Si, recién me levanto. En que andas?”
“Nada, en casa. Oime, ya desayunaste? Queres venir? Tengo tostadas con mermelada”


Me chupaba un huevo que yo ya estaba desayunando. Dejé el café ahí en la mesa y antes de contestarle nada, quería cerciorarme de algo. Me fuí hasta mi puerta y discretamente espié para el lado de su casa. La pickup no estaba. Alejandro se habría ido muy temprano y yo no lo escuché.
“Voy”, le mandé solamente.

Me vestí y al ratito ya estaba en la cocina con ella, tomándome un rico café y comiendo tostadas. Nos pusimos a charlar, como siempre lo hacíamos, de todo y de nada. Pero la notaba distinta. No sé si rara, pero distinta. Tenía otra onda, otro humor. Claro que la gente no tiene que ser igual todos los días, por supuesto. Todos tenemos días mejores y peores. Pero no le estaba viendo y notando el tono y el buen humor que ella llevaba siempre. Estaba como más tensa, más retraída en sí misma. No sabía si había discutido con el marido por algo, o si le había caído la ficha de lo que habíamos hecho un par de noches atrás y no quería ni tocar el tema. No lo sabía.

Sabía que su vestimenta no me estaba sugiriendo nada. No me había abierto la puerta en ropa interior, como aquella vez. Y si bien lo que tenía puesto en ese momento, una especie de topcito de lana y un short de jean, a quien no la conociera le resultaría un poco llamativo, yo ya estaba cansado de verla siempre así.

Es un decir, claro. Nunca estaba cansado de verla así. Acostumbrado sería la palabra.

Después de un rato de charla y ya por el segundo café, directamente le pregunté.
“Che, estás bien?”
“Yo?”
“Y si, quién va a ser?”, le dije.
“Por?”, me preguntó.
“No sé, te noto media tristona. Seria. Pasó algo?”
Ella tomó un sorbo de café y no me sacó los ojos de encima, me habló en un tono suave, como si no quisiera que nadie la oyera pese a que estábamos solos, “... te parece que no pasó nada, Ricky?”
“Ah, bueh… okey…”, asentí.
“Si, okey.”, me repitió sin dejar de mirarme.

Yo tomé otro sorbo de café, quedándome en silencio un momento. La verdad no sabía qué decirle, “Si querés no se habla más del tema y listo. Todo bien.”
“Si, me encantaría. Estaría bueno”, me dijo en un tono chato.
“Pero…?”
Laura suspiró, “No sé. Me parece que no es algo para dejar sin hablarlo.”
Yo le asentí, “Tuviste algún quilombo con Ale?”
“No es eso”, me dijo.
“Y qué es, entonces? No te gustó?”, le pregunté.
“Claro que me gustó…”, me dijo. Yo sabía que le había gustado, pero me encantó oírlo de sus labios. Nadie gemía así si no le estaba gustando, “No es el punto ese… no sé.”
“Y cuál es el punto, Lau?”
“Ay… Dios, no sé, Ricky…”, se lamentó, “Tengo un quilombo en la cabeza…”
“De qué?”
Me empezó a hablar sin mirarme, jugando un poco con la taza, “Yo… la verdad que no me esperaba, de mí digo, haber hecho algo así. Cuando nos mudamos acá, la verdad que pensé que iba a ser otra cosa.”
“No te entiendo, Lau”, le dije.
Ella suspiró, “No importa. Es que no sé, Ricky. Yo no quiero joderte y menos quiero que me jodan a mí, me entendés? Yo soy una mujer casada, vos tenés tu novia. Nada, eso.”
“Obvio, se entiende”, le contesté asintiendo, “De nuevo, está todo bien. No tenés que explicarme nada.”
“Es que no quiero que pienses que soy una loca, que se yo…”, me miró.
“Por qué pensaría eso?”
“Y porque hicimos eso la otra noche, y ahora por ahí mucha bola no te doy, no sé que pensás…”

Me encogí de hombros, “No pienso nada, Lau. La otra noche… bueno, creo que nos sacamos un poco los dos y lo hicimos porque nos pintó hacerlo. No se vos, pero yo hacía rato que quería hacer algo así. Y bueno, se dió, lo hicimos y punto.”
Laura me asintió, “Si, claro.”
“Digo, los dos lo quisimos hacer. Nadie obligó a nadie.”, le aclaré.
“No, por supuesto. No digo que no quería”, agregó ella.
Yo la miré un momento, “Estoy muy errado si digo que me parece que vos también lo venías pensando?”
Ella me devolvió la mirada y nuestros ojos se encontraron, “No… no estás errado.”
Yo le sonreí, para tratar de distender un poco. A la situación y a ella, “Entonces ya está, Lau. No hay que hacer tanta historia. Queda entre nosotros. Los dos nos teníamos ganas, o al menos ganas de algo así, lo hicimos, nos sacamos las ganas y listo. Queda entre nosotros.”

Laura no me dijo nada, solo asintió, esbozando un intento de sonrisa. Yo me tomé otro sorbo de café, mirándola, tratando de entender qué había detrás de esos ojazos, “Hay una sola cosa que no entiendo.”
“Hmm? Que cosa?”
“No sé por qué dijiste que tenías un quilombo en la cabeza.”, la miré.
“Y… te parece que no da para pensar lo que hicimos?”, me contestó.
“No, no es eso. Digo… si hicimos lo que hicimos, no? Y los dos estamos de acuerdo que lo hicimos y ya está. Que queda entre nosotros. La verdad? Tema solucionado. No veo donde está el quilombo.”, le dije.

Laura me miró un momento que se me hizo un poco largo. Un par de segunditos más largo que lo que debería haber sido. Solo me contestó, “Bueno… okey, ya está…”, se dió vuelta y fue hasta la pileta de la cocina a enjuagar una taza.

Yo la miré desde donde estaba, disfrutando las suaves curvas de su espalda y el culazo hermoso que tenía aprisionado en ese shortcito de jean. Me tomé un sorbito de café como para darme ánimo y caminé hasta donde estaba ella, poniéndome por detrás. No la apoyé fuerte, para nada, pero si le hice sentir mi cuerpo pegado a su espalda mientras mis manos se le posaban suave en los hombros. Le hablé bajito, solo para ella, pese a la soledad y el silencio de la cocina, solo roto por el ruido del agua corriendo.

“Me parece que no está nada, no?”, le dije acariciándole los hombros despacito.
“... no…”, la escuché decir. No se había alejado de mí cuando me sintió, ni quiso escaparse de mi toque. Le corrí un poco el pelo largo y le dejé un lindo y suave beso en la piel delicada de su cuello, sacándole un suspiro de los labios. Luego otro, y otro más. Mis manos bajaron y empezaron a sentirle los costados.
“... Ricky…”, la escuché entre un suspiro.
“Que?”
“No podemos estar haciendo ésto…”, me dijo.
Le dejé un beso largo y una linda chupadita del lóbulo de la oreja. No se si le dió cosquillas o qué, pero torció un poco el cuello para frotarlo contra mi cara, “No podemos? O no queremos?”
“... no podemos…”
“Porque yo si quiero…”, le dije susurrándole al oído.
Ella suspiró y me apoyó un poco el peso de su cuerpo contra mi. La sensación de estar apoyándole la verga en ese culo me sobrepasó un poco, y creo que a ella también al sentirme así, “... yo también, lindo, pero no puedo… no puedo…”

Yo ya no podía más de calentura de tener a Laura así. No me importaba lo que me decía, ni me importaba lo que yo me escuchaba decir. Esta hembra increíble me estaba haciendo hervir la sangre. La separé un poco de la pileta de la cocina, trayéndola más hacia mí y le empecé a chupar el cuello en serio. Quería tomármelo todo, quería beber esa piel. Ella sólo suspiraba y largaba algún gemido bajito, pero pronto sentí su mano acariciando la mía.

Con una mano le empecé a sentir el culo por encima de la tela del jean, estrujándolo y dándole algo del placer que se merecía. Mi otra mano, casi con vida propia, encontró el borde inferior de su top y lo deslizó hacia arriba, por sobre la amplia curva de sus senos, descubriéndolos completamente. Laura no se había puesto corpiño, por lo que le colgaron suaves, pesados, naturales y hermosos.


Le robé la mujer a mi vecino - Parte 4


Con una mano sintiéndole el culo y la otra estrujando una de esas tetas increíbles, mi verga estaba hecha una piedra bajo mi pantalón. Ya me dolía de lo que me estaba apretando. Para colmo, escuchar como estaba haciendo calentar a Laura, con sus jadeos suaves y sus gemiditos, me estaba volviendo absolutamente pelotudo.

Le di vuelta la cara y nos empezamos a besar así. Como esa noche en mi cocina. Con hambre. Con mucha hambre del otro. Ella creo que casi por instinto de hembra me apoyaba el culo contra el bulto que yo llevaba, mientras nuestras lenguas jugaban y se degustaban, nuestros rostros arrojándose gemidos y respiraciones fuertes uno al otro.

Laura no aguantó más y se dió vuelta para empezar a besarnos en serio, como se debía hacer. Fundidos en un abrazo y caricias, nos matamos así a besos largos, húmedos y tan profundos. Ella sola llevó una mano sobre mi bulto y me lo apretaba, sintiéndolo, disfrutándolo. De pronto dejó de besarme, le ví ese destello de pasión y calentura en el rostro que ya se lo había visto varias veces. Sin decir nada se arrodilló frente a mí, me desabrochó el pantalón, sacó ella misma mi pija dura al aire y, tal como había hecho aquella noche, se la mandó dentro de su boca. Chupando, gimiendo, gozando de cómo un macho se la estaba llenando. Y yo tuve que echar la cabeza atrás y casi gritar de placer. Esa boca, esa mujer, no podía sentirse así de bien. Nunca antes había estado con una mujer a la que le gustaba tanto tener la boca llena de pija.

Ella sola, también, trabajosamente se había desabrochado y bajado el shortcito y yo la veía desde arriba, llevándose una mano de vez en cuando entre sus piernas y frotándose, dándose aún más placer mientras me chupaba.

Yo estaba luchando conmigo mismo para no acabar ahí. Para no llenarle la boca de leche a esa diosa que me estaba complaciendo, a quien estaba complaciendo. Estuve así unos dulces y largos minutos, que se me hicieron eternos. Si Laura pensaba que con una mamada me iba a satisfacer, estaba equivocada. La otra noche, bueno, quizás sí. Esa mañana… esa mañana no.

Cuando no pude más me agaché y la levanté suavemente con mis manos, poniéndola de pie. Me saqué la remera que ya me molestaba y dándonos unos besos profundos la di vuelta, inclinándola apenas un poco sobre la mesada. Ella me protestó algo entre los besos.
“Ricky.. Mmmh… pará… pará…”, escuché que me susurraba, pero al mismo tiempo ella sola me apoyaba el culo fuerte para sentir a mi pija ahí. Piel contra piel.

La tomé suavemente de su largo pelo y le di un tironcito, apenas suave, mirándola a los ojos, “Hermosa… diosa… desde el primer dia que te ví que te quiero coger…”, le dije y para darle énfasis le di un buen empujón fuerte con mis caderas, presionándola contra la mesada.
Laura dejó escapar un chillido de placer y me miró, “... yo… yo también… hermoso… no sabés como pienso en vos… todo el tiempo…”

Yo no necesité más. Con un gruñido le dejé unos cuantos besos más en la boca. Sin mucho preámbulo, sin mucha historia, le deslicé la punta de mi pija por la raya de ese culazo hermoso, para que la sintiera. Cuando Laura dobló un poco su espalda para darme mejor acceso, enseguida le sentí la concha. Ya estaba húmeda. Caliente. Lista, invitándome.

No puedo explicarles el placer que los dos sentimos en ese momento. Los gemidos que largamos los dos al unísono cuando la presioné y le entró fácil. Tan fácil, tan hermoso. Se la mandé suave y profunda, hasta mis huevos, hasta que no podía presionar más, llenándole ese órgano íntimo y hermoso de mujer. Me aferré con las manos en sus dos tetas, estrujándolas también, y entre dulces gemidos comencé a cogerla. Y ella a mí, ya que pronto la sentí empujándose ella misma contra mi cuerpo, sus caderas buscando las mías en su ritmo, tratando de sentirse aún más penetrada.

Ahí nomás, en su cocina. De parados. Sin forro. Me estaba cogiendo a la mujer de otro. A una diosa increíble que cuanto más le daba, más parecía querer.



madura



Laura me protestaba entre sus gemidos y su respiración entrecortada, “No… no me acabés adentro… “
“No… no, tranqui…”, la reconforté con unos besos mientras seguía dulcemente entrando y saliendo de ese cuerpo, de esa concha.
La sentí gruñir. Nunca había sentido a una mujer gruñir de placer, “H-hijo de putaaa… “, me escupió con ojos cerrados, “Que.. mmmh!!!! Que dura la tenés!!! Aaaahhh!!”

Laura estaba tan caliente y se había lubricado tanto que pronto empecé a escuchar el sonido, dulce pero algo asquerosito, de una buena cogida húmeda. Cada vez que mi verga tan naturalmente lubricada por ella le entraba y le salía, el sonido de carne mojada se mezclaba en el silencio de la cocina con el de dos caderas golpeándose, el de un hombre y una mujer cogiéndose como animales.

Estuve al borde de no poder contenerme y acabarle adentro. Tuve que aflojar un poco mi bombeada, recuperar un poco el aire y dejarla a ella que hiciera lo mismo. Todo entre besos de pura pasión y amor.
“No podés coger así, hijo de puta…”, me susurró en la cara.
“Y vos… no podés ser tan hermosa…”, le devolví un beso.

Para estar más cómodos, Laura agarró una de las sillas de la cocina y me hizo sentar. Acto seguido, se sentó ella encima mío, deslizando su cuerpo contra el mío, mi verga erecta en su concha humedecida y comenzó a montarme así. El cambio de posición pareció que le daba mucho más placer, ya que pronto se perdió en el ritmo y el éxtasis ella sola. Sosteniéndose en mí, se cogió ella sola en mi verga, que estaba encantada de complacer así a semejante hembra. Y yo también, me sonreía entre mi agitación, recorriéndole la piel con las manos y mordiendo esas tetas enormes que me bailaban frente a la cara.

Y así fue que ella acabó. Tuvo un orgasmo enorme que le sacudió el cuerpo, que pareció hacerlo mierda de lo intenso que fue. De nuevo, nunca había escuchado a una mujer gruñir de placer, pero Laura lo hacía. Gemía y gemía, hasta que los gemidos se transformaban en pura protesta de placer, gruñidos profundos de éxtasis en su clímax.

Por si faltaba algo, sólo oírla a Laura orgasmear, me terminó de destruir..


Vecino


Cuando ella terminó, extenuada, con una dulce sonrisa me dió unos besos hermosos y ella sola se desmontó, se puso de rodillas y empezó a chupármela de nuevo con ganas. Me quedó clarísimo que me quería hacer acabar ahí.

Y yo con otra sonrisa, en el cielo ya, acariciándole el pelo suavemente no pude hacer otra cosa que dejarla. Le dí a esa boca divina lo que buscaba, hambrienta, una vez más llenándola con mi leche caliente cuando le exploté. La boca de Laura me chupaba fuerte, tragándose cada chorro de mi eyaculación, disfrutando cada uno y sin dudar ni un segundo que el lugar para mi leche espesa tenía que ser su estómago.

Ella finalmente se sentó de nuevo encima mío, sin penetrarnos, pero fundidos en abrazos y en caricias suaves, diciéndonos cosas dulces entre besos. Para estar más cómodos, así como estábamos prácticamente desnudos nos fuimos a tirar a uno de los sillones de su living.

Y fue ahí, durante ese momento de dulce intimidad, de caricias, charla y besos que pareció extenderse por horas, fue ahí cuando empecé a entender por fin a Laura. Lo que le estaba pasando realmente.

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