Segunda parte
Estaba parado ahí, con la pija palpitándome contra el short, la cabeza hecha un quilombo y Fede mirándome como si fuera el puto amo del universo. “¿Y, manicero? ¿Vas a cumplir la prenda o te vas a cagar encima?” dijo, con esa voz grave que sonaba a burla pero también a orden. Su pija, todavía dura como un fierro, parecía burlarse de mí desde el boxer gris, que apenas podía contener ese pedazo de carne de 19cm. Era como si esa cosa tuviera vida propia, y yo, con mis míseros 13cm, no tenía forma de competir. Pero lo peor no era eso. Lo peor era que, en el fondo, no quería competir. Quería rendirme.
“Boludo, estás en pedo,” murmuré, pero mi voz salió débil, como si ya estuviera entregado. Fede se rió, una risa que me hizo sentir más chico, más insignificante. Se acercó un paso, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, y se bajó el boxer de un tirón. Ahí estaba, esa verga descomunal, gruesa, con una vena que latía como si estuviera viva, la cabeza brillante y apuntando al cielo. “Dale, cuñado, vos perdiste. Agarrá el joystick de carne, como buen perdedor,” dijo, y se sentó en la cama, abriendo las piernas como si fuera un rey esperando que le rindan pleitesía.
Pero no era solo eso. Sus ojos, esa mirada de superioridad, me taladraban. No me miraba como a un pibe, no. Me miraba como si fuera su putita, alguien que estaba ahí para servirlo, y juro por Dios que eso me puso más duro que nunca.No sé qué me pasó, pero di un paso adelante. La vergüenza me quemaba la cara, me temblaban las manos, pero el morbo era más fuerte. Agarré su pija con la mano derecha, tibia, pesada, como si estuviera sosteniendo un fierro caliente. Era humillante, sí, pero también… jodidamente excitante. Sentí cómo mi propia pija se apretaba contra el short, traicionándome. Fede dejó escapar un gemido corto, como si no esperara que fuera en serio, y me miró con una sonrisa torcida. “Así, putita, despacito, que no se te escape,” dijo, y esa palabra, “putita”, me pegó como un cachetazo. Pero en lugar de enojarme, me calentó más. Era como si mi orgullo se hubiera ido a la mierda y solo quedara esa necesidad de seguir, de complacerlo.Empecé a mover la mano, lento al principio, sintiendo cada centímetro de esa verga que no entraba en mi mano. Era ridículo, mi mano apenas cubría la mitad, y cada vez que subía y bajaba, Fede se recostaba un poco más, disfrutándolo como si fuera el dueño de mi alma. “Jaja, boludo, para ser un pito corto sos bueno en esto,” se burló, pero su voz ya estaba entrecortada, y sus ojos no se despegaban de mí. Me miraba como si yo fuera suya, como si mi lugar en el mundo ahora fuera estar ahí, arrodillado frente a su pija. “Más rápido, putita, que no tengo toda la noche,” dijo, y su mano se posó en mi nuca, no con fuerza, pero sí marcando territorio. Era como si me estuviera diciendo: “Acá mando yo, y vos obedecés.
”Aceleré el ritmo, sintiendo cómo su pija se ponía aún más dura, si es que eso era posible. El porno seguía sonando de fondo, pero yo ni lo registraba. Todo mi mundo era esa verga, el calor, el peso, los gemidos de Fede que se mezclaban con mis propios jadeos. Mi pija estaba a punto de reventar el short, y cada vez que Fede me miraba y me decía “buena, putita” o “seguí, manicero”, sentía una oleada de vergüenza y placer que no podía explicar. Era como si me estuviera gustando ser su perdedor, su juguete. Me imaginaba cómo me veía él: no como el novio de su hermana, no como un tipo cualquiera, sino como alguien que se rendía ante su pija descomunal.
De repente, Fede tensó todo el cuerpo. “¡Uff, boludo, ya está!” gruñó, y antes de que pudiera reaccionar, un chorro caliente me salpicó la mano, el brazo, el pecho. Fue una explosión, como si el pendejo hubiera estado guardándose eso por días. Siguió saliendo, manchándome el short, y yo, en lugar de apartarme, seguí moviendo la mano, exprimiendo hasta la última gota, como si quisiera demostrarle algo. Él respiraba pesado, con una sonrisa de satisfacción, y me miró fijo. “Jaja, sos una putita de primera, cuñado. No pensé que ibas a ir tan a fondo,” dijo, y se levantó, limpiándose con una remera que tenía tirada en la silla.
Yo me quedé ahí, pegajoso, con la pija todavía dura y la cabeza en cualquier lado. La humillación me quemaba, pero también había algo liberador en haberme dejado llevar, en haber aceptado ese rol que Fede me había impuesto. “Esto queda entre nosotros, ¿eh?” dijo, mientras se ponía el short de Boca. “Pero si querés revancha, ya sabés. La próxima te toca cumplir otra prenda, putita.”
Me guiñó un ojo y abrió la puerta de su pieza, como dándome la señal de que me fuera.Salí al pasillo, con las piernas temblando, y justo cuando estaba por entrar al baño a limpiarme, escuché la puerta de abajo. “¡Fede, boludo, llegué!” gritó Sofí. Mi corazón se me fue al piso. Me metí al baño a las apuradas, me lavé las manos y la cara, pero no podía sacarme esa sensación de encima: el olor, el calor, la voz de Fede llamándome “putita”. Bajé las escaleras tratando de actuar normal, pero cuando vi a Sofí en la cocina, con los ojos rojos de haber llorado por lo de su amiga, y a Fede al lado, con esa sonrisa de mierda, supe que algo había cambiado. Él me miró por encima de su hermana, como si supiera que ahora tenía un poder sobre mí. “¿Todo bien, amor?” preguntó Sofí, dándome un beso. “Sí, todo joya,” mentí, mientras Fede, desde atrás, me tiró un guiño que me hizo apretar los dientes.
Esa noche, mientras Sofí se dormía a mi lado, no pude dejar de pensar en lo que había pasado. En cómo Fede me había hecho sentir menos hombre, más débil, pero también más vivo que nunca. Y lo peor: en cómo una parte de mí quería volver a esa pieza, perder otra apuesta, y dejar que me llamara “putita” otra vez...
Estaba parado ahí, con la pija palpitándome contra el short, la cabeza hecha un quilombo y Fede mirándome como si fuera el puto amo del universo. “¿Y, manicero? ¿Vas a cumplir la prenda o te vas a cagar encima?” dijo, con esa voz grave que sonaba a burla pero también a orden. Su pija, todavía dura como un fierro, parecía burlarse de mí desde el boxer gris, que apenas podía contener ese pedazo de carne de 19cm. Era como si esa cosa tuviera vida propia, y yo, con mis míseros 13cm, no tenía forma de competir. Pero lo peor no era eso. Lo peor era que, en el fondo, no quería competir. Quería rendirme.
“Boludo, estás en pedo,” murmuré, pero mi voz salió débil, como si ya estuviera entregado. Fede se rió, una risa que me hizo sentir más chico, más insignificante. Se acercó un paso, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, y se bajó el boxer de un tirón. Ahí estaba, esa verga descomunal, gruesa, con una vena que latía como si estuviera viva, la cabeza brillante y apuntando al cielo. “Dale, cuñado, vos perdiste. Agarrá el joystick de carne, como buen perdedor,” dijo, y se sentó en la cama, abriendo las piernas como si fuera un rey esperando que le rindan pleitesía.
Pero no era solo eso. Sus ojos, esa mirada de superioridad, me taladraban. No me miraba como a un pibe, no. Me miraba como si fuera su putita, alguien que estaba ahí para servirlo, y juro por Dios que eso me puso más duro que nunca.No sé qué me pasó, pero di un paso adelante. La vergüenza me quemaba la cara, me temblaban las manos, pero el morbo era más fuerte. Agarré su pija con la mano derecha, tibia, pesada, como si estuviera sosteniendo un fierro caliente. Era humillante, sí, pero también… jodidamente excitante. Sentí cómo mi propia pija se apretaba contra el short, traicionándome. Fede dejó escapar un gemido corto, como si no esperara que fuera en serio, y me miró con una sonrisa torcida. “Así, putita, despacito, que no se te escape,” dijo, y esa palabra, “putita”, me pegó como un cachetazo. Pero en lugar de enojarme, me calentó más. Era como si mi orgullo se hubiera ido a la mierda y solo quedara esa necesidad de seguir, de complacerlo.Empecé a mover la mano, lento al principio, sintiendo cada centímetro de esa verga que no entraba en mi mano. Era ridículo, mi mano apenas cubría la mitad, y cada vez que subía y bajaba, Fede se recostaba un poco más, disfrutándolo como si fuera el dueño de mi alma. “Jaja, boludo, para ser un pito corto sos bueno en esto,” se burló, pero su voz ya estaba entrecortada, y sus ojos no se despegaban de mí. Me miraba como si yo fuera suya, como si mi lugar en el mundo ahora fuera estar ahí, arrodillado frente a su pija. “Más rápido, putita, que no tengo toda la noche,” dijo, y su mano se posó en mi nuca, no con fuerza, pero sí marcando territorio. Era como si me estuviera diciendo: “Acá mando yo, y vos obedecés.
”Aceleré el ritmo, sintiendo cómo su pija se ponía aún más dura, si es que eso era posible. El porno seguía sonando de fondo, pero yo ni lo registraba. Todo mi mundo era esa verga, el calor, el peso, los gemidos de Fede que se mezclaban con mis propios jadeos. Mi pija estaba a punto de reventar el short, y cada vez que Fede me miraba y me decía “buena, putita” o “seguí, manicero”, sentía una oleada de vergüenza y placer que no podía explicar. Era como si me estuviera gustando ser su perdedor, su juguete. Me imaginaba cómo me veía él: no como el novio de su hermana, no como un tipo cualquiera, sino como alguien que se rendía ante su pija descomunal.
De repente, Fede tensó todo el cuerpo. “¡Uff, boludo, ya está!” gruñó, y antes de que pudiera reaccionar, un chorro caliente me salpicó la mano, el brazo, el pecho. Fue una explosión, como si el pendejo hubiera estado guardándose eso por días. Siguió saliendo, manchándome el short, y yo, en lugar de apartarme, seguí moviendo la mano, exprimiendo hasta la última gota, como si quisiera demostrarle algo. Él respiraba pesado, con una sonrisa de satisfacción, y me miró fijo. “Jaja, sos una putita de primera, cuñado. No pensé que ibas a ir tan a fondo,” dijo, y se levantó, limpiándose con una remera que tenía tirada en la silla.
Yo me quedé ahí, pegajoso, con la pija todavía dura y la cabeza en cualquier lado. La humillación me quemaba, pero también había algo liberador en haberme dejado llevar, en haber aceptado ese rol que Fede me había impuesto. “Esto queda entre nosotros, ¿eh?” dijo, mientras se ponía el short de Boca. “Pero si querés revancha, ya sabés. La próxima te toca cumplir otra prenda, putita.”
Me guiñó un ojo y abrió la puerta de su pieza, como dándome la señal de que me fuera.Salí al pasillo, con las piernas temblando, y justo cuando estaba por entrar al baño a limpiarme, escuché la puerta de abajo. “¡Fede, boludo, llegué!” gritó Sofí. Mi corazón se me fue al piso. Me metí al baño a las apuradas, me lavé las manos y la cara, pero no podía sacarme esa sensación de encima: el olor, el calor, la voz de Fede llamándome “putita”. Bajé las escaleras tratando de actuar normal, pero cuando vi a Sofí en la cocina, con los ojos rojos de haber llorado por lo de su amiga, y a Fede al lado, con esa sonrisa de mierda, supe que algo había cambiado. Él me miró por encima de su hermana, como si supiera que ahora tenía un poder sobre mí. “¿Todo bien, amor?” preguntó Sofí, dándome un beso. “Sí, todo joya,” mentí, mientras Fede, desde atrás, me tiró un guiño que me hizo apretar los dientes.
Esa noche, mientras Sofí se dormía a mi lado, no pude dejar de pensar en lo que había pasado. En cómo Fede me había hecho sentir menos hombre, más débil, pero también más vivo que nunca. Y lo peor: en cómo una parte de mí quería volver a esa pieza, perder otra apuesta, y dejar que me llamara “putita” otra vez...
5 comentarios - Cuando le vi la pija al hermano de mí novia (P2)