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Nosotros y mi amigo que volvió de España

 
Nosotros y mi amigo que volvió de España

El mensaje de Manuel anunciando su llegada me sorprendió. Hacía casi cuatro años que se había ido a Barcelona en busca de oportunidades, y aunque al principio mantuvimos contacto, con el tiempo las llamadas se espaciaron. Aun así, la noticia de que pasaría unos días con nosotros me alegró. Lo que no imaginé fue cómo su presencia sacudiría el juego de miradas y provocaciones que Lucía y yo llevábamos años bailando. Salidas a boliches ella con vestidos muy escotados, entrando por separado y viendo como los tipos se le acercaban como lobos hambrientos y yo mirando de lejos como ella los seducía, se mostraba y los descartaba, o yendo a la playa con esas bikinis diminutas que dejaban poco a la imaginación y provocaban más de un paro cardíaco, o los viajes en auto en la ruta cuando se quitaba el corpiño e iba en topless mostrando y jugando con sus grandes y hermosas tetas a la vista de todos los que pasábamos y nos pasaban. Esos juegos siempre nos encendían y terminábamos cogiendo como enajenados, fantaseando con alguna vez dar un paso más en los juegos…
El timbre sonó al caer la tarde. Lucía, como siempre, había elegido su ropa con esa mezcla de elegancia y provocación que la definía: un vestido negro ajustado, escote suficiente para llamar la atención sin ser obsceno, y esos tacones que hacían que cada paso suyo fuera un espectáculo. Antes de abrir, me lanzó una de esas sonrisas pícaras que me ponían en alerta. 
—No empieces —murmuré, aunque sabía que mis palabras eran inútiles. 
—¿Yo? Jamás —respondió, mordiéndose apenas el labio antes de girar el picaporte. 
Manuel apareció en el marco de la puerta con una sonrisa amplia y ese acento español que se le había marcado aún más con los años. 
—¡Hostia, Lucía! Estás como un tren —dijo, besándola en ambas mejillas con esa naturalidad mediterránea. Noté que sus manos se posaron un instante de más en sus hombros. 
—Manuel, amigo, ¡cuánto tiempo! —le dije, dándole un abrazo fuerte. 
—Joder, Daniel, aquí seguís igual de campechano —respondió, dándome una palmada en la espalda. 
La cena fue un ir y venir de anécdotas, recuerdos de la universidad y comparaciones entre la vida aquí y allá. Manuel hablaba de Barcelona con esa pasión de quien se ha enamorado de una ciudad. Pero había algo más en sus historias, un dejo de libertinaje, como si cada frase escondiera una confesión a medias. 
 
Nos instalamos luego en el salón, con una botella de vino que Manuel había traído como regalo. Lucía se acomodó en el sofá, cruzando las piernas con esa lentitud deliberada que hacía imposible no mirar. Manuel no disimuló su admiración. 
—La vida allí es distinta, ¿sabéis? —comentó, reclinándose en el sillón—. La gente es más abierta, menos… encorsetada. 
—¿Encorsetada? —pregunté, aunque algo en su tono me decía que no hablaba solo de política o costumbres. 
Manuel tomó un sorbo de vino, mirándonos con curiosidad. 
—Sí, tío. Allá no se juzga, se vive. Se prueban cosas… —Hizo una pausa, como midiendo nuestras reacciones—. Por ejemplo, ¿vosotros nunca habéis pensado en invitar a alguien más a vuestra cama? 
El aire se cargó de electricidad. Lucía no apartó los ojos de Manuel, pero sentí su pie rozando el mío bajo la mesa, como buscando mi complicidad. 
—¿Un trío, querés decir? —preguntó ella, con esa voz ronca que usaba cuando jugaba al límite. 
Manuel esbozó una sonrisa, relajado pero con los ojos brillando de interés. 
—Vamos, sólo pregunto por curiosidad. No hace falta que me contestéis si os incomoda. 
Miré a Lucía, luego a él. La pregunta quedó suspendida entre nosotros, pesada, tentadora. Y aunque una parte de mí quería desviar la conversación, otra—esa que siempre terminaba cediendo a sus provocaciones—sabía que estábamos al borde de algo. 
Lucía inclinó ligeramente la cabeza, jugueteando con el borde de su copa. 
—Y vos, Manuel… ¿lo has hecho? 
Él soltó una carcajada. 
—Coño, ¡claro! Más de una vez, la verdad. Y me encantaría repetir…-dijo soltando las palabras con intención clara.
El silencio que siguió fue denso, cargado. Lucía deslizó su mano hasta mi rodilla, apretándola suavemente, como diciendo *¿Y ahora qué, cariño?* 
El vino seguía fluyendo, y la luz tenue del salón acentuaba la intimidad que se había creado. Manuel se acomodó en el sillón, con esa soltura de quien está a punto de contar una buena historia. Lucía se inclinó levemente hacia adelante, y el escote de su vestido revelaba lo justo para mantener su mirada fija allí un segundo más de lo necesario.
—Vamos, Manuel, no nos dejes con la intriga —dijo Lucía, pasando la lengua por el borde de su copa—. Contanos cómo fue... eso. 
Manuel sonrió, disfrutando del interés que despertaba. 
—Bueno, la primera vez fue en Ibiza. Una pareja italiana, él era arquitecto, ella... una diosa. Nos conocimos en una fiesta en la playa, y cuando empezaron a besarse delante de mí, supe que no era solo un juego para ellos. —Hizo una pausa, mirándonos alternativamente—. Al principio pensé que sería raro, ¿sabéis? Pero cuando ella me tocó mientras lo miraba a él... joder, fue una de las noches más calientes de mi vida. 
Sentí que el aire se espesaba. Lucía respiró hondo, y noté cómo sus muslos se apretaban levemente bajo el vestido. 
-La segunda vez fue con dos mujeres, un encuentro rápido en un callejón y la tercera fue con mi pareja y un muchacho inmigrante de Marruecos, hicimos todo lo imaginable y más…
—¿Y no te dio... celos? —preguntó, mirándome de reojo—. Ver a tu pareja con otro. 
Manuel se encogió de hombros. 
—Al principio quizás, pero cuando ves lo que le excita... es otra cosa. —Sus ojos se posaron en Lucía—. Además, hay algo muy jodidamente erótico en compartir, ¿no? 
Lucía mordió su labio inferior, y su mano, que aún descansaba sobre mi rodilla, comenzó a trazar pequeños círculos. 
—Suena... intenso —murmuró, con esa voz que solo usaba cuando estaba realmente interesada. 
—Lo es —confirmó Manuel, bajando la voz—. Sobre todo cuando la mujer disfruta siendo el centro de atención. 
El silencio que siguió fue cargado. Lucía deslizó su mano un poco más arriba de mi muslo, y sentí el calor de sus dedos a través del pantalón. 
—¿Y tú, Daniel? —preguntó Manuel de pronto, mirándome directamente—. ¿Nunca te ha tentado la idea? 
Lucía giró la cabeza hacia mí, expectante. Sus ojos brillaban con esa mezcla de picardía y desafío que me volvía loco. 
—Es... complicado —respondí, sintiendo cómo la sangre empezaba a latirme con más fuerza. Los celos empezaron a sentirse como un puñal en l boca del estómago y la excitación como un latido en el glande.
 
—¿Complicado o excitante? —susurró Lucía, acercándose tanto que su aliento cálido rozó mi oreja. 
Manuel observaba la escena con una sonrisa cómplice, sabiendo muy bien que sus palabras habían sembrado algo entre nosotros. 
—Depende de con quién —contesté finalmente, desafiante. 
Lucía rio bajito, y su mano subió otro centímetro. 
—Manuel... —dijo ella, sin apartar los ojos de mí—, ¿qué harías si una pareja te invitara a... probar? 
La pregunta quedó flotando, peligrosa, irresistible. Manuel dejó escapar un suspiro teatral y se inclinó hacia adelante. 
—Lucía, cariño, con vosotros... no lo pensaría ni un segundo. 
Ella me miró entonces, retándome en silencio. Y supe que, fuera lo que fuera que pasara después, esta noche ya no tendría vuelta atrás, se había vuelto más íntima, el vino fluía y las risas eran cada vez más cómplices. Lucía, con esa mirada traviesa que me volvía loco, dejó su copa sobre la mesa y se inclinó hacia Manuel. 
—Entonces, ¿cómo te gustan las mujeres? —preguntó, jugando con los dedos en el borde de su escote. -¿Yo te gusto?
Manuel soltó una risa, relajado pero con los ojos brillando de interés. 
—Coño, Lucía, para saber si tú me gustas… necesitaría un catálogo completo —respondió, lanzándome una mirada de complicidad. 
Ella arqueó una ceja, desafiante. 
—¿Un desfile de moda privado, entonces? 
—Si tu marido no protesta… —dijo él, mirándome con una sonrisa. 
Lucía deslizó sus dedos por mi brazo, buscando mi aprobación. 
—Daniel, ¿qué opinás? —Su voz era dulce, pero retadora. 
Contuve la respiración un segundo, sintiendo cómo el pulso se me aceleraba. Sabía adónde iba esto, y aunque una parte de mí se resistía, la otra—esa que siempre caía rendida ante sus juegos—ya estaba prendida. 
—Es tu show, cariño —respondí, con voz más ronca de lo esperado. 
Lucía sonrió, victoriosa, y se levantó con elegancia. 
—Pues empecemos…
Desapareció en el dormitorio y reapareció minutos después con una blusa blanca de manga larga, tipo bucanera, sostenida por un un elástico y que dejaba sus tetas como si estuvieran en una fuente. Los shorts de jean, increíblemente ceñidos, acentuaban cada curva de sus caderas. En definitiva estaba sensualmente hermosa.
Caminó lentamente desde la puerta hasta el centro de la sala, balanceando el culo con esa seguridad que la hacía irresistible. Al pasar frente a Manuel, desabrochó un botón más de la blusa, dejando ver el sexy canal formado entre sus tetas. 
—Vaya comienzo —murmuró él, ajustándose el bulto de su pantalón y recostándose en el sillón. Mi verga también se había despertado ya y me tuve que acomodar para que Manuel no se diera cuenta.
La siguiente vez entró con una minifalda de cuero negro y un top de seda que se sostenía milagrosamente sin tirantes ni corpiño. Los pezones luchaban por perforar la tela del top. Cada movimiento hacía temblar el escaso tejido, y cuando se giró para mostrar su espalda desnuda, Manuel dejó escapar un suspiro entrecortado. 
—Joder, Daniel —murmuró—, tienes suerte. Ya la tengo morcillona- dijo riendo
Yo solo asentí, sintiendo cómo la sangre me latía con fuerza. 
Para la próxima salida eligió una de las bikinis que usaba en la playa…era un monumento. La tanga roja metida entre los cachetes del culo y tapando poco de su rajita bien depilada y el corpiño que no llegaba a sostener las tetas eran una invitación al pecado. Ninguno de los dos habló, solo nos acomodamos al unísono el paquete por encima del pantalón. Lucía hizo la pasada lenta y sonriente se metió nuevamente a la habitación.
Esta vez la espera fue más larga. Cuando reapareció, llevaba un corset negro de encaje que le esculpía el torso, realzando su cintura y el volumen de sus tetas. Las medias con porta ligas dibujaban líneas seductoras sobre sus muslos, y los tacones aguja completaban el cuadro. 
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Manuel se inclinó hacia adelante, sin disimular su admiración. 
—Esto… esto es arte —dijo, con voz ronca. 
Lucía posó una mano en su cadera y giró lentamente, asegurándose de que no se perdieran ningún detalle. Yo no podía creer lo que estaba a punto de pasar y tampoco podía creer que estuviera dejando que pasara. Solo sé que la pija ya me dolía por el encierro debajo del bóxer y del jean.
La última aparición fue la más audaz. El baby doll de gasa negra era casi invisible, dejando ver cada curva, cada sombra de su cuerpo. El escote caía libre, y la tela se adhería a sus pechos como una segunda piel, dando una apariencia de estar desnuda y vestida la vez.
Avanzó con lentitud, deteniéndose frente a nosotros. 
—¿Y ahora? —preguntó, mirando a Manuel pero rozando mi rodilla con sus dedos. 
Él tragó saliva, los ojos oscuros. 
—Ahora… creo que ya se me están dispersando las dudas…sin embargo…—respondió, con voz cargada. 
Lucía sonrió, satisfecha, y posó una mano en mi hombro. 
El aire vibraba con tensión, y aunque nadie se movió, todos sabíamos que el juego había cambiado. La pregunta ahora era… ¿quién daría el siguiente paso?
Lucía se detuvo frente a nosotros, el baby doll transparente ondeando levemente con cada respiración acelerada. Su piel brillaba bajo la luz tenue, y sus ojos, cargados de provocación, se clavaron en Manuel. 
—¿Ya tenés tu veredicto? —preguntó, deslizando una mano por su propia cintura con una lentitud calculada. 
Manuel soltó una risa baja, cargada de deseo. 
—Lucía, cariño, para decidir con total seguridad… —hizo una pausa dramática, los ojos recorriéndola de arriba abajo—, debería tocar…saborear…lamer…apretar…
El aire se cortó como un cuchillo. 
Lucía giró hacia mí, sorprendida. Buscaba mi reacción, esperando quizás un gesto de posesividad, una negativa. Pero algo en la mirada de Manuel, en la electricidad que envolvía la habitación, hizo que las palabras salieran de mi boca antes de poder pensarlo: 
—Tiene razón. —Mi voz sonó más ronca de lo que esperaba—. Si querés una respuesta honesta… que empiece. 
Lucía abrió los ojos aún más, pero no fue sorpresa lo que vi en ellos—era excitación.
Manuel no necesitó más invitación. 
Se levantó del sillón con la elegancia de un depredador y cerró la distancia entre ellos. Su mano, callosa pero suave, se posó en la curva de su cadera, palpando la seda del baby doll como si evaluara su textura. 
—Joder… —murmuró, mientras el otro dedo trazaba el borde del escote, rozando la piel que latía debajo—. Tan suave como imaginaba. 
Lucía contuvo el aliento, pero no se movió. Sus ojos se encontraron con los míos, buscando confirmación, permiso. Yo asentí, casi imperceptiblemente. 
Entonces Manuel inclinó la cabeza y hundió la nariz en su cuello, inhalando profundamente. 
—A vainilla y algo más… —susurró contra su piel—. ¿Tu crema corporal o… tú? 
Lucía tembló, pero fue cuando su boca se posó sobre su clavícula y lamió, lenta y deliberadamente, que un gemido escapó de sus labios. 
Manuel sonrió contra su piel. 
—Definitivamente… sí me gustas, maja…
La mano que tenía en su cadera se deslizó hacia atrás, apretando su culo con firmeza mientras su boca ascendía por su cuello. Lucía arqueó la espalda, pero esta vez fue hacia él, no hacia mí. 
Y yo, desde el sillón, con las manos aferradas a los brazos del mueble, solo podía observar. 
¿Celos? Sí. 
¿Exitación? Dios, más de la que podía soportar.
Manuel se detuvo un centímetro antes de llegar a su boca. 
—¿Sigo? —preguntó, pero no a ella. 
A mí. 
Lucía jadeó, sus labios entreabiertos, esperando. 
El silencio pesó como un martillo. El aire en la habitación era denso, cargado de deseo y una tensión que ya no podía ignorarse. Vi cómo los labios de Manuel se acercaban a los de Lucía, cómo sus cuerpos se imantaban, y algo dentro de mí estalló. 
Me levanté del sillón con determinación, y en tres pasos estaba frente a ellos. Lucía abrió los ojos, sorprendida, pero no hubo miedo en su mirada—solo anticipación. 
—No te quedés con las ganas —le dije a Manuel, y acto seguido, deslicé mis manos por los hombros de Lucía, tirando suavemente de las finas tiras del baby doll hasta que la seda se deslizó por su cuerpo y cayó al suelo. 
Manuel no perdió el ritmo. Con un gruñido de aprobación, hundió sus manos en su cabellera, inclinando su cabeza hacia atrás para morder su cuello mientras yo exploraba su espalda desnuda con mis labios. 
Lucía gimió, perdida entre nuestras bocas y manos. 
—Dios… —jadeó, y su piel se erizó bajo nuestros dedos. 
Manuel y yo intercambiamos una mirada por encima de su hombro—un pacto silencioso. Él desabrochó su jeans con dedos ágiles mientras yo me arrodillaba frente a ella, besando su vientre, luego bajé, besando cada rincón, cada pliegue de su sexo. Lamí los labios de su vulva hasta encontrar su clítoris, duro, suave y sensible como nunca. Lucía gritó cuando mi lengua encontró su clítoris, mientras los dedos de Manuel jugueteaban con sus pezones, retorciéndolos con precisión cruel. 
—Así… así… —gemía, ahogándose en sensaciones. 
Manuel, sin apartar sus manos de ella, se inclinó hacia mi oído: 
—Quiero ver cómo la follas mientras ella me mira a mí. 
Me levanté, enardecido, y la llevé al sofá. Ella se dejó caer, las piernas abiertas, los ojos fijos en Manuel mientras yo me posicionaba detrás. 
—Elige —le dije a Lucía, mordiendo su oreja—. ¿Quién entra primero? 
Ella sonrió, salvaje, y extendió una mano hacia Manuel mientras con la otra me guiaba hacia su interior. 
—No sé…quiero a los dos..
El sofá crujió bajo el peso de nuestros cuerpos entrelazados. Lucía, con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos, se arqueó hacia atrás mientras yo deslizaba mis dedos por su sexo, ya húmedo y tembloroso. Manuel, de rodillas frente a ella, no perdía detalle—su mirada ardiente recorría cada centímetro de su piel como si fuera a memorizarla. 
—No me hagan esperar... —suplicó Lucía, ahogando un gemido cuando mi pulgar reencontró su clítoris. 
Manuel no necesitó más. Con un movimiento fluido, se inclinó y capturó uno de sus pezones entre sus labios, succionando con fuerza mientras sus manos moldeaban el otro pecho. Lucía arqueó la espalda, clavando las uñas en mi muslo. 
—Así... más fuerte...—jadeó. 
Yo aproveché para bajar mi boca a su cuello, mordiendo la piel justo donde el pulso le latía con fuerza. Mis dedos, empapados de sus jugos, se deslizaron hacia atrás, rozando su entrada antes de hundir dos adentro sin previo aviso. 
—¡Daniel! —gritó, y su interior se contrajo alrededor de mis dedos como un puño. 
Manuel soltó su pecho con un chasquido húmedo y se inclinó sobre ella, capturando su boca en un beso voraz. Pude ver cómo su lengua se enredaba con la de ella, cómo sus manos recorrían su torso hasta enredarse en mis dedos, todavía dentro de Lucía. 
—Está empapada... —murmuró contra sus labios, y la sonrisa que le devolvió Lucía fue pura provocación. 
Me retiré lo suficiente para desabrochar mi pantalón, liberando mi erección, ya dolorosamente dura. Manuel hizo lo mismo, y por un instante, Lucía quedó atrapada entre nuestros cuerpos, mirando alternativamente nuestras erecciones con una mezcla de hambre y indecisión. 
—Eligí —repetí, pero esta vez fue Manuel quien respondió. 
—No hace falta.
Con un movimiento sincronizado, él la levantó por las caderas, volteándola para que quedara de rodillas frente a mí, mientras él se posicionaba detrás. Lucía me miró con ojos vidriosos, anticipando lo que vendría. 
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—Los quiero a los dos... ahora. -mientras me atrapaba con su boca succionando mi pija con hambre de sexo.
No hubo más preámbulos. Mientras yo sostenía mi verga en su boca, sintiendo cómo sus labios se cerraban alrededor de mí con un gemido gutural, Manuel empujó dentro de ella desde atrás en una embestida firme. En ese momento ya los celos habían desaparecido, solo quedaba la excitación. Tenía razón mi amigo cuando dijo lo excitante que resulta compartir a la mujer. Su verga entraba y salía del interior de mi mujer con un ritmo constante y sus dedos ya jugaban en la entrada de su culo. Yo le agarraba las tetas y pellizcaba sus pezones brindándole todo el placer que ella pudiera sentir.
—¡Dios!—gritó Lucía alrededor de mi base, y su garganta vibró deliciosamente. 
Cada empujón de Manuel hacía que Lucía se deslizara hacia adelante sobre mi verga. Yo me aferré a su cabellera, controlando el ritmo de sus movimientos, mientras observaba cómo Manuel la poseía desde atrás—sus manos agarrando sus caderas con fuerza, sus muslos golpeando contra sus nalgas con un sonido obsceno. Clap, clap, clap…
El aire se llenó de gemidos, del roce de piel contra piel, del sonido húmedo de nuestros cuerpos moviéndose en sincronía. Lucía, atrapada en el medio, temblaba como una hoja, sus músculos contrayéndose alrededor de Manuel cada vez que yo empujaba más profundo en su garganta. 
—No van a durar mucho... —gruñó Manuel, y su ritmo se volvió más errático. 
Yo lo sentí también—la presión en mi abdomen, la forma en que Lucía succionaba como si no hubiera mañana. Con un último empujón, Manuel se hundió hasta el fondo, y Lucía gritó alrededor de mi miembro cuando él la llenó. 
 
El espasmo de su orgasmo fue suficiente para llevarme al borde. Me retiré de su boca justo a tiempo para ver cómo Manuel se derrumbaba sobre su espalda, jadeando. 
Lucía, jadeante y temblorosa, me miró con ojos suplicantes. 
—Ahora vos…
No hizo falta más. La tumbé sobre el sofá y me hundí en ella en una sola embestida, sintiendo cómo su interior, todavía sensible, se ajustaba alrededor de mí como un guante. La leche de mi amigo hacía las veces de lubricante y lo volvía más excitante. Manuel, recuperándose, no perdió el tiempo—se inclinó y capturó sus pechos en sus manos, masajeándolos mientras yo la cogía sin piedad. 
—Sí... así... no pares... —gimió Lucía, y su cuerpo se tensó bajo el nuestro cuando un nuevo orgasmo (¿el quinto, el sexto?) la arrastró hacia el abismo. 
Yo la seguí poco después, enterrándome hasta el fondo mientras el placer me sacudía como un rayo. El semen de los dos brotaba de la vulva de Lucía como manantial. Ella pasó la mano, tomó lo que pudo, se lo llevó a la boca y lo saboreó. No aguanté las ganas y la besé profundamente…
El silencio que siguió solo se rompía por nuestros jadeos. Lucía, atrapada entre nuestros cuerpos sudorosos, sonrió satisfecha. 
—Definitivamente... deberíamos repetir esto. 
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Manuel y yo intercambiamos una mirada. 
Y supe que esta noche era solo el principio.

Te calentaste? Te leo en los comentarios, en el chat o en @eltroglodita

1 comentarios - Nosotros y mi amigo que volvió de España

manoglo1 +1
Quiero ver cómo la follas mientras ella me mira a mí.
Ufff amigo, me siento muy honrado. Tendré que llevar una caja de botellas de mi Ribera del Duero favorita!
homoeroticus99 +1
Sí….te imaginas?