La Hilux de Jorgerugió al cruzar el portón del country. 7:30 AM, demasiado tempranopara llegar a la obra, pero necesitaba revisar los planos antes que el equipocomenzara. 53 años, canas distinguidas, bien vestido. Arquitectoestrella de Nordelta, San Isidro y ahora... la mansión de su amigoNéstor.
El portón de la casaprincipal estaba abierto. Ruidos.
No eran martillos nitaladros.
Eran gemidos.
Jorge congeló lospasos. Ese sonido... no podía ser.
Pero ahí estaba.
Paula.
23 años, rubia como eltrigo, piel de porcelana que heredó de su madre. La niña que élhabía cargado en brazos, la que jugaba al hockey en el club, la que estudiabaDerecho en la UCA. En 4 sobre una bolsa de cemento, con el vestidoarremangado hasta la cintura, tanga azul celeste colgando de un tobillo.
Y Walter.
37 años, torsobronceado y sudoroso, jeans de trabajo manchados de pintura. Agarrándola delas caderas con manos callosas, metiéndosela como si fuera un poste deluz.
"¡Sí, duro, másduro, por favor!" gritaba Paula, voces que Jorge nuncahabía escuchado salir de esa boca de niña bien.
Jorge seescondió tras una columna. No podía intervenir. No podía creerlo que veía.
Walter nalgeaba eseculo sin piedad y los senos perfectos de Paula rebotaban con cadaembestida.
"¿Te gusta que tecojan como a una puta pendeja?" gruñó Walter, acentosantiagueño mezclado con groserías.
"Me encanta papi!"
Jorge sintióalgo inconfesable. Esa mezcla de indignación... y excitación.
Y entonces ocurrió.
Walter la tiróde rodillas.
"Abrí esa boquitade nena rica", ordenó.
Paula obedeció comouna perra amaestrada.
Jorge vio TODO.
La forma en que loslabios perfectamente delineados de Paula se estiraban alrededorde esa verga obscena.
El momento en queWalter le dio una cachetada dejándole la carita roja
Y el final.
"Toma,putita", rugió Walter, descargando chorros espesos sobre su cara de muñecarubia.
Paula sonrió,embadurnada, victoriosa.
A la hora de salir
Jorge encendió lacamioneta. Walter subió al asiento del acompañante, oliendo a sexo ysudor.
"Jefe... yo nosabía que..."
Jorge lointerrumpió con un gesto.
"¿Cuántasveces?"
Silencio.
"Desde hace tressemanas, patrón. En el baño... en el quincho... una vez en el auto del señorNéstor..."
Jorge apretóel volante.
"¿Y por quévos?"
Walter sonrió,canchero.
"Las minas comoella... necesitan sentirse sucias. Y yo... bueno, yo las ensucio bien."
La camioneta arrancó.
Jorge no decía nada,hasta que en un momento solto un..
“Decile que la queresenfiestar, decile que tenes otro compañero para cogerla entre los 2”
Walter la cazoenseguida
“Jefe, la voy a convencer..vas a probar a la hija de tu amigo, no sabes lo cerradita que esta”
El portón de la casaprincipal estaba abierto. Ruidos.
No eran martillos nitaladros.
Eran gemidos.
Jorge congeló lospasos. Ese sonido... no podía ser.
Pero ahí estaba.
Paula.
23 años, rubia como eltrigo, piel de porcelana que heredó de su madre. La niña que élhabía cargado en brazos, la que jugaba al hockey en el club, la que estudiabaDerecho en la UCA. En 4 sobre una bolsa de cemento, con el vestidoarremangado hasta la cintura, tanga azul celeste colgando de un tobillo.
Y Walter.
37 años, torsobronceado y sudoroso, jeans de trabajo manchados de pintura. Agarrándola delas caderas con manos callosas, metiéndosela como si fuera un poste deluz.
"¡Sí, duro, másduro, por favor!" gritaba Paula, voces que Jorge nuncahabía escuchado salir de esa boca de niña bien.
Jorge seescondió tras una columna. No podía intervenir. No podía creerlo que veía.
Walter nalgeaba eseculo sin piedad y los senos perfectos de Paula rebotaban con cadaembestida.
"¿Te gusta que tecojan como a una puta pendeja?" gruñó Walter, acentosantiagueño mezclado con groserías.
"Me encanta papi!"
Jorge sintióalgo inconfesable. Esa mezcla de indignación... y excitación.
Y entonces ocurrió.
Walter la tiróde rodillas.
"Abrí esa boquitade nena rica", ordenó.
Paula obedeció comouna perra amaestrada.
Jorge vio TODO.
La forma en que loslabios perfectamente delineados de Paula se estiraban alrededorde esa verga obscena.
El momento en queWalter le dio una cachetada dejándole la carita roja
Y el final.
"Toma,putita", rugió Walter, descargando chorros espesos sobre su cara de muñecarubia.
Paula sonrió,embadurnada, victoriosa.
A la hora de salir
Jorge encendió lacamioneta. Walter subió al asiento del acompañante, oliendo a sexo ysudor.
"Jefe... yo nosabía que..."
Jorge lointerrumpió con un gesto.
"¿Cuántasveces?"
Silencio.
"Desde hace tressemanas, patrón. En el baño... en el quincho... una vez en el auto del señorNéstor..."
Jorge apretóel volante.
"¿Y por quévos?"
Walter sonrió,canchero.
"Las minas comoella... necesitan sentirse sucias. Y yo... bueno, yo las ensucio bien."
La camioneta arrancó.
Jorge no decía nada,hasta que en un momento solto un..
“Decile que la queresenfiestar, decile que tenes otro compañero para cogerla entre los 2”
Walter la cazoenseguida
“Jefe, la voy a convencer..vas a probar a la hija de tu amigo, no sabes lo cerradita que esta”
0 comentarios - La hija de mi amigo en la obra (parte 1)