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El móvil sobre el bote de crema ecológica fue solo el comienzo. Rosa sabía que esa escena merecía más que una grabación casera. Por eso, sin que el joven representante lo supiera, dos cámaras ocultas captaban cada ángulo desde las estanterías del herbolario. Las luces tenues, cuidadosamente colocadas entre las plantas medicinales y los botes de infusiones, bañaban su piel con un brillo cálido, casi ceremonial.
Mientras él la penetraba desde atrás, jadeando entre sus nalgas abiertas, Rosa se arqueaba como una pieza de cerámica aún blanda, modelada por manos invisibles. Todo estaba preparado. Todo era parte de su contenido premium.
Y entonces, la puerta se abrió del todo.
Raquel entró como una aparición entre el humo del incienso. Tenía el pelo rizado, voluminoso, casi salvaje, y sus senos grandes se marcaban con descaro bajo la camisa entreabierta. Medía 1,68, pero su energía era de gigante. Su voz aguda y melosa rompió el murmullo lúbrico de la habitación como una caricia que araña.
—Sabía que esto era más que un herbolario… —dijo, divertida, mientras se quitaba la chaqueta sin dejar de mirar cómo Rosa se montaba sobre el chico, cabalgándolo con los ojos entrecerrados.
—Raquel… —susurró Rosa, sin detenerse— estás tardando.
La sexóloga no necesitaba más invitación. Cerró la puerta con un suave "click" y caminó descalza por la alfombra multicolor hasta la camilla. María José, paralizada en la entrada, observaba con la boca entreabierta. Nadie le había dicho que hoy iban a grabar contenido para la página Cerámica del Placer, pero no iba a quejarse.
Raquel acarició el hombro sudado de Rosa, y luego, sin más, se arrodilló entre las piernas del chico, lamiendo con oficio, como quien domina el arte del ritmo y la lengua. El joven gemía entre el cuerpo de una y la boca de la otra, desbordado.
Las cámaras registraban cada plano con precisión: los labios de Raquel brillantes, la espalda tensa de Rosa, el sudor entre los pechos del chico. Era una danza carnal con guion invisible.
—Vamos a hacer historia —dijo Raquel, mirándolas a ambas—. Sexo, energía y conocimiento: el verdadero trío sagrado.
Y entonces, con esa voz aguda que usaba en sus charlas de eneagrama y tantra, comenzó a susurrarles a los dos lo que significaba entregarse desde el “Tipo 4”, desde la vulnerabilidad erótica, desde la autenticidad del cuerpo sin vergüenza.
Rosa, temblando, se dejó caer hacia atrás, entregando el control. Raquel tomó su lugar sobre él, con las piernas abiertas y la espalda recta como una reina. Cabalgó lento, profundo, con los senos grandes rebotando mientras miraba directamente a la cámara.
—Graba esto bien —dijo—. Que aprendan. Esto no es porno. Esto es una clase magistral de conexión.
Y en esa trastienda, entre jarrones de barro, aceites esenciales y placer compartido, nació algo más que un vídeo: un ritual pagano, sagrado y feroz.
La escena había alcanzado un clímax eléctrico, pero Raquel —tan profesional como lujuriosa— sabía que lo mejor estaba aún por llegar.
—¿Has probado la doble apertura? —susurró al oído de Rosa, mientras aún se balanceaba sobre el representante, marcando cada embestida con la cadencia de una experta.
Rosa la miró de reojo, con una sonrisa ladeada, y asintió sin hablar. Se deslizó hacia un lado de la camilla, dejando que el chico quedara tendido, empapado, esperando órdenes. Raquel bajó con ella, lamiendo sus pezones con ternura y fuego. Sus dedos bajaron entre las piernas de Rosa, la acariciaron, y luego buscaron el punto exacto, más abajo, más cerrado.
—Relájate… —musitó, mientras tomaba el bote de lubricante del cajón donde normalmente guardaban velas de soja y aceites esenciales.
Rosa abrió las piernas, pero fue su espalda lo que arqueó con intención. Quedó apoyada en la camilla, el trasero alzado, los muslos brillando por el sudor. Raquel le separó las nalgas con una calma precisa y reverente, como quien abre un templo.
—Es tan hermoso… —dijo, besándole la base de la espalda—. Esto también es amor.
El chico, ya recuperado, se colocó detrás. Ella lo guió con la mano, untando su glande con una generosa dosis de gel, y cuando lo sintió preparado, lo invitó a entrar en el estrecho anillo de Rosa. Rosa jadeó con un gemido grave, primero tenso, luego rendido. El cuerpo se le estremeció, los músculos temblaron, pero no retrocedió. Raquel la sostenía por delante, besándole el cuello, acariciándole el clítoris con dedos sabios, abriéndole el alma con la punta de su lengua.
—Déjate ir —le decía al oído, mientras el chico entraba más profundo—. Eres barro en manos del deseo.
Entonces, sin avisar, Raquel guió la mano de él hasta su propia entrada. Quería compartirlo. Quería sentirla junto a ella, piel con piel, espalda contra pecho, y los dos orificios llenos del mismo calor.
Ambas quedaron frente a frente, Rosa apoyada sobre Raquel, y él detrás, cambiando el ritmo, ahora más animal, más intenso, más brutal. Cada embestida hacía que los gemidos se mezclaran como mantras obscenos, y las cámaras captaban todo: la conexión, el sudor, el éxtasis compartido.
Raquel, con una de sus manos mojadas, acarició el rostro de Rosa.
—Estamos haciendo historia… —le dijo—. Esto lo verán miles… y se tocarán pensando en nosotras.
Rosa asintió, con los ojos perdidos en el placer. El mundo desaparecía. Solo quedaban los cuerpos, el impulso, el calor profundo de algo que no era solo sexo. Era un acto de entrega entre mujeres que sabían quiénes eran.
Y mientras los tres temblaban al borde del abismo, María José, desde la puerta, se tocaba bajo el delantal. La escena no había terminado. Solo acababa de empezar.
1 comentarios - La dependienta y un vídeo porno