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Nosotros y el sobrino de mi hermano II

Nosotros y el sobrino de mi hermano II
 
El aroma a café recién hecho llenaba la cocina cuando bajé esa mañana. Franco estaba sentado a la mesa, hundido en su asiento como si esperara que el piso se lo tragara. No me miró a los ojos. 
Lucía, en cambio, estaba radiante. Llevaba sólo una camisa mía, lo suficientemente larga para cubrir lo justo, y se movía entre las hornallas con esa cadera que sabía exactamente lo que hacía. 
—¿Más café, Franco? —preguntó, inclinándose peligrosamente frente a él para llenar la taza. El escote le caía como una invitación. 
El pibe atragantó su tostada. 
—S-sí, gracias—murmuró, las orejas más rojas que la mermelada de frutillas de la mesa. 
Lucía me miró por sobre el hombro del chico, esos ojos verdes brillando con malicia. 
—Amor —dijo, como si comentara el clima—. ¿Te molesta si le doy una... mano a Franco hoy?
El tenedor se me cayó al plato con un clang metálico. Franco tosió como si se hubiera ahogado con el jugo. 
-¿Qué clase de mano?—pregunté, aunque ya sabía la respuesta. El corazón me latía tan fuerte que creía que ellos lo escuchaban tanto como yo. Los nervios, los celos y la calentura volvieron a mezclarse dentro mío. La primera en reaccionar fue mi verga que se puso dura como la piedra de inmediato. Lucía al ver mi erección me miró triunfante.
Ella se acercó a mí, rozándome la nuca con los dedos mientras hablaba al oído, pero lo suficientemente alto para que Franco escuchara: 
—La que necesita para dejar de ser virgen. Pensé que podríamos... educarlo.
Franco gimió. Literalmente gimió. Yo no sabía como reaccionar así que dejé que la cosa fluyera aunque no pudiera creer lo que Lucía, mi esposa, el amor de mi vida me estuviera pidiendo permiso para pajear otra pija delante de mí…y lo peor era que a mi eso me excitaba muchísimo.
Lucía caminó hacia él con movimientos felinos y se sentó en su regazo como si fuera el trono más natural del mundo. El pibe temblaba como hoja al viento. 
—¿Querés? —le susurró, pasando un dedo por su labio inferior—. Tu tío puede mirar... o participar.
El chico miró hacia mí, buscando refugio. 
 
—Dale—dije, tomando un sorbo de café. La voz era mía pero parecía que no salía de mí—. Pero limpiá después. 
Lucía sonrió como gata con crema y deslizó una mano bajo la mesa. Franco dejó escapar un sonido que no sabía que podía hacer un ser humano. 
—Shhh—lo calmó ella, moviendo el brazo con suavidad—. Dejate llevar.
Yo me acerqué para tener mejor visión del show. La mano de mi mujer envolvió la pija de Franco, o por lo menos lo intentó, porque el joven tenía una verga realmente gruesa. Mi mujer me miró con lujuria en sus ojos mientras me decía-¿Te gusta verme con otro, que le de placer a otro?- Yo solo atiné a asentir mientras sacaba mi pija y empezaba a masturbarme viendo el espectáculo.
El pibe se aferró al borde de la mesa, los nudillos blancos. Lucía aceleró el ritmo sobre esa joven pija palpitante,, susurrándole cosas al oído que lo hacían gemir más fuerte. 
—Así... eso es... qué hermosa pija tenés… —murmuraba mientras trabajaba—. ¿Nunca tocaste una mujer de verdad?
Franco negó con la cabeza, incapaz de hablar. 
Lucía se inclinó más, hasta que sus labios rozaron su oreja: 
—Abrí los ojos, mi amor. Quiero que veas dónde vas a acabar 
El chico obedeció, justo a tiempo para ver cómo Lucía se desabrochaba los primeros botones de la camisa, dejando caer el tejido hasta mostrar la curva perfecta de sus tetas. 
—Aquí —ordenó—. Quiero sentirte aquí, échame toda tu leche encima. 
Franco duró exactamente tres movimientos más. Cuando acabó fue con un gemido ahogado que hizo vibrar los vasos en la alacena. Lucía lo guió hábilmente, manchando su propia piel y los pezones con rayas blancas, espesas y calientes que resaltaban contra su bronceado. Yo no aguanté y acabé como un adolescente, cinco largos chorros de leche mancharon el piso de la cocina.

—Mira lo que hiciste—lo reprendió juguetona, pasando un dedo por su pecho y llevándoselo a la boca—.Qué travieso…y vos-mirándome a mí- la próxima vez acercate, sabés como me gusta sentir tu leche en mis tetas.
Franco jadeaba como si hubiera corrido un maratón. Yo estaba entre avergonzado, enojado y orgulloso de la mujer que tenía.

—L-lo siento...- solo atinó a decir el joven, yo no dije nada, solo me agaché a limpiar mi leche del suelo.
Lucía se levantó de su regazo, dejando los botones abiertos mientras caminaba hacia mí. 
—Tu turno de limpiar —dijo, inclinándose para besarme—. Aunque quizás deberíamos dejarlo así... para recordarle lo que pasó.
Franco nos miraba, hipnotizado, mientras la leche se secaba sobre la piel de Lucía. 
—V-Voy a... darme una ducha—tartamudeó, levantándose torpemente. 
Lucía rió contra mis labios. 
—No uses toda el agua, cariño—llamó—. Tu tío y yo vamos a necesitar lavarnos después... de nuestra propia lección. 
La puerta del baño se cerró de golpe. El sonido de la ducha se encendió segundos después. 
Lucía se acomodó en mi regazo, todavía desabrochada. 
—¿Creés que se masturbará pensando en esto?—preguntó, jugueteando con mi cinturón. 
Yo no salía de mi estupor, lo que había pasado despertó en mí sensaciones nuevas y contradictorias y extremadamente excitantes. Mi pija seguía dura como roca
—No lo sé —dije—. Pero apostaría a que cuando salga del baño... voy a encontrar su ropa interior mojada en el cesto. 
Lucía sonrió, bajando la mano para sentir mi erección.
—Quizás deberíamos revisar... para estar seguros. 
Afuera, el agua seguía corriendo y la mano de mi mujer, que recién había pajeado otra pija, comenzaba a pajear la mía. Se acomodó, apuntó el glande entre los labios de su conchita y de un movimiento entré en ella. Estaba caliente y mojada, en solo tres bombeos acabó clavando sus uñas en mi espalda, yo sentí el pegote de la leche de Franco en mi pecho cuando me abrazó y en vez de darme asco me calentó aún más.Seguimos cogiendo en la silla, ella se movía suave y lentamente sobre mí.
tetas

El sonido del agua cesó, y unos minutos después, la puerta del baño se abrió. Franco apareció en el marco, con una toalla blanca ajustada precariamente en su cintura. Su piel aún brillaba por la humedad, y su pecho se movía con una respiración agitada. 
Lucía, todavía sentada en mi pija, se detuvo en medio de su movimiento y giró la cabeza hacia él. 
 
—Mira quién decidió unirse— murmuró, mordiendo su labio inferior mientras sus ojos recorrían el cuerpo del chico. 
La toalla no dejaba lugar a dudas: Franco estaba completamente erecto, la tela levantándose como una tienda de campaña. Se quedó paralizado, como un ciervo ante los faros, cuando se dio cuenta de que lo estábamos mirando. 
—P-perdón, no quise interrumpir— balbuceó, dando un paso atrás. 
Lucía extendió una mano hacia él, deteniéndolo. 
—No te vayas— ordenó, su voz baja pero firme—. Vení acá.
Franco tragó saliva, pero obedeció, acercándose con pasos cortos. 
—Amor…— Lucía me miró, sus ojos brillando con una mezcla de lujuria y complicidad—. ¿Puedo probarlo? Solo un poco…
Mis manos se cerraron alrededor de sus caderas, sintiendo el calor de su piel a través de la delgada tela de su camisa. Su vos era tan sensual, tan embriagante que las palabras salieron de mi boca casi sin querer.
—Solo un poco— concedí, aunque sabía perfectamente que esto iba a ser mucho más que eso. 
Lucía sonrió y se deslizó de mi regazo, arrodillándose frente a Franco. El chico temblaba visiblemente, sus dedos aferrándose a la toalla como si fuera su única salvación. 
—No hace falta que te escondas— susurró ella, deslizando las manos por sus muslos—. Ya sé lo que hay aquí.
Con un movimiento deliberadamente lento, Lucía tiró de la toalla hasta que cayó al suelo. Franco hizo un sonido ahogado, pero no se movió. De su verga gorda y un poco más corta que la mía salían ya gotas de líquido pre seminal. Mi mujer pasó uno de sus dedos recogiendo un poco para saborearlo.
—Dios…— murmuró Lucía, admirando su erección—. Qué hermoso…y que rico.
Su mano se cerró alrededor de él, bombeando con suavidad mientras observaba cada reacción del chico. Franco cerró los ojos, sus músculos tensándose. 
—Abrí los ojos— ordenó Lucía—. Quiero que veas esto.
Cuando Franco obedeció, ella inclinó la cabeza y pasó la lengua por la punta de su verga, saboreando nuevamente el precio que quedaba sobre su glande gordo y brillante.. El chico jadeó, sus manos buscando apoyo en la mesa detrás de él. 
 
—Así…— murmuró Lucía, envolviéndolo con sus labios—. Relajate… dejá que te haga sentir bien.
Su boca, abierta desmedidamente, descendió, tomando más de él con cada movimiento. Franco gimió, sus caderas moviéndose involuntariamente. 
—N-no voy a durar…— advirtió, con voz quebrada. 
Lucía se separó por un segundo, mirándome por encima del hombro. 
—¿Puedo hacerlo acabar?— preguntó, como si pidiera permiso para tomar otro pedazo de pastel. 
Asentí, sintiendo cómo mi propia excitación crecía al ver la escena. 
Lucía volvió a su tarea con renovado entusiasmo. Una mano jugueteó con sus testículos mientras la otra se deslizó entre sus propias piernas, frotando su clítoris en círculos lentos. 
Franco no duró ni tres minutos. 
—V-voy a…— apenas pudo avisar antes de explotar en la boca de Lucía, sus caderas sacudiéndose con espasmos incontrolables. 
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Ella lo tragó todo, sin perder el ritmo, hasta que el chico gimió de sensibilidad excesiva. 
Cuando finalmente lo soltó, Franco estaba jadeando, las piernas temblorosas. 
Lucía se levantó, limpiándose los labios con el dorso de la mano antes de besarme profundamente. 
—Gracias por compartir- murmuró contra mi boca. Sentí el gusto de mi sobrino en su boca.
-Ahora me toca a mí- le dije, la apoyé contra la mesa y la embestí desde atrás. Ella gimió, jadeó y gritó mientras yo la cogía fuerte, como para hacerle sentir que era solo mía. El orgasmo fue mutuo, largo y aliviador, los dos lo necesitábamos.
Franco, todavía aturdido, miró su toalla en el suelo y luego hacia nosotros, como si no supiera qué hacer ahora. 
—Recogé eso y vení acá— le ordené, señalando el espacio junto a nosotros. 
El chico obedeció, moviéndose como en un sueño. 
Lucía sonrió, se subió y se sentó en la mesa y abrió las piernas.
—Creo que ahora es tu turno de aprender— le dijo a Franco, mientras lo tomaba de la cabeza y lo guiaba a su vagina empapada con nuestros jugos—. ¿No te parece, amor?
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Franco lamió y lamió la conchita depilada de mi mujer mientras yo chupaba sus tetas. El orgasmo de Lucía atronó. Me miró, me dijo gracias y me besó profundamente.
Y mientras el sol de la mañana entraba por la ventana, su verdadera educación finalmente comenzaba.

1 comentarios - Nosotros y el sobrino de mi hermano II

nukissy4330
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