You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Mi cuñada buscaba dueño

No sé en qué momento empezó. Tal vez fue esa tarde en la pileta, cuando ella se quitó el pareo y lo dejó caer como si supiera que yo la estaba mirando. O tal vez mucho antes, en alguna cena familiar, cuando nuestras rodillas se rozaron bajo la mesa y no se corrió. Lo que sí sé es que, desde que cruzamos esa línea, no hubo vuelta atrás.

Mi cuñado, el ingeniero, ese tipo que se pasea con su 4x4 negra como si fuera el dueño del barrio, siempre fue de esos que creen que todo se compra. Tiene guita, sí. Una casa de revista en un barrio privado, luces inteligentes, quincho con parrilla de acero inoxidable y hasta una cava con vinos que ni sé pronunciar. Pero lo que no se compra es la atención, el deseo real. Y eso es lo que él nunca entendió.

Ella, su esposa, es otra historia. Unos treinta años, apenas mayor que yo, con una piel que parece hecha para perderse en ella. De esas mujeres que cuando entran a un lugar, hacen que se corte el aire. Nunca sabés si te está ignorando o te está provocando. Pero sus ojos… sus ojos me hablaban distinto. Como si ya me hubiese elegido antes de saberlo.

Él, con sus viajes, sus reuniones, sus prioridades siempre en otro lado. Ella, con la sonrisa medida, la copa de vino en la mano, y ese vestido corto que siempre parecía un susurro. Me miraba distinto. Como si fuera un juego. Como si supiera que yo era capaz de cruzar límites que él ni se animaba a imaginar.

Todo explotó un jueves. Estábamos en su casa, él se había ido a una reunión en el centro. Me pidió ayuda para colgar una repisa. Excusa vieja, pero efectiva. Me hizo pasar al cuarto. El sol entraba por la ventana, iluminando todo con esa luz de tarde que lo vuelve todo más lento, más íntimo.

—¿Me sostenés mientras subo? —me dijo, dándome la espalda.

Subió al banquito, y su vestido se levantó apenas. Lo justo. La tela se pegaba a sus muslos, y yo ya no sabía si mirarla o contenerme. Cuando bajó, se dio vuelta, me miró directo a los ojos… y me besó.

Fue un beso húmedo, desesperado, con sabor a pecado. Me aferré a su cintura y la pegué contra mí como si tuviera miedo de que se evaporara. Ella me susurró con esa voz que parecía de otro mundo:

—Hace semanas que pienso en esto…

Nos caímos sobre la cama entre caricias rápidas, urgentes. La pasión era pura necesidad. Sus manos se metían bajo mi ropa con una seguridad feroz. Me arañaba, me mordía, me pedía. Sus gemidos eran bajitos, pero intensos, como si cada sonido fuera un secreto que se escapaba sin permiso.

—Haceme olvidar que soy su esposa… —me dijo al oído, y eso fue como una chispa.

Yo no era un amante, era su fuga. Su respiro. Su locura bien guardada entre sábanas de seda y paredes insonorizadas.

Se movía con una mezcla perfecta de entrega y control. Su cuerpo era suave, caliente, decidido. Cada vez que me miraba, entre suspiros y jadeos, me decía sin palabras que ahí, en ese cuarto, no existía nadie más. El mundo era solo piel, aliento, temblor.

La forma en que me montaba, firme, mirándome desde arriba, con el pelo cayéndole por los hombros, era de otro planeta. Jugaba con mis límites, los estiraba, los rompía. Me decía cosas bajito, cargadas de deseo, que me hacían perder el sentido.

No era solo sexo. Era algo más. Era ella recordándose viva. Era yo siendo parte de esa versión suya que ni su marido conocía.

Terminamos sudados, desordenados, satisfechos… por ahora. Me quedé mirándola mientras ella encendía un cigarrillo. Tenía la sábana apenas cubriéndole las caderas y una expresión de placer sereno.

—¿Y ahora qué? —le pregunté, con la respiración todavía agitada.

—Ahora sabés que no todo se compra —dijo, sin mirarme.

Después de eso, empezaron a llegar los mensajes. Cortos, directos. “Venite”. “Estoy sola”. “Necesito verte ya”. Y yo iba. Porque me lo pedía como se pide el aire. Porque no podía decirle que no.

Una vez lo hicimos en el lavadero, contra la pared, con el ruido del lavarropas girando. Otra, en el garage, con la 4x4 ahí, muda testigo de lo que su dueño ni imaginaba. En la ducha, en el living, hasta en la oficina del ingeniero, entre planos y laptops.

—Con vos soy otra —me decía, mientras jugaba con mi pelo—. Me hacés sentir peligrosa.

Yo sabía que eso no iba a terminar bien. Pero tampoco quería que termine. Cada encuentro era una locura nueva. Ella se volvía más intensa, más atrevida, como si el límite fuera solo una excusa para seguir cruzándolo. A veces me llamaba solo para escucharme la voz. Otras, se aparecía en mi casa con un abrigo largo y nada debajo.

Una noche, mientras la tenía contra la ventana, con las luces del barrio brillando al fondo, me dijo jadeando:

—Decime que soy tuya…

Y yo se lo dije. Porque en ese momento, lo era. Toda. Desde la punta de los dedos hasta el último suspiro.

Pero lo más salvaje no era el cuerpo. Era el riesgo. Saber que en cualquier momento él podía volver, que estábamos jugando con fuego en su propia cama, bajo sus techos, usando su mundo como escenario para nuestra traición. Eso encendía algo más que la piel. Era como vivir con el corazón a punto de explotar.

Una tarde, me miró fijo, después de un rato largo de silencio. Tenía el pelo pegado al cuello, y las sábanas aún tibias del último encuentro.

—¿Vos sentís algo por mí?

No supe qué decirle. Porque lo que sentía no entraba en una respuesta. Era deseo, sí. Pero también admiración, vértigo, un poco de miedo. Porque me gustaba. Mucho. Más de lo que debía.

—Siento que no puedo dejar de pensar en vos —le dije, sin mentir.

Ella sonrió, pero no dijo nada más.
Mi cuñada buscaba dueño
puta

2 comentarios - Mi cuñada buscaba dueño

nukissy3785
🍓Aquí puedes desnudar a cualquier chica y verla desnuda) Por favor, puntúala ➤ https://da.gd/erotys

putita caliente
Mauricio_2431
uf, tuviese una cuñada asi, y me fugo a otro pais con ella