Me llamo Felicitas, y felicidad es lo que traje a su vida.
Lazzy llegó a mí hace meses creyéndose heterosexual, inmune al deseo femenino, convencido de que podía jugar conmigo sin perder el control. No sabía entonces que el control no se pierde; se entrega, gota a gota, hasta que uno ni siquiera nota que ya no tiene voz.
Empezamos suave. Castidad. Lencería. Videos de chicas trans follando, mientras se masturbaba le hacía meterse los dedos en la cola, vigilándole cada gemido, cada movimiento de cadera. Le enseñé a detenerse justo antes de correrse. A veces lo dejaba así toda la noche. Otras, lo deja acabar.
Poco a poco, fue perdiendo las defensas. La hipnosis ayudó. Al principio lo tomaba como una diversión, pero después, con los ojos cerrados, se doblaba como una rama seca. Se sentía más mujer que hombre en esos momentos. Decía sentirlo. Y le gustaba. Lo admitió una vez, apenas un susurro: “Me siento… libre”.
Ahora usa medias todos los días. Ropa interior femenina. Usa el plug anal como si fuera parte de sí mismo, como si necesitara ese recordatorio constante de que no es dueño de su cuerpo. Ni de su placer. Ni de sus deseos. Todo eso es mío. Incluso su vergüenza.
Igual se hace el santito y de vez en cuando me pide permiso para meterselo en ese culito que ya conoce el público.
Su orgasmo ya no existe porque no lo autorizo. Ni siquiera puede masturbarse sin pedir permiso. Y cuando lo hace, es con mis palabras en la mente, mis reglas marcadas en la piel. Es mi putito. Mi experimento. Mi creación.
Hasta que llegó el día en que decidí revelarle su destino.
—Te quiero trabajando para mí —le dije.
Se quedó callado. Tan callado que pensé que había cortado la conexión. Pero no. Solo estaba procesando. El miedo, la excitación, el horror, la entrega… todo junto. Le gustó la idea de que hombres lo vean desnudo y paguen por eso
—Lo haré Srta. Felicitas—dijo al fin. Con la voz rota—.
Sonreí. Era verdad. Lo haría. No hoy, quizás no mañana. Pero lo haría. Porque ya no decide por sí mismo. Su vida, su cuerpo, su vergüenza… todo es mío.
Y por eso se lo merecía. Una recompensa. Una liberación.
Mira bien —le dije mientras iniciaba el video—. No es cualquier cosa. Es tu futuro.
En la pantalla apareció él: un tipo común, camiseta ajustada, mandíbula cuadrada, ojos llenos de testosterona. Un chico que probablemente nunca había dudado de su heterosexualidad. Hasta que su novia lo dejó plantado en una fiesta, borracho, herido en su orgullo, buscando consuelo donde fuera.
Y ahí entró él: el gymbro. Alto, tatuado, seguro. Lo llevó a un baño, le ofreció un trago, palabras tranquilas, caricias sutiles… y luego, el primer beso. El otro no se apartó. Se quedó inmóvil, como si su cuerpo ya supiera lo que quería aunque su mente luchara.
Lazzy observaba con los ojos muy abiertos, respirando rápido. Yo estaba detrás, sentada, con las piernas cruzadas, viendo cómo sus hombros se tensaban cada vez que el gymbro bajaba la cremallera del otro, cómo sus labios se entreabrían cuando vio el culo desnudo doblarse sobre el lavabo.
—Tú también te verías bien así —dije—. Con el culo rojo, abierto, rogando por más.
Él tragó saliva, pero no dijo nada. Sabía que no debía. Levanté la barbilla con dos dedos y le sonreí.
—Empieza —ordené—. Sin manos en la polla. Solo en el culo. Quiero verte acabar solo con eso.
Metió los dedos lentamente, primero uno, luego dos. Gemía bajo, con vergüenza, con miedo. Le gustaba.
En la pantalla, el chico gemía. Le habían untado lubricante. Estaba tenso, pero se fue soltando. Primero fue un dedo, luego dos, y al final… la polla entera. Entró sin mucha delicadeza, y él gritó. Luego gimió. Luego se corrió sin tocarse. Como un buen putito.
Lazzy apretó los ojos. Sus dedos se movían ahora con urgencia, con necesidad. El plug había sido retirado minutos antes, y su entrada palpitaba vacía, pidiendo más. Gimió alto. Demasiado. Le cubrí la boca con la mano.
—Silencio —susurré—. Esto no es para ti. Esto es para mí. Tú solo eres el recipiente.
Y entonces pasó. Su cuerpo se arqueó, su respiración se cortó. Ni siquiera se había tocado la polla, y aún así se corrió. Un gemido ahogado escapó de su garganta, seguido de un largo suspiro. Era como si hubiera entregado algo más que semen: había entregado una parte de sí mismo.
Me levanté despacio y me coloqué frente a él. Aún estaba jadeando, sudoroso, con los dedos todavía dentro. Le limpié la mejilla con el dorso de la mano.
—Bien hecho, mi putita —dije con voz baja, casi maternal—. Te estás convirtiendo en alguien digno de mí.
Abrió los ojos, brillantes, confundidos. Miró hacia abajo, hacia su cuerpo usado, y murmuró:
—Quiero ser una puta profesional.
Sonreí. No fue una sonrisa dulce. Fue la sonrisa de quien acaba de ganar algo que ni sabía que quería perder.
Lazzy llegó a mí hace meses creyéndose heterosexual, inmune al deseo femenino, convencido de que podía jugar conmigo sin perder el control. No sabía entonces que el control no se pierde; se entrega, gota a gota, hasta que uno ni siquiera nota que ya no tiene voz.
Empezamos suave. Castidad. Lencería. Videos de chicas trans follando, mientras se masturbaba le hacía meterse los dedos en la cola, vigilándole cada gemido, cada movimiento de cadera. Le enseñé a detenerse justo antes de correrse. A veces lo dejaba así toda la noche. Otras, lo deja acabar.
Poco a poco, fue perdiendo las defensas. La hipnosis ayudó. Al principio lo tomaba como una diversión, pero después, con los ojos cerrados, se doblaba como una rama seca. Se sentía más mujer que hombre en esos momentos. Decía sentirlo. Y le gustaba. Lo admitió una vez, apenas un susurro: “Me siento… libre”.
Ahora usa medias todos los días. Ropa interior femenina. Usa el plug anal como si fuera parte de sí mismo, como si necesitara ese recordatorio constante de que no es dueño de su cuerpo. Ni de su placer. Ni de sus deseos. Todo eso es mío. Incluso su vergüenza.
Igual se hace el santito y de vez en cuando me pide permiso para meterselo en ese culito que ya conoce el público.
Su orgasmo ya no existe porque no lo autorizo. Ni siquiera puede masturbarse sin pedir permiso. Y cuando lo hace, es con mis palabras en la mente, mis reglas marcadas en la piel. Es mi putito. Mi experimento. Mi creación.
Hasta que llegó el día en que decidí revelarle su destino.
—Te quiero trabajando para mí —le dije.
Se quedó callado. Tan callado que pensé que había cortado la conexión. Pero no. Solo estaba procesando. El miedo, la excitación, el horror, la entrega… todo junto. Le gustó la idea de que hombres lo vean desnudo y paguen por eso
—Lo haré Srta. Felicitas—dijo al fin. Con la voz rota—.
Sonreí. Era verdad. Lo haría. No hoy, quizás no mañana. Pero lo haría. Porque ya no decide por sí mismo. Su vida, su cuerpo, su vergüenza… todo es mío.
Y por eso se lo merecía. Una recompensa. Una liberación.
Mira bien —le dije mientras iniciaba el video—. No es cualquier cosa. Es tu futuro.
En la pantalla apareció él: un tipo común, camiseta ajustada, mandíbula cuadrada, ojos llenos de testosterona. Un chico que probablemente nunca había dudado de su heterosexualidad. Hasta que su novia lo dejó plantado en una fiesta, borracho, herido en su orgullo, buscando consuelo donde fuera.
Y ahí entró él: el gymbro. Alto, tatuado, seguro. Lo llevó a un baño, le ofreció un trago, palabras tranquilas, caricias sutiles… y luego, el primer beso. El otro no se apartó. Se quedó inmóvil, como si su cuerpo ya supiera lo que quería aunque su mente luchara.
Lazzy observaba con los ojos muy abiertos, respirando rápido. Yo estaba detrás, sentada, con las piernas cruzadas, viendo cómo sus hombros se tensaban cada vez que el gymbro bajaba la cremallera del otro, cómo sus labios se entreabrían cuando vio el culo desnudo doblarse sobre el lavabo.
—Tú también te verías bien así —dije—. Con el culo rojo, abierto, rogando por más.
Él tragó saliva, pero no dijo nada. Sabía que no debía. Levanté la barbilla con dos dedos y le sonreí.
—Empieza —ordené—. Sin manos en la polla. Solo en el culo. Quiero verte acabar solo con eso.
Metió los dedos lentamente, primero uno, luego dos. Gemía bajo, con vergüenza, con miedo. Le gustaba.
En la pantalla, el chico gemía. Le habían untado lubricante. Estaba tenso, pero se fue soltando. Primero fue un dedo, luego dos, y al final… la polla entera. Entró sin mucha delicadeza, y él gritó. Luego gimió. Luego se corrió sin tocarse. Como un buen putito.
Lazzy apretó los ojos. Sus dedos se movían ahora con urgencia, con necesidad. El plug había sido retirado minutos antes, y su entrada palpitaba vacía, pidiendo más. Gimió alto. Demasiado. Le cubrí la boca con la mano.
—Silencio —susurré—. Esto no es para ti. Esto es para mí. Tú solo eres el recipiente.
Y entonces pasó. Su cuerpo se arqueó, su respiración se cortó. Ni siquiera se había tocado la polla, y aún así se corrió. Un gemido ahogado escapó de su garganta, seguido de un largo suspiro. Era como si hubiera entregado algo más que semen: había entregado una parte de sí mismo.
Me levanté despacio y me coloqué frente a él. Aún estaba jadeando, sudoroso, con los dedos todavía dentro. Le limpié la mejilla con el dorso de la mano.
—Bien hecho, mi putita —dije con voz baja, casi maternal—. Te estás convirtiendo en alguien digno de mí.
Abrió los ojos, brillantes, confundidos. Miró hacia abajo, hacia su cuerpo usado, y murmuró:
—Quiero ser una puta profesional.
Sonreí. No fue una sonrisa dulce. Fue la sonrisa de quien acaba de ganar algo que ni sabía que quería perder.
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