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Compendio III
(Nota de Marco: con el cumpleaños de las pequeñas a la vuelta de la esquina y para celebrarle el día de la madre a mi mujer, quiero compartir con esta comunidad nuestra propia “historia de fantasmas” que nos tocó experimentar y que curiosamente, el paso de los años la ha hecho casi deshacerse como un recuerdo nebuloso. Mi muy estimado lector, este relato casi carece del contenido erótico que probablemente busca y también es posible que no crea lo que está escrito. Pero para nosotros, con mi esposa y nuestras hijas, fue algo que ocurrió y nos dejó “magia” como prueba de ello…)
Creo que todo empezó cuando las pequeñas tenían alrededor de 4 años y vivíamos en Adelaide. Les iba a leer un cuento para dormir, pero Verito estaba metida debajo de la cama, porque un peluche se había caído y me llamaba la atención que no me hubieran pedido ayuda y que tampoco le tuvieran miedo ni a los monstruos ni a la oscuridad a esa edad.

❤️Papi, es que tu luz azul les da asco a los monstruos. – me explicó Pamelita con naturalidad.
-¿Asco? – pregunté, confundido, sin entender a qué luz se referían.
•Sí, papi. Tú tienes una luz azul que les da “guácala” a los monstruos. – Continuó Verito, sacando la lengua. – Igual que las beterragas.
Me causó risa, porque en esa época, costaba mucho hacer que las niñas comieran beterragas. Según las niñas, yo tenía un resplandor azul alrededor de todo mi cuerpo que, por las noches, repelía a los monstruos y las sombras.
-¿Y cómo lo hacen cuando yo no estoy? ¿Cuando estoy trabajando en la mina? – les pregunté, tapándolas con las frazadas.
En esa época, trabajaba en turnos de 7 por 7 en Broken Hill, dado que Marisol estaba terminando sus estudios para volverse una profesora.
•Es que tú le pones tu luz en el estómago de Liz. – respondió Verito, tocándose el vientre. - Y a mami, todos los monstruos le tienen miedo a mami.
Sus palabras me dejaron helado. Por ese entonces, nuestra niñera Liz vivía con nosotros y ya lo hacíamos sin condón, conmigo viniéndome dentro de ella.
Pasado unos meses, nos mudamos acá a Melbourne, al departamento que nos entregó la compañía. Finalmente había aceptado el ascenso que me había ofrecido Sonia y nos mudamos en familia. Todavía no sé cómo lo hizo Sonia, pero no pasó mucho para que Marisol obtuviera un puesto en la misma academia de señoritas donde trabaja hoy en día.
Nuestro departamento era moderno, en los pisos superiores y con una buena vista del centro de la ciudad. Nuestra primera noche fue épica, dado que Marisol estaba encantada con el paisaje, llamando nuestro paraje “la mansión entre los cielos” y gracias a sus intensos gemidos de placer, terminamos conociendo a Sarah y a Brenda, al tener que disculparme a la mañana siguiente.

El departamento tenía una energía especial. Por alguna extraña razón, Marisol se notaba más juguetona que lo acostumbrado. Era de hacernos cosquillas a mí y a las pequeñas, de jugar a esconderse y en el fondo volver a ser niña.
Pero no pasó mucho para que las cosas raras empezaran a pasar.
Al principio, era algo sutil. Cuando me quedaba trabajando en la oficina de mi casa por las noches, vislumbraba la silueta de una niña con un capuchón blanco mirándome desde el pasillo. Las primeras veces, pensé que se trataba de las gemelas, aunque esta niña era más alta. Y luego que salía a perseguir, desaparecía.

Como podrán imaginar, estaba intrigado con nuestro propio fantasma y eventualmente, me acostumbré a su presencia. Incluso, me hice la costumbre de explicar en voz alta lo que hacía, ya que muchas veces me sentía observado cuando trabajaba hasta tarde.
Y fue entonces que apareció la amiga imaginaria de las niñas: Ally.
Las niñas estaban por cumplir cinco años y Bastián tenía algunos meses. Pero según ellas, Ally tenía seis, mayor que ellas, pero menor que un adulto. Con Marisol creíamos al principio que se trataba de una fantasía compartida. Pero las niñas se empezaron a comportar de manera extraña. A veces, las sorprendíamos a una o a ambas hablando con el aire.
También, de un momento a otro, empezaron a ordenar la mesa para el almuerzo perfectamente, sin que Marisol ni yo les hubiésemos enseñado. Cuando les preguntamos a las niñas quién les enseñó, las niñas respondieron que había sido Ally, a quien su mamá le había enseñado antes de irse.
Por lo que me empezaron a contar las niñas, a Ally le gustaba que les contara cuentos para dormir, los colores de la pantalla de mi computador cuando yo trabajaba y el juego de perseguirla cuando la descubría espiándome le causaba risa. Pero también le gustaba el canto de Marisol cuando creía que nadie la escuchaba y compartía su obsesión por Sailor Moon, siendo su favorita Sailor Jupiter al igual que a mi esposa.
Fue ahí que empecé a creer que Ally era una entidad real. Y las niñas la empezaron a manifestar en dibujos, apareciendo la figura encapuchada que yo veía jugando con ellas, que al igual que me había dado cuenta, era más alta que ellas, pero menor que nosotros con Marisol.

Eventualmente, les pregunté si Ally las acompañaba a la escuela, a lo que respondieron que ella no podía salir del departamento, porque se perdía en el camino.
Quizás, lo que me desconcertó más fue que las niñas me dijeran que Ally dormía en el cuarto de lavado.
•A Ally no le molesta cuando tú y mami juegan ahí, sacándose la ropa. – comentó Verito con completa naturalidad, a pesar de que tratábamos de ser discretos ante ellas.

Pero había algo en esa advertencia amarilla al lado de la secadora que me apretaba la garganta. Era la típica advertencia preventiva contra la mala ventilación y la acumulación del monóxido de carbono…
Con el pasar de los meses, Ally no se sintió como algo malvado. Al contrario, las niñas la consideraban como una especie de hermana mayor y eran más felices. Incluso la extrañaban cuando teníamos que hacer viajes prolongados fuera del país.
Y entonces, Ally se hizo real.
Eran mediados de julio. Las llaves del auto de Marisol tienen aparte de la alarma, una figurina de Sailor Jupiter. Ese día, me contactó George, el conserje del edificio, diciéndome que necesitaba mover el auto de Marisol del estacionamiento subterráneo a causa de una inundación, pero yo no podía encontrar las llaves.
Les pregunté a las pequeñas si acaso las habían visto, pero no sabían nada. Hasta que Verito se endereza del sofá y llama a su amiga imaginaria:
•¡Oye, Ally! ¡Papi necesita la luz “bip-bip” de mamá!
Sentí un ruido a mis espaldas… y las llaves aparecieron sobre el mueble de la cocina. La figurina todavía sacudiéndose, como si alguien las hubiera dejado y escapado corriendo. Las niñas ni siquiera se veían perturbadas. Yo estaba tieso.

Cuando se lo dije a Marisol, pensó que exageraba y bromeaba con ella. Durante todo ese tiempo, Marisol no vio ni sintió nada.
Hasta que llegó la noche que lo cambió todo para nosotros.
Eran finales de noviembre. Marisol y yo estábamos sentados en la mesa, corrigiendo los trabajos de sus alumnas. Ya era tarde y quería que mi cónyuge se fuera a acostar conmigo pronto, cuando repentinamente, escuchamos el ruido de pasitos descalzos.
Las pequeñas venían en pijama, con ojitos tristes y casi llorando.
❤️Papá. – empezó a hablar Pamelita. – Queremos pedirte un favor. Nosotras sabemos que quieres tener un hijito. Pero Ally dice que ya hay niños haciendo fila dentro del estómago de mamá para ser nuestro hermano y queremos que ella sea nuestra hermana.
Nos dejaron sin palabras. Nunca les dije que quería tener un hijo, aunque tal vez, al verme entusiasmado con Bastián, creyeron que así era.
Pero a Marisol, le pegó más fuerte: no se había dado cuenta que no le había llegado el periodo en dos meses. Tampoco me lo había dicho.
Al escuchar eso, lo que decían mis hijas me hizo más sentido: a los 2 meses de embarazo, los fetos definen su sexualidad.
Y entonces, Verito habló, con una voz suave y sincera.
•Papi, Ally promete que se portará bien esta vez. Quiere que tú también le leas cuentos y ver televisión con mamá. Dice que ahora, ella será obediente. Ella promete que no se va a esconder más en el cuarto de lavado y que siempre tratará de despertar.
Esas palabras me terminaron de rematar, porque me encajó todo: la advertencia por el monóxido de carbono, la extraña niña encapuchada…
En mi mente, vi a la niña encapuchada jugando a las escondidas con su madre. Escuché una llamada por teléfono. Vi la puerta del cuarto de lavado abrirse y la enorme advertencia amarilla, ominosa, augurando el triste desenlace…
No pude evitar llorar. Marisol nos contemplaba aterrada, sintiéndose acorralada por nuestras hijas.
❤️¡Por favor, mami! – Le suplicó Pamelita, mirándola casi llorando de tristeza. – Incluso, no queremos nuestros regalos de navidad. Queremos que Ally sea nuestra hermana.
Marisol me miró, tratando buscar auxilio, pero en esos momentos, no podía apoyarle. Se sobó el vientre, intentando protegerlo de nosotros.
+Lo siento, niñas. Pero yo no la conozco. – nos respondió Marisol con miedo.
Y no debieron haber pasado más allá de dos noches que Marisol tuvo un extraño sueño.
En él, mi esposa se encontraba en un lugar entre las nubes. De repente, una pequeña niña con un capuchón blanco aparece corriendo delante de ella.
Marisol se congeló al verla.
La niña se detuvo unos pasos delante de ella y alzó su cabeza, como si reconociera a mi esposa. Se dio vuelta y removió su capucha.

Una cabellera dorada, larga y radiante, enmarcaba el rostro de porcelana de la niña más hermosa que Marisol jamás había visto. Sus ojos, inmensos y azules, del tono del cielo despejado en el verano, se clavaron en mi esposa. Su sonrisa, con labios rojizos como frutillas, recibieron a mi esposa con benevolencia. Mi esposa dice que la niña en ningún momento le habló, pero claramente, escuchó un nombre:
ALLYSON
El nombre hizo eco en mi ruiseñor. No sabía de dónde vino, pero Marisol lo describió como una sapiencia espiritual. Intrínseca. Un nombre del cual nunca le había prestado atención. Pero que en esos momentos que lo conocía, le hacía todo sentido.
Entonces, la sonrisa de la niña se puso más alegre, alzando una mano sobre su cabeza; la otra, ubicándola en torno a su cintura, una pose que Marisol conocía de memoria.

Sailor Jupiter.
Y Marisol dice que sintió algo entre ellas. Una sensación de algo como la corriente eléctrica y la primavera. Una promesa de fortaleza, cariño y lealtad. Lo último que recuerda fue que la niña le sonreía contenta. Orgullosa. Esperando…
Implorando.
Y finalmente, Marisol lo entendió.
A la mañana siguiente, su primera palabra al escuchar a mi esposa llorando conmovida fue “Allyson” y me dijo que todo estaba bien. Que aceptaba. Que las niñas tenían razón. Me contó de su sueño, lo que sintió en él y la decisión que había tomado.
Yo estaba perplejo. Le informé a las niñas, pero al parecer, ellas ya sabían de antemano.
•Ally está durmiendo en la barriga de mamá. – me aclaró Verito con naturalidad.
Pero yo todavía me sentía inquieto. Marisol y yo no somos devotos fervientes, mi esposa criada en la iglesia católica, yo en la evangélica. No creíamos en la reencarnación. Pero a pesar de todo, nos pusimos de acuerdo en llamar a nuestra hija Alicia, recordando el nombre de una tía querida de mi mamá, en lugar de Allyson. En el fondo, reflexionamos que queríamos darle una nueva vida, pero no llevando la sombra de la anterior.
Por mi cuenta, traté de buscar entre los registros el nombre de una niña llamada Allyson que hubiese fallecido en nuestro departamento treinta años atrás (alrededor del tiempo que Sailor Moon se estrenó por primera vez), pero no encontré nada. George trató de ayudarme, pero él entró a trabajar el 2007 y tampoco tenía forma para acceder a la información que yo buscaba.
Al principio, las niñas corrían a hablar con el vientre de su madre, contándoles animadamente el día a día de sus vidas. Pero a medida que el embarazo avanzó, las niñas pararon de hacerlo. Nos explicaron que ahora Ally dormía mucho, preparándose para nacer. Fue por este motivo que cuando llegó el alumbramiento, las pequeñas se decepcionaron.
❤️Ahora es solo una bebé. – exclamó Pamelita con frustración al ver por primera vez a su nueva hermana. – Ni siquiera puede hablarnos.
Pero con el tiempo, la fueron aceptando. Se tomaron el rol de hermanas mayores a la perfección y la integraron bastante bien en sus vidas, compartiendo con ella y respetándola, pero extrañamente olvidando que tuvieron alguna vez una amiga imaginaria. Con el tiempo, nuestra “Alicia mágica” se apegó más a Marisol que a mí, volviéndose tan fanática como mi esposa del animé y los disfraces, siendo Sailor Moon su animé favorito y admirando a su madre y a si misma que se parecieran tanto a su heroína favorita, Sailor Jupiter.
Por lo que ahora, Alicia es nuestra hija “mágica”.
O tal vez… desde siempre lo fue.
¡Feliz día de la madre 2025 y muchas gracias por leer esto!
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1 comentarios - PdB 76 Ally