You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

En la oficina

Es lunes. La oficina huele a café recién hecho y ambición contenida. Tú ya estás en tu escritorio cuando llego, con mis tacones marcando el ritmo de cada paso, y esa falda ajustada que sé que te hace perder el aliento. Me detengo justo a tu lado, dejo caer mis papeles a propósito, y me agacho despacio… sin prisa, sabiendo que tus ojos están fijos en el contorno de mi cuerpo.
—Buenos días, cariño —te susurro, sin mirarte del todo, como si apenas fueras parte del mobiliario—. Espero que hoy sepas comportarte… tenemos visita.
Mi jefe llega poco después. Alto, dominante, con esa mirada que me devora sin disimulo. Tú lo odias… y lo deseas todo al mismo tiempo, porque sabes lo que significa cuando él me llama a su oficina y cierra la puerta.
—Señorita —dice con esa voz firme—. Necesito que revisemos juntos el informe privado.
Tú sabes que ese informe no existe.
Yo lo sigo, lanzándote una mirada rápida, como una orden silenciosa: Quédate ahí. Mira. Imagina.
La puerta se cierra. No está bloqueada, solo entornada… lo suficiente para que escuches.
Adentro, el silencio se llena con el sonido de su cinturón deslizándose, mi respiración agitada, y sus gemidos roncos cuando me toma sobre su escritorio. Me mira como si fuera suya, y yo me dejo hacer, sabiendo que tú estás ahí afuera, temblando, endurecido, y completamente impotente.
Cuando salgo, mi ropa está en su sitio, pero mis labios están hinchados y mis piernas tiemblan apenas. Paso junto a ti, me inclino y te susurro:
—Esta noche, cuando me arrodille frente a ti… te contaré todo. Y tú no podrás tocarme hasta que lo repitas palabra por palabra.
La casa está en silencio cuando llego. Tú ya estás esperando, como te pedí: en el suelo, desnudo, con las manos en los muslos, la mirada baja. Obediente. Sumiso. Encendido.
Camino despacio hacia ti, aún vestida con la ropa del trabajo. No me he cambiado. No quiero hacerlo. Quiero que huelas su colonia en mí, que veas las marcas que dejó en mi cuello, que sepas que no me lavé… porque quería traerte todo.
—No hables —ordeno con suavidad, pero con firmeza mientras me siento frente a ti en la silla—. Solo escucha.
Cruzo las piernas, dejando que la falda se suba un poco más, justo lo suficiente para tentarte… y torturarte.
—Me tomó fuerte —empiezo, mirándote directo a los ojos—. Me dobló sobre el escritorio sin decir una palabra, como si ya supiera que yo estaba lista. Porque lo estaba. Mojada. Abierta. Por él.
Tus labios se entreabren, tus pupilas se dilatan. No te mueves. No te atreves.
—Me hizo gemir, profundo, con la mano cubriéndome la boca para que nadie más nos oyera… aunque quizás tú sí lo hiciste, ¿verdad? ¿Escuchaste cómo me hacía suya mientras tú solo podías apretar los puños en silencio?
Desabrocho lentamente un botón de mi blusa. Después otro.
Estoy de pie frente a ti, con las piernas apenas separadas, mientras tú me miras desde abajo. La tela de mi ropa interior —aún húmeda— cuelga de mis dedos. Te la lanzo suavemente al rostro, y la hueles sin siquiera pensarlo. Está empapada. No por ti… por él.
—¿Quieres saber cómo me folló? —pregunto con una sonrisa ladeada mientras abro lentamente mi blusa, dejando al descubierto mis senos—. Te lo voy a contar todo, porque sé que eso te rompe… y te excita más que nada.
Me siento en el borde de la silla, con las piernas bien abiertas, sabiendo que tu mirada se clava en mi sexo, aún enrojecido, hinchado por la forma en que él me tomó.
—Me subió a su escritorio sin quitarme toda la ropa. Solo me arrancó las medias y me corrió la tanga a un lado. Me abrió con los dedos, y me dijo: “Estás goteando… ¿pensabas en mí mientras trabajabas?”. Yo solo asentí.
Tú ya estás temblando. Lo noto. No puedes tocarte, pero tu cuerpo entero vibra de tensión.
—Metió su polla hasta el fondo sin aviso. Era gruesa… más dura que nunca. Me empujaba una y otra vez, golpeando ese punto que tú conoces, ese que me hace arquear la espalda y suplicar… solo que, con él, no suplico. Solo me rindo. Me folló sin pausa, sin suavidad. Mis gemidos golpeaban las paredes, y sabía que tú podías escucharlos desde tu escritorio.
Deslizo una mano entre mis piernas, y me acaricio lentamente, empapada de nuevo por el recuerdo. Lo hago delante de ti, sin vergüenza.
—Me corrió adentro, profundo, caliente. Y me hizo quedarme quieta, con su semen escurriendo por mis muslos, mientras terminaba de revisar unos papeles… como si yo no fuera más que su juguete.
Muerdo mi labio. Mi respiración se acelera.
—Y ahora tú estás aquí. De rodillas. Viéndome tocarme con los restos de otro hombre dentro de mí. Queriendo correrte por una fantasía que ya no es solo fantasía.
Tomo tu rostro de nuevo y lo acerco lentamente entre mis piernas.
—¿Quieres permiso? Entonces demuéstrame que lo mereces. Lame. Limpia. Y después… tal vez… te deje usar tu mano.

0 comentarios - En la oficina