Llegué a la quinta de mis tíos un mediodía de verano, con el sol rajando la tierra. El aire olía a pasto recién cortado y a cloro de la pileta. Mis tíos estaban adentro, preparando algo para el almuerzo, y yo, con la excusa de saludarlos, me fui derecho al fondo, donde estaba la piscina. Ahí la vi a mi prima, Carolina, tirada en una reposera, tomando sol como si el mundo no existiera. Tenía una bikini negra que le apretaba el cuerpo de una manera que me hizo tragar saliva. Sus tetas apenas contenidas, la tela marcándole la piel, y abajo... esa bombacha que le apretaba toda la concha, dejando ver el contorno de su raya
Me quedé parado como un boludo, con los bizcochos Don Satur que traía en la mano para compartir con ella. No podía dejar de mirarle la entrepierna. La tela de la bikini era tan finita que se transparentaban unos pelitos negros, rebeldes, asomando por los costados. Su piel brillaba por el bronceador, y cada vez que movía las piernas, la bombacha se le ajustaba más, marcando los labios de su concha como si me estuviera invitando a imaginar cosas que no debía. Me la imaginé desnuda, con las piernas abiertas, gimiendo mientras yo le metía la pija hasta el fondo, sus uñas clavándose en mi espalda, el calor de su cuerpo contra el mío. La imaginé arrodillada chupandome la pija como puta, pidiendome la leche en la cara. La imagen me pegó como un cachetazo, y sentí cómo mi pija empezaba a apretar contra un pantalonde futbol sin calzones que tenia puesto. Se me levantaba la verga y se ponia como una carpa..
Ella se dio cuenta de que la miraba. Levantó la vista, con esos ojos oscuros que siempre me jodieron, y me tiró una sonrisa bien de puta, como diciendo “¿qué hacés, pelotudo?”. Pero no se tapó, no cruzó las piernas. Al contrario, se estiró un poco más, como si quisiera que la mirara mejor. Se dio vuelta para tomar sol de espaldas y el hilo dental que se le metia en los cachetes dejaba ver a los lados su culo. Un culo hermoso, para tenerla en cuatro y chuparselo despacio mientras ella se hiciera la paja. “¿Qué hacés ahí parado? Vení, sentate”, me dijo, señalando la reposera de al lado. Yo obedecí, todavía medio en pedo por lo que estaba sintiendo. Fui medio encorvado para que no se notara lo gorda que se me habia puesto la garcha. Me senté, pero no podía hablar. Mi cabeza era un quilombo de imágenes: ella encima mío, yo chupándole las tetas, el olor de su concha mientras la lamía. Que me la pasara por la cara y que me acabara toda la boca.
“¿Qué te pasa, boludo? Estás raro”, dijo, y se incorporó un poco, apoyándose en los codos. La bikini se le corrió apenas, y juro que vi un pedacito de su piel más íntima, rosada, húmeda por el calor. No aguanté más. “Nada, Caro, te hacesla pelotuda pero me estás haciendo re calentar, ”. "Pareciera que abris las piernas a proposito para mostrarme la concha". Las palabras me salieron solas, como si mi pija estuviera hablando por mí. Ella se rió, pero no era una risa inocente. “¿Te gusta lo que ves, primito degenerado?”, me dijo mientras se despegaba la bombacha de la piel como para acomodarse y se le veia toda la concha.
“Vení, vamos a llevar las reposeras al cuartito ese”, me dijo, señalando el galponcito donde guardaban las cosas de jardín. Yo no pregunté nada, solo la seguí, con el corazón latiéndome en la pija. Entramos, cerramos la puerta, y el olor a tierra y nafta nos pegó de lleno. Estaba oscuro, pero la luz que se colaba por una ventana chica nos dejaba vernos lo justo. Ella se apoyó contra una mesa llena de macetas, y sin decir nada, se bajó la bombacha hasta las rodillas. Su concha quedó a la vista, con esos pelitos negros y los labios hinchados, brillando de humedad. “Mirá, pero no toques, ¿eh? Somos primos, no da”, dijo, pero su voz temblaba, y sus dedos ya estaban acariciándose el clítoris, despacito, como si quisiera volverme loco. Levanto una rodilla a la altura de la mesa y con los dedos de las dos manos se abrio toda la concha. Como para que mi pija entrar directamente y sin pedir permiso.
Yo me bajé el short y saqué la pija, que estaba dura como piedra, con la cabeza mojada por lo que ya me había imaginado. Empecé a pajearme, mirándola fijo. Ella se abría los labios con los dedos, mostrando todo, gimiendo bajito mientras se tocaba. “Mirá cómo estoy, boludo... mirá lo mojada que estoy”, dijo la muy putita, y metió dos dedos adentro, sacándolos brillosos. Yo no podía más, mi mano iba rápido, el calor subiéndome por el pecho. “Caro, la concha que tenés... me estás matando”, le dije, y ella se rió, pero enseguida gimió más fuerte, sus caderas moviéndose contra su propia mano.
Nos mirábamos como animales, sin tocarnos, pero sintiendo todo. Ella se apretaba una teta con la mano libre, pellizcándose el pezón, y yo imaginaba mi lengua ahí, mi pija entrando en esa concha que se abría para mí. “No me cojas, ¿eh? Pero... seguí mirando, dale, acabáme el culo”, Se dio vuelta para mostrarme y siguio pajeandose como una degenerada. Aeleró sus dedos entrando y saliendo, el sonido húmedo llenando el cuartito. Yo no aguanté más. Sentí el calor explotarme en la base de la pija, y acabé conteniendo el grito para que no escucharan los tios, La leche salio a chorros, rozando su culo, manchando el piso. Ella tembló, arqueó la espalda, y acabó muy fuerte tambien, mordiéndose el labio para no gritar, sus piernas temblando mientras se apretaba el clitoris.
Nos quedamos un segundo en silencio, agitados, sin mirarnos por la verguenza. Ella se subió la bombacha, todavía con la respiración agitada. “Esto no pasó, ¿estamos?”, me dijo, pero me guiñó un ojo. Yo dije que si con la cabeza, todavía en una nube, con la pija todavía palpitándome. Salimos del cuartito como si nada, sin siquiera haber guardado las reposeras.
Me quedé parado como un boludo, con los bizcochos Don Satur que traía en la mano para compartir con ella. No podía dejar de mirarle la entrepierna. La tela de la bikini era tan finita que se transparentaban unos pelitos negros, rebeldes, asomando por los costados. Su piel brillaba por el bronceador, y cada vez que movía las piernas, la bombacha se le ajustaba más, marcando los labios de su concha como si me estuviera invitando a imaginar cosas que no debía. Me la imaginé desnuda, con las piernas abiertas, gimiendo mientras yo le metía la pija hasta el fondo, sus uñas clavándose en mi espalda, el calor de su cuerpo contra el mío. La imaginé arrodillada chupandome la pija como puta, pidiendome la leche en la cara. La imagen me pegó como un cachetazo, y sentí cómo mi pija empezaba a apretar contra un pantalonde futbol sin calzones que tenia puesto. Se me levantaba la verga y se ponia como una carpa..
Ella se dio cuenta de que la miraba. Levantó la vista, con esos ojos oscuros que siempre me jodieron, y me tiró una sonrisa bien de puta, como diciendo “¿qué hacés, pelotudo?”. Pero no se tapó, no cruzó las piernas. Al contrario, se estiró un poco más, como si quisiera que la mirara mejor. Se dio vuelta para tomar sol de espaldas y el hilo dental que se le metia en los cachetes dejaba ver a los lados su culo. Un culo hermoso, para tenerla en cuatro y chuparselo despacio mientras ella se hiciera la paja. “¿Qué hacés ahí parado? Vení, sentate”, me dijo, señalando la reposera de al lado. Yo obedecí, todavía medio en pedo por lo que estaba sintiendo. Fui medio encorvado para que no se notara lo gorda que se me habia puesto la garcha. Me senté, pero no podía hablar. Mi cabeza era un quilombo de imágenes: ella encima mío, yo chupándole las tetas, el olor de su concha mientras la lamía. Que me la pasara por la cara y que me acabara toda la boca.
“¿Qué te pasa, boludo? Estás raro”, dijo, y se incorporó un poco, apoyándose en los codos. La bikini se le corrió apenas, y juro que vi un pedacito de su piel más íntima, rosada, húmeda por el calor. No aguanté más. “Nada, Caro, te hacesla pelotuda pero me estás haciendo re calentar, ”. "Pareciera que abris las piernas a proposito para mostrarme la concha". Las palabras me salieron solas, como si mi pija estuviera hablando por mí. Ella se rió, pero no era una risa inocente. “¿Te gusta lo que ves, primito degenerado?”, me dijo mientras se despegaba la bombacha de la piel como para acomodarse y se le veia toda la concha.
“Vení, vamos a llevar las reposeras al cuartito ese”, me dijo, señalando el galponcito donde guardaban las cosas de jardín. Yo no pregunté nada, solo la seguí, con el corazón latiéndome en la pija. Entramos, cerramos la puerta, y el olor a tierra y nafta nos pegó de lleno. Estaba oscuro, pero la luz que se colaba por una ventana chica nos dejaba vernos lo justo. Ella se apoyó contra una mesa llena de macetas, y sin decir nada, se bajó la bombacha hasta las rodillas. Su concha quedó a la vista, con esos pelitos negros y los labios hinchados, brillando de humedad. “Mirá, pero no toques, ¿eh? Somos primos, no da”, dijo, pero su voz temblaba, y sus dedos ya estaban acariciándose el clítoris, despacito, como si quisiera volverme loco. Levanto una rodilla a la altura de la mesa y con los dedos de las dos manos se abrio toda la concha. Como para que mi pija entrar directamente y sin pedir permiso.
Yo me bajé el short y saqué la pija, que estaba dura como piedra, con la cabeza mojada por lo que ya me había imaginado. Empecé a pajearme, mirándola fijo. Ella se abría los labios con los dedos, mostrando todo, gimiendo bajito mientras se tocaba. “Mirá cómo estoy, boludo... mirá lo mojada que estoy”, dijo la muy putita, y metió dos dedos adentro, sacándolos brillosos. Yo no podía más, mi mano iba rápido, el calor subiéndome por el pecho. “Caro, la concha que tenés... me estás matando”, le dije, y ella se rió, pero enseguida gimió más fuerte, sus caderas moviéndose contra su propia mano.
Nos mirábamos como animales, sin tocarnos, pero sintiendo todo. Ella se apretaba una teta con la mano libre, pellizcándose el pezón, y yo imaginaba mi lengua ahí, mi pija entrando en esa concha que se abría para mí. “No me cojas, ¿eh? Pero... seguí mirando, dale, acabáme el culo”, Se dio vuelta para mostrarme y siguio pajeandose como una degenerada. Aeleró sus dedos entrando y saliendo, el sonido húmedo llenando el cuartito. Yo no aguanté más. Sentí el calor explotarme en la base de la pija, y acabé conteniendo el grito para que no escucharan los tios, La leche salio a chorros, rozando su culo, manchando el piso. Ella tembló, arqueó la espalda, y acabó muy fuerte tambien, mordiéndose el labio para no gritar, sus piernas temblando mientras se apretaba el clitoris.
Nos quedamos un segundo en silencio, agitados, sin mirarnos por la verguenza. Ella se subió la bombacha, todavía con la respiración agitada. “Esto no pasó, ¿estamos?”, me dijo, pero me guiñó un ojo. Yo dije que si con la cabeza, todavía en una nube, con la pija todavía palpitándome. Salimos del cuartito como si nada, sin siquiera haber guardado las reposeras.
3 comentarios - putita la prima.