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fiesta electronica

Ahí las veo: dos minas que bailan juntas, como si el resto del mundo no existiera. Una, morocha, con un top negro que deja poco a la imaginación y una pollera corta que se le sube con cada giro. La otra, rubia, con un vestido plateado que brilla bajo las luces y un par de botas hasta las rodillas. Se miran, se ríen, y de repente, la morocha me clava los ojos. Sonríe. Me hace un gesto con la cabeza, como diciendo "vení".
No lo pienso dos veces. Me abro paso entre la gente, el corazón me late más fuerte que el bombo del DJ. Llego hasta ellas, y la morocha me agarra del brazo sin decir nada. La rubia se pega a mi otro lado, y de pronto estamos los tres bailando, cuerpos rozándose, el calor subiendo. La morocha se acerca a mi oído y me susurra, con esa voz ronca que te pone la piel de gallina: "Che, ¿te animás a algo más heavy?". La rubia se ríe, me pasa una mano por el pecho y asiente. No hace falta que digan más. La sangre me hierve.
Nos escabullimos de la pista, buscando un lugar donde la música no tape todo. Encontramos un pasillo oscuro, medio escondido detrás de unos parlantes gigantes. Hay un cuartito al fondo, una especie de depósito con cajas y cables tirados. Entramos, la morocha cierra la puerta con un empujón. La luz de un neón violeta se cuela por una ventana rota, apenas suficiente para vernos las caras. La rubia se me pega de frente, me besa sin aviso, su lengua explorándome con hambre. La morocha se ríe bajito y se pone atrás mío, deslizando las manos por mi cintura, desabrochándome el cinturón con dedos rápidos.
"Tranquilo, loco, que esto recién empieza", dice la morocha, mientras siento su aliento en mi nuca. La rubia se arrodilla, sus ojos brillando con picardía. Me baja los pantalones y, sin preámbulos, empieza a chupármela. La sensación es una locura, su boca caliente y húmeda, moviéndose con ritmo, mientras la morocha me muerde el lóbulo de la oreja y me susurra cosas sucias. "Mirá cómo te la come, ¿te gusta, no?". Asiento, casi sin aire, mientras la rubia me mira desde abajo, gimiendo bajito.
La morocha no se queda atrás. Se saca el top, dejando sus tetas al aire, y me agarra una mano para que las toque. Están firmes, cálidas, y ella suelta un gemido cuando le pellizco los pezones. Se baja la pollera y las bragas de un tirón, y se pone contra la pared, abriendo las piernas. "Vení, dale, quiero sentirte", me dice, con una voz que no admite discusión. La rubia se para, se limpia la boca con una sonrisa y se saca el vestido, quedándose solo con las botas. Me empuja hacia la morocha, y mientras me acerco, la rubia se pega a mi espalda, acariciándome, guiándome.
Me hundo en la morocha, que está mojada y apretada, y ella suelta un grito que se mezcla con el eco del techno. Empiezo a moverme, fuerte, profundo, mientras ella se agarra de mis hombros y me clava las uñas. La rubia no se queda quieta: se arrodilla otra vez, pero ahora entre los dos, y siento su lengua jugando donde nuestros cuerpo se juntan. Es demasiado, una sobrecarga de sensaciones. La morocha gime más fuerte, sus piernas temblando, y sé que está cerca. "No pares, boludo, no pares", me suplica, y acelero, sintiendo cómo se tensa alrededor mío. Explota en un orgasmo que la hace arquearse, gritando, mientras la rubia se ríe y me aprieta las bolas con suavidad.
Sin darme respiro, la rubia me jala hacia ella. "Ahora me toca a mí", dice, y se sube a una caja, abriendo las piernas. Su piel brilla bajo el neón, y no puedo resistirme. La penetro de un empujón, y ella suelta un gemido largo, envolviéndome con sus botas. La morocha, todavía jadeando, se acerca y empieza a besar a la rubia, sus lenguas enredándose mientras yo sigo moviéndome. Es una imagen que no voy a olvidar nunca: las dos minas perdiéndose en ellas mismas, mientras yo las hago míos.
El calor, los gemidos, el ritmo del techno que sigue sonando afuera... todo se mezcla. La rubia empieza a temblar, sus gemidos subiendo de tono, y sé que está por venirse. La morocha le muerde el cuello, y eso la empuja al borde. Se viene con un grito ahogado, apretándome tan fuerte que casi no puedo contenerme. Pero la morocha me agarra del brazo, me saca de la rubia y se arrodilla. "Acabá con nosotras", dice, y la rubia se une a ella, las dos mirándome con esa mezcla de deseo y desafío.
No aguanto más. El orgasmo me pega como una ola, y ellas reciben todo, sus risas y gemidos mezclándose con mi jadeo. Nos quedamos ahí, los tres respirando agitados, el cuartito oliendo a sexo y adrenalina. La morocha se para, se pone el top y me guiña un ojo. "Buena noche, ¿no?", dice, mientras la rubia se ríe y me da un último beso.
Salimos del cuartito, la música nos envuelve otra vez, y la fiesta sigue como si nada. Pero yo sé que esta noche, entre el techno y el neón, algo cambió para siempre.

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