La lluvia, el auto y el pete
Hacía un tiempo que la vida venía tranqui, qué sé yo. Todo en orden, más o menos. Nico y yo íbamos joya: él ya caía a casa, charlaba con mis viejos, que lo querían como si fuera uno más de la familia. "Buen pibe, este", decía mi viejo, mientras mi vieja le ofrecía otra porción de milanesas. Yo, mientras, seguía con mi rutina: estudio, gimnasio, la vida de siempre. En el gym, Diego no aflojaba. Cada dos por tres tiraba un comentario, una mirada, algo para ver si picaba. Pero yo, elegante, lo esquivaba o lo dejaba en visto con una sonrisa. "Seguí participando, amigo", pensaba. Y Emmita, bueno, parecía que se estaba portando bien... pero no, obvio que no.Esa tarde llovía como la puta madre. Salí del gimnasio y me quedé bajo el techito de la entrada, mirando cómo caían cataratas. Mi casa no quedaba lejos, pero si caminaba, llegaba hecha una sopa. Estaba pensando en resignarme cuando apareció Diego, como si hubiera olfateado la oportunidad. "Emma, te llevo, bancame dos minutos", dijo, con esa cara de ganador que me daba ganas de putearlo y reírme al mismo tiempo. Mi cabeza gritó: "¡No, ni loca!". Sabía que subirme a su auto era jugar con fuego. Pero miré el diluvio otra vez y, bueno, dije: "Dale, está bien".Volvió en menos de un minuto, con una sonrisa que no escondía nada. "Vení, el auto está a media cuadra". Corrimos bajo la lluvia, y aunque fue un segundo, nos empapamos. Me subí al auto, y mi top mojado se pegó al cuerpo, marcando todo. Sí, TODO. Noté que Diego miró, y aunque traté de hacerme la boluda, no se me escapó esa chispa en sus ojos. "Te salvé, eh. Si no, llegabas a tu casa como si hubieras nadado", dijo, arrancando el auto. Lo miré, riendo. "Sí, gracias, héroe. Dale, llévame".Ahí nomás, sin filtro, soltó: "Me gustaría verte toda mojada, pero toda, ¿eh?". Fue como si me hubiera tirado un baldazo, pero no de agua. Lo miré, dudando si frenarlo en seco o seguirle el juego. Y, qué sé yo, algo en mí dijo "vamos a ver hasta dónde llega". Sonreí y tiré: "¿Ah, sí? Capaz ya me mojaste y no te diste cuenta". Su cara fue épica, como si le hubiera pegado un cross de derecha. "Emma, no juegues conmigo, que no soy un nene", dijo, con la voz más seria, pero los ojos brillando.No me achiqué. "No estoy jugando", contesté, redoblando la apuesta. Y entonces, mientras manejaba, levantó la mano derecha y la llevó directo a mi entrepierna, diciendo: "Bueno, veamos si ahora lo estás". Yo, en lugar de pararlo, abrí un poco las piernas, mirándolo fijo. Su mano me rozó sobre la calza, y un gemido chiquito se me escapó. Él lo notó y se rió, con esa risa de "te tengo". "Creo que siento algo de humedad, pero no estoy seguro", dijo, provocándome. Le tiré: "Dobla ahí". Él frunció el ceño. "¿Para ahí es tu casa?". "No, pero es una calle oscura", respondí, y entendió todo al toque.Buscó un lugar discreto, o lo más discreto que se podía en esa calle bajo la lluvia, y paró el auto. Se acercó más, y ahora sí, sin vueltas, me tocó con ganas. Su mano se coló por debajo de mi ropa, directo a mi conchita, que, para qué mentir, ya estaba empapada. Nos empezamos a comer la boca como si no hubiera mañana, y mientras tanto, él me guió una mano a su pantalón. Lo que sentí ahí prometía: duro, grande, listo para la acción. Lo miré y dije, medio en joda, medio en serio: "Para, Diego, no voy a coger acá". Él se rió. "No seas mala, Emma, no me podés dejar así".Y bueno, no sé si fue la adrenalina, la lluvia, o qué carajo, pero decidí no dejarlo tan colgado. "Algo se me va a ocurrir", dije, con una sonrisa que dejaba poco a la imaginación. Me acerqué, desabroché su pantalón y bajé el cierre despacito, como para que sintiera cada segundo. Cuando saqué su pija, no decepcionó: unos 20 cm, gruesa, dura como cemento, con una vena que parecía latir. Diego soltó un "la concha de tu madre" bajito, y yo solo sonreí.Agarré su pija con una mano, apretando justo lo necesario, y empecé a moverla lento, mientras mi otra mano le acariciaba los huevos. Lo miré a los ojos, asegurándome de que supiera quién mandaba. Luego me incliné, y con la lengua le di un lamidón suave en la punta, saboreando ese gustito salado que ya empezaba a salir. Diego gimió, y eso me prendió más. Lo rodeé con los labios, metiéndolo despacio, dejando que sintiera el calor de mi boca. Empecé a mover la cabeza, primero tranqui, tomando solo la mitad, mientras mi mano seguía en la base.Aceleré el ritmo, chupando más fuerte, dejando que mi lengua jugara con cada centímetro. El auto estaba empañado, la lluvia golpeaba los vidrios, y los gemidos de Diego se mezclaban con el sonido húmedo de mi boca. Él puso una mano en mi nuca, no para empujar, sino como si necesitara agarrarse de algo. "Emma, no pares, por favor", dijo, con la voz temblando. Sabía que estaba al borde, lo sentía en cómo su cuerpo se ponía rígido. Lo llevé hasta el fondo, chupando con todo, mientras mi mano apretaba rítmicamente. Cuando explotó, fue una locura: un chorro caliente y espeso me llenó la boca, y seguí moviéndome, tragando todo, limpiando hasta la última gota con la lengua mientras él temblaba como hoja.Me incorporé, limpiándome la comisura con un dedo, y lo miré con una sonrisa de "listo, gané". Diego estaba destruido, respirando como si hubiera corrido los 100 metros. "Sos una hija de puta", dijo, riéndose, todavía en shock. "Te dije que no iba a ser tan mala", contesté, acomodándome en el asiento. La lluvia empezaba a aflojar, y le dije: "Bueno, ahora sí, llévame a casa". Él sacudió la cabeza, como procesando lo que acababa de pasar, y arrancó.Lo que vino despuésLlegué a casa, todavía con la adrenalina a mil, y me metí directo a la ducha. Mientras el agua me caía, no podía sacarme de la cabeza lo que había pasado. "Qué carajo hice", pensaba, pero al mismo tiempo me reía sola. Era como si Emmita, la que supuestamente se estaba portando bien, hubiera dicho "fuck it" y mandado todo al carajo. Pero después vino la otra parte: Nico. Mi Nico, el pibe que me miraba como si fuera la única en el mundo, que se llevaba de diez con mis viejos. ¿Cómo lo miraba a la cara ahora?Al día siguiente, Nico vino a casa como si nada. Estaba todo igual, pero yo sentía un nudo en el estómago. Cada vez que me abrazaba o me daba un beso, mi cabeza volvía al auto, a Diego, a esa calle oscura. "Pará, Emma, no pasó nada grave", me decía a mí misma. Pero, posta, ¿no pasó nada grave? Porque una cosa es un jueguito, y otra es cruzarse esa línea. Y Diego, para colmo, no ayudaba. En el gimnasio, me tiraba miradas que decían "esto no terminó acá". Yo lo esquivaba, pero cada tanto le seguía el juego con una sonrisa, porque, qué sé yo, una parte de mí no quería frenar del todo.Un par de días después, Nico me dijo: "Che, estás rara, ¿está todo bien?". Y ahí me quería morir. No soy de las que mienten fácil, pero tampoco iba a soltar: "Mirá, amor, el otro día le hice un pete a Diego en su auto". Así que sonreí, le dije que estaba cansada por el estudio, y cambié de tema. Pero el quilombo ya estaba armado, y yo lo sabía. Solo era cuestión de tiempo para que algo explotara
Hacía un tiempo que la vida venía tranqui, qué sé yo. Todo en orden, más o menos. Nico y yo íbamos joya: él ya caía a casa, charlaba con mis viejos, que lo querían como si fuera uno más de la familia. "Buen pibe, este", decía mi viejo, mientras mi vieja le ofrecía otra porción de milanesas. Yo, mientras, seguía con mi rutina: estudio, gimnasio, la vida de siempre. En el gym, Diego no aflojaba. Cada dos por tres tiraba un comentario, una mirada, algo para ver si picaba. Pero yo, elegante, lo esquivaba o lo dejaba en visto con una sonrisa. "Seguí participando, amigo", pensaba. Y Emmita, bueno, parecía que se estaba portando bien... pero no, obvio que no.Esa tarde llovía como la puta madre. Salí del gimnasio y me quedé bajo el techito de la entrada, mirando cómo caían cataratas. Mi casa no quedaba lejos, pero si caminaba, llegaba hecha una sopa. Estaba pensando en resignarme cuando apareció Diego, como si hubiera olfateado la oportunidad. "Emma, te llevo, bancame dos minutos", dijo, con esa cara de ganador que me daba ganas de putearlo y reírme al mismo tiempo. Mi cabeza gritó: "¡No, ni loca!". Sabía que subirme a su auto era jugar con fuego. Pero miré el diluvio otra vez y, bueno, dije: "Dale, está bien".Volvió en menos de un minuto, con una sonrisa que no escondía nada. "Vení, el auto está a media cuadra". Corrimos bajo la lluvia, y aunque fue un segundo, nos empapamos. Me subí al auto, y mi top mojado se pegó al cuerpo, marcando todo. Sí, TODO. Noté que Diego miró, y aunque traté de hacerme la boluda, no se me escapó esa chispa en sus ojos. "Te salvé, eh. Si no, llegabas a tu casa como si hubieras nadado", dijo, arrancando el auto. Lo miré, riendo. "Sí, gracias, héroe. Dale, llévame".Ahí nomás, sin filtro, soltó: "Me gustaría verte toda mojada, pero toda, ¿eh?". Fue como si me hubiera tirado un baldazo, pero no de agua. Lo miré, dudando si frenarlo en seco o seguirle el juego. Y, qué sé yo, algo en mí dijo "vamos a ver hasta dónde llega". Sonreí y tiré: "¿Ah, sí? Capaz ya me mojaste y no te diste cuenta". Su cara fue épica, como si le hubiera pegado un cross de derecha. "Emma, no juegues conmigo, que no soy un nene", dijo, con la voz más seria, pero los ojos brillando.No me achiqué. "No estoy jugando", contesté, redoblando la apuesta. Y entonces, mientras manejaba, levantó la mano derecha y la llevó directo a mi entrepierna, diciendo: "Bueno, veamos si ahora lo estás". Yo, en lugar de pararlo, abrí un poco las piernas, mirándolo fijo. Su mano me rozó sobre la calza, y un gemido chiquito se me escapó. Él lo notó y se rió, con esa risa de "te tengo". "Creo que siento algo de humedad, pero no estoy seguro", dijo, provocándome. Le tiré: "Dobla ahí". Él frunció el ceño. "¿Para ahí es tu casa?". "No, pero es una calle oscura", respondí, y entendió todo al toque.Buscó un lugar discreto, o lo más discreto que se podía en esa calle bajo la lluvia, y paró el auto. Se acercó más, y ahora sí, sin vueltas, me tocó con ganas. Su mano se coló por debajo de mi ropa, directo a mi conchita, que, para qué mentir, ya estaba empapada. Nos empezamos a comer la boca como si no hubiera mañana, y mientras tanto, él me guió una mano a su pantalón. Lo que sentí ahí prometía: duro, grande, listo para la acción. Lo miré y dije, medio en joda, medio en serio: "Para, Diego, no voy a coger acá". Él se rió. "No seas mala, Emma, no me podés dejar así".Y bueno, no sé si fue la adrenalina, la lluvia, o qué carajo, pero decidí no dejarlo tan colgado. "Algo se me va a ocurrir", dije, con una sonrisa que dejaba poco a la imaginación. Me acerqué, desabroché su pantalón y bajé el cierre despacito, como para que sintiera cada segundo. Cuando saqué su pija, no decepcionó: unos 20 cm, gruesa, dura como cemento, con una vena que parecía latir. Diego soltó un "la concha de tu madre" bajito, y yo solo sonreí.Agarré su pija con una mano, apretando justo lo necesario, y empecé a moverla lento, mientras mi otra mano le acariciaba los huevos. Lo miré a los ojos, asegurándome de que supiera quién mandaba. Luego me incliné, y con la lengua le di un lamidón suave en la punta, saboreando ese gustito salado que ya empezaba a salir. Diego gimió, y eso me prendió más. Lo rodeé con los labios, metiéndolo despacio, dejando que sintiera el calor de mi boca. Empecé a mover la cabeza, primero tranqui, tomando solo la mitad, mientras mi mano seguía en la base.Aceleré el ritmo, chupando más fuerte, dejando que mi lengua jugara con cada centímetro. El auto estaba empañado, la lluvia golpeaba los vidrios, y los gemidos de Diego se mezclaban con el sonido húmedo de mi boca. Él puso una mano en mi nuca, no para empujar, sino como si necesitara agarrarse de algo. "Emma, no pares, por favor", dijo, con la voz temblando. Sabía que estaba al borde, lo sentía en cómo su cuerpo se ponía rígido. Lo llevé hasta el fondo, chupando con todo, mientras mi mano apretaba rítmicamente. Cuando explotó, fue una locura: un chorro caliente y espeso me llenó la boca, y seguí moviéndome, tragando todo, limpiando hasta la última gota con la lengua mientras él temblaba como hoja.Me incorporé, limpiándome la comisura con un dedo, y lo miré con una sonrisa de "listo, gané". Diego estaba destruido, respirando como si hubiera corrido los 100 metros. "Sos una hija de puta", dijo, riéndose, todavía en shock. "Te dije que no iba a ser tan mala", contesté, acomodándome en el asiento. La lluvia empezaba a aflojar, y le dije: "Bueno, ahora sí, llévame a casa". Él sacudió la cabeza, como procesando lo que acababa de pasar, y arrancó.Lo que vino despuésLlegué a casa, todavía con la adrenalina a mil, y me metí directo a la ducha. Mientras el agua me caía, no podía sacarme de la cabeza lo que había pasado. "Qué carajo hice", pensaba, pero al mismo tiempo me reía sola. Era como si Emmita, la que supuestamente se estaba portando bien, hubiera dicho "fuck it" y mandado todo al carajo. Pero después vino la otra parte: Nico. Mi Nico, el pibe que me miraba como si fuera la única en el mundo, que se llevaba de diez con mis viejos. ¿Cómo lo miraba a la cara ahora?Al día siguiente, Nico vino a casa como si nada. Estaba todo igual, pero yo sentía un nudo en el estómago. Cada vez que me abrazaba o me daba un beso, mi cabeza volvía al auto, a Diego, a esa calle oscura. "Pará, Emma, no pasó nada grave", me decía a mí misma. Pero, posta, ¿no pasó nada grave? Porque una cosa es un jueguito, y otra es cruzarse esa línea. Y Diego, para colmo, no ayudaba. En el gimnasio, me tiraba miradas que decían "esto no terminó acá". Yo lo esquivaba, pero cada tanto le seguía el juego con una sonrisa, porque, qué sé yo, una parte de mí no quería frenar del todo.Un par de días después, Nico me dijo: "Che, estás rara, ¿está todo bien?". Y ahí me quería morir. No soy de las que mienten fácil, pero tampoco iba a soltar: "Mirá, amor, el otro día le hice un pete a Diego en su auto". Así que sonreí, le dije que estaba cansada por el estudio, y cambié de tema. Pero el quilombo ya estaba armado, y yo lo sabía. Solo era cuestión de tiempo para que algo explotara
2 comentarios - Cap 30: La lluvia, el auto y el pete