Capítulo 16: La resaca que me trajo todo
Al otro día me desperté con tremenda resaca, la cabeza me latía como si me hubieran dado con un palo y la boca me sabía raro, mezcla de gin-tonics y esa leche que todavía sentía de la noche anterior. Me arrastré al baño, me bañé con agua caliente para sacarme el olor a fiesta, y volví a la cama temblando de frío. Era invierno en Uruguay, y aunque la ducha me había calentado un rato, el aire helado me pegó fuerte. Me puse una peli en el celular, alguna pavada que no necesitaba pensar, y me acurruqué entre las frazadas otra vez.Mi vieja, que es una genia, escuchó que me había levantado y vino a mi cuarto con un desayuno: jugo de naranja, tostadas con mermelada y un café humeante. Lo miré sin ganas, pero le agradecí con una sonrisa débil, “Gracias, ma”. Ella me miró, medio sospechando, y me dijo, “Te pasaste anoche, ¿no?”. Yo le tiré un “Un poco” para no darle detalles, pero por dentro pensaba “Si vos supieras, ma, no fue solo el alcohol”. Tomé un sorbo de jugo, lo único que me entraba, y dejé el resto en la mesita, mientras ella salía cerrando la puerta.Ahí, tirada en la cama, recordé el mensaje de la madrugada, casi mañana ya. Agarré el celular y lo volví a leer: “Me volvió loco esa boquita”. Era él, el papito de la boda, y seguía dándome vueltas que tuviera mi número. Pensé “¿Respondo o no?”, todavía con la resaca zumbándome en la cabeza. Pero entonces vi otro mensaje, este de Nico, mi novio: “Hola, linda, ¿cómo te fue en la boda?”. Y ahí pensé, “Uff, muy bien, demasiado bien”. La ironía me dio risa, aunque por dentro seguía esa mezcla de culpa, bronca y calentura que no me dejaba en paz.Me quedé mirando los dos mensajes, el jugo a medio tomar en la mano, y el frío colándose por las frazadas. Nico con su “hola, linda” como si nada, y el otro con su “me volvió loco esa boquita” recordándome lo que había hecho. Mi primera infidelidad, mi venganza, y ahora esto. ¿Qué iba a hacer con ellos? Todavía no lo sabía
Al otro día me desperté con tremenda resaca, la cabeza me latía como si me hubieran dado con un palo y la boca me sabía raro, mezcla de gin-tonics y esa leche que todavía sentía de la noche anterior. Me arrastré al baño, me bañé con agua caliente para sacarme el olor a fiesta, y volví a la cama temblando de frío. Era invierno en Uruguay, y aunque la ducha me había calentado un rato, el aire helado me pegó fuerte. Me puse una peli en el celular, alguna pavada que no necesitaba pensar, y me acurruqué entre las frazadas otra vez.Mi vieja, que es una genia, escuchó que me había levantado y vino a mi cuarto con un desayuno: jugo de naranja, tostadas con mermelada y un café humeante. Lo miré sin ganas, pero le agradecí con una sonrisa débil, “Gracias, ma”. Ella me miró, medio sospechando, y me dijo, “Te pasaste anoche, ¿no?”. Yo le tiré un “Un poco” para no darle detalles, pero por dentro pensaba “Si vos supieras, ma, no fue solo el alcohol”. Tomé un sorbo de jugo, lo único que me entraba, y dejé el resto en la mesita, mientras ella salía cerrando la puerta.Ahí, tirada en la cama, recordé el mensaje de la madrugada, casi mañana ya. Agarré el celular y lo volví a leer: “Me volvió loco esa boquita”. Era él, el papito de la boda, y seguía dándome vueltas que tuviera mi número. Pensé “¿Respondo o no?”, todavía con la resaca zumbándome en la cabeza. Pero entonces vi otro mensaje, este de Nico, mi novio: “Hola, linda, ¿cómo te fue en la boda?”. Y ahí pensé, “Uff, muy bien, demasiado bien”. La ironía me dio risa, aunque por dentro seguía esa mezcla de culpa, bronca y calentura que no me dejaba en paz.Me quedé mirando los dos mensajes, el jugo a medio tomar en la mano, y el frío colándose por las frazadas. Nico con su “hola, linda” como si nada, y el otro con su “me volvió loco esa boquita” recordándome lo que había hecho. Mi primera infidelidad, mi venganza, y ahora esto. ¿Qué iba a hacer con ellos? Todavía no lo sabía
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