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Entre olores y secretos (Final)

Nada dura para siempre...

Pasaron unos días y el ambiente en la casa se sentía diferente. No era tensión, era más bien como un calor contenido… como ese olor que queda después de un polvo bien echado. Ya todo olía a algo: a historia, a pecado, a ganas.

Sofía empezó a venir más seguido. Decía que era por la compañía, pero yo sabía que era por otra cosa. A veces caía sudada del gimnasio, con esa licra apretada y la camiseta húmeda en la espalda. Se quitaba los tenis y se sentaba en el sofá con los pies en alto, dejándolos cerca de mí como si nada. El olor era delicioso… encierro, sudor y crema. Y ella sabía que a mí eso me volvía loco.

—¿Te huelen bien? —me decía, mirándome con esa sonrisita picarona.

Yo solo me agachaba y se los olía como si me estuvieran dando aire. Besos en los dedos, la planta, la parte húmeda cerca del talón. A veces me hacía masajes con los pies en la verga mientras hablábamos de cualquier cosa.

Flor, por su parte, seguía llegando a trabajar, seria como siempre, pero cada vez soltaba más señales. Me dejaba sus panties húmedos sobre el balde o se agachaba justo donde yo estaba para que se le marcara todo. Una vez vi que tenía el panty bien metido entre las nalgas, con una mancha en la entrepierna. Me le acerqué por detrás y le metí la cara. Ella ni se movió.

—Así me gusta… morboso —dijo en voz bajita mientras se abría un poco más.

Le lamí el culo con hambre. Y cuando ya la tenía empapada, se la metí con fuerza contra la lavadora. El olor a sudor, a flujo, al trapero recién usado, todo se mezclaba. Yo estaba adicto.

Pero lo más intenso fue el día que Sofía y Flor coincidieron en la casa.

Flor estaba trapeando el cuarto y Sofía llegó sin avisar, como ya acostumbraba. Entró oliendo a calle, a desodorante mezclado con sudor, con la ropa pegada al cuerpo.

—Umm… aquí huele como a puro sexo guardado —dijo soltando una risa maliciosa mientras miraba hacia la pieza.

Flor la miró de reojo, con esa cara de “yo sé lo que estás diciendo” pero sin decir nada. Yo me quedé quieto, sabiendo que ahí ya todo estaba dicho sin hablar.

Esa noche, mientras Sofía se bañaba, encontré otro panty de Flor. Uno blanco, todavía húmedo. Me lo llevé al cuarto y me lo restregué en la cara, oliéndolo mientras me masturbaba.

Sofía me pilló en plena vuelta.

—¿Otra vez con los panties de esa mujer? —dijo, sin rabia, más bien con una mirada entre burla y excitación.

Se quitó la toalla, se me montó encima y me apretó la cara contra sus axilas mojadas. Me sobó el pene con los pies, y me dijo:

—Mételo por atrás otra vez… sin tanto cuento.

Se puso en cuatro, se abrió con una mano, y yo se lo fui metiendo con saliva y calma. Al principio se quejó:

—Ay… me arde…

Pero después se fue soltando. Mientras se la metía por detrás, ella se me trepó encima y me metió los dedos también. Primero uno, luego dos.

—Ahora sí sientes lo rico de verdad —me dijo mordiéndome el cuello.

Nos vinimos al mismo tiempo. Era sudor, semen, culo, pies… una mezcla de olores y fluidos que nos dejó botados sobre la cama como dos animales en celo.

Días después, Flor dejó de venir. No llamó ni nada. Solo me dejó una nota escrita a mano:

> “Gracias por hacerme sentir deseada… pero esto ya me está doliendo más de la cuenta. Aquí te dejo algo para que no te olvides de mí.”



Adentro venían tres panties suyos: uno negro con la manchita seca, uno rojo empapado, y uno beige manchado de flujo y con ese olor fuertecito… ese que tanto me gustaba.

Nunca más volvió.

Sofía siguió viniendo, pero ya todo se sentía distinto. Más tranquilo. Como si ella supiera que Flor me había dejado marcado con su olor.

A veces abro el cajón donde guardo los panties y los huelo uno por uno. Algunos ya no huelen a nada. Pero ese beige… ese todavía me pone la piel de gallina.

Ahí entendí que los olores no se olvidan. Se quedan. Como secretos pegados al alma.

Y uno no se los quita… ni aunque se bañe.

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