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Once años después… (VIII)




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Compendio III


EL REGALO I

Lo que me quedó marcado esa noche apasionada fueron sus sonrisas y miradas risueñas. Marisol se veía maravillosa, con un vestido rojo y ajustado que ensalzaba sus curvas y acentuaba su ostentoso escote. Violeta, en contraste, usaba un vestido oscuro que se demarcaba como una segunda piel, revelando la entereza de su busto y la cautivante curva de su cintura.

Por mi parte, yo estaba informal pero juvenil: vestía jeans, una camisa blanca y una chaqueta de mezclilla. Marisol dice que he aprendido a vestirme mejor y que, aunque no me doy cuenta, hago que las mujeres se fijen en mí.

Once años después… (VIII)

+¿Estás listo? – preguntó coqueta la deliciosa mujer que once años atrás, aceptó ser mi esposa.
Tragué saliva, imaginando lo que esa noche me esperaba…

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Cada vez que escucho la frase “¿Y qué trae una mujer a la mesa?”, me siento tanto orgulloso como bendecido por tener a alguien como Marisol a mi lado.

Cuando empezamos a salir, no teníamos mucho monetariamente, pero al menos, nos teníamos el uno al otro. Nos empujábamos mutuamente a seguir adelante, alentándonos uno al otro a hacerlo mejor, a darle nuestro mejor esfuerzo. Y aunque mi ruiseñor se apoyaba en mí, cuidadosa alrededor de otros hombres y protegiéndome como si fuese un tesoro secreto, me empecé a dar cuenta que ella no era un delicado ruiseñor que necesitase de mi constante cuidado: ella es inteligente, perspicaz e increíblemente decidida.

Aunque casi siempre ha confiado en mí con una fe ciega, ha habido oportunidades donde ella se mantuvo firme, guiándose por sus propias creencias. Nunca antagonizando, pero demostrando sus propias convicciones una astucia sutil y discreta que cada vez encuentro cautivante. Por supuesto, cuando se lo menciono, Marisol se sonroja, haciéndolo ver como algo insignificante, insistiendo que yo soy el más listo de los dos. Todavía me fascina esa humildad de la escolar que conocí cuando estaba en la universidad, que a menudo menoscababa su propia genialidad, pero que para mí resulta irresistible.

No se trata de que ella me manipule, ya que muchas veces, me cuestiono si no será lo opuesto. Pero mi esposa tiene la intrigante virtud de cambiar de roles sin mucho esfuerzo. En un minuto, es la mujer inocente y juguetona que nos hace a mí y a las niñas reír; al siguiente, es la madre responsable y esposa devota que mantiene el orden en el hogar; Y en contadas ocasiones, como lo fue esta, la astuta y fiera mujer cuya inteligencia y pasión me hace admirarla cada vez más.

Para mí, eso es lo que Marisol trae a la mesa y no me canso de tenerlo.

Y tras ese sábado, empecé a ver que todo estaba saliendo dentro de los planes de Marisol. Durante la semana, nuestras escaramuzas con Verónica permanecieron discretas, disimulando durante el día las ganas que nos mostrábamos durante la noche en la cocina. Y con Violeta, ya se volvía rutina que ella se arrimara a mi lado para ver Netflix antes de cenar, con nuestras manos explorándonos mutuamente.

Sin embargo, me llamó mucho la atención ese miércoles, el día anterior al cumpleaños de mi esposa y de nuestro aniversario de matrimonio, encontrar a Marisol conversando con mi madre.

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+Es que… ¿Sabe, tía?... cuando pololeaba con su hijo, siempre tuve ganas de salir a bailar con él… pero usted sabe que nunca teníamos plata… así que quería pedirle si nos cuidaba a Jacinto, por favor. – suplicó mi esposa a mi madre, en un tono suave, dulce y sincero, que podría convencer a cualquiera.

Y, de hecho, así lo hizo. Mi mamá ya estaba asintiendo con la cabeza, endulzando su rostro. Lo que mi madre no se percató fue que cuando mi esposa le hizo aquella petición, pestañeó un poco más largo de lo habitual. Una actitud que conozco bastante bien de mi mejor amiga…

Marisol estaba mintiendo. No sé por qué, pero siempre le ha costado mentir y ese gesto siempre la delata.

En realidad, con mi esposa hemos salido a bailar luego de casarnos. Pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que no era lo nuestro. La música a todo volumen, la multitud sofocante y el caos en torno nuestro nos hacía sentir incómodos y tensos.

Por lo que contemplé a mi ruiseñor de brazos cruzados, soltando un suspiro al escucharla mentir. Marisol bajó la mirada y enrojeció avergonzada, sabiendo muy bien que yo la veía, pero a la misma vez, potenciando esa imagen tímida que mi madre tiene sobre mi esposa, accediendo a su propuesta.

Así que el jueves, las celebraciones empezaron más temprano. Mi padre y mi hermano piensan que cada fiesta se celebra con carne, por lo que no faltó el asado, aunque afortunadamente, a mi cuñada le gustan los dulces y las tortas tanto como le gustan a Marisol.

Y una vez más, Benjamín trató de seducir a Violeta, pero se notaba que había años luz de diferencia. Mi sobrino quedó estupefacto cuando mi cuñada le contó sobre sus planes para salir a bailar esa noche junto con nosotros. En realidad, dudo que mi sobrino pueda bailar en lo absoluto, y Violeta me miró con una sonrisa de complicidad.

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Durante la fiesta, también vinieron Amelia, Ramiro y sus niños, quienes compartieron con sus primas. Y fue mientras los hombres conversábamos en torno a la asadera que Amelia interrumpió la conversación, trayendo un pedazo de torta para Ramiro.

Tanto mi papá, mi hermano y yo quedamos inermes al ver a mi sensual cuñada, que todavía mezcla el mismo encanto natural que tiene Marisol (una mezcla entre inocencia y seducción), pero mientras que mi esposa lo mantiene con una dulzura inocente, Amelia lo potencia a la perfección con la redondez y sensualidad de sus formas. Sus ojos verdes, sus labios carnosos y sus sutiles movimientos fueron suficientes para dejar a mis parientes helados.

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Peor fue todavía cuando, con completa confianza y delante de su propio esposo, me preguntó si acaso podía ir a su casa a visitarla, dado que su hogar necesita reparaciones menores y Ramiro estaba muy ocupado con su trabajo, sin olvidar (por supuesto) que mi esposa alardeó lo talentoso que soy con mis manos y “me pidió prestado” a mi esposa por un rato.

Mi viejo y mi hermano la miraban sin palabras: Amelia es tan bonita como lo es Marisol. Pero yo tenía que disimular, fingiendo ser inmune a sus encantos. Es muy probable que lo que mi padre y mi hermano imaginaban en esos momentos eventualmente lo hice los días que la fui a ver, pero no quiero distraerme de la idea principal.

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Antes de irnos, mi mamá habló con Marisol una última vez, tratando de hacerla desistir. Mi vieja no intentaba oponerse a que saliéramos a celebrar, porque al igual que los matrimonios de mi hermana y mi hermano, sabe que somos padres responsables. De hecho, pocas veces salíamos por la tarde, mucho menos a pubs y ella lo sabía. Pero Marisol la había convencido gentilmente esta vez, argumentando que era su cumpleaños.

Violeta estaba con nosotros, apoyando a su hermana y yo le aseguré a mi mamá que iríamos a uno de los barrios más elegantes. Pero a pesar de todo, mi mamá estaba preocupada. Ella creía que no habíamos considerado los asaltos y robos habiendo vivido en un país tan diferente y tranquilo como lo es Australia por tanto tiempo, cuando en realidad, con Marisol siempre lo consideramos.

Sin embargo, había algo tierno en su diálogo. Mi mamá quiere genuinamente a Marisol (en realidad, desde siempre) y se preocupa de ella como si fuera una de sus hijas. Y finalmente, Marisol, con esa tierna, cálida y gentil sonrisa de ella, que derrite glaciares, calmó a mi mamá…

+Es que tía… quiero pololear con su hijo un ratito a solas… olvidándome que soy mamá… - le dijo con dulzura, abrazando a mi vieja.

Esas palabras tranquilizaron a mi mamá, que nos sonrió contenta por la petición. Aceptó feliz de cuidar a nuestro Jacinto y a nuestras niñas por el resto de la noche, una gran felicidad de poder cuidar a uno de mis bebés.

El pub que escogimos era elegante, con terminaciones de madera pulida y tonos dorados que daban una atmósfera tranquila y moderna. Un antro para jóvenes veinteañeros, dispuestos a celebrar el “viernes chico” con tragos en mano. Había risas, música y un ambiente bastante ameno, que, a pesar de todo, nos hacía sentir a Marisol y a mí como peces fuera del agua.

Violeta nos miraba divertida, sus intrigantes esmeraldas contemplándonos con curiosidad.

•Marisol, fue idea tuya que celebrásemos tu cumpleaños y aniversario de matrimonio en un pub. – molestó a su hermana con una risita burlona.

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Verónica tuvo que ir a trabajar en la pastelería, Pamela todavía no volvía del extranjero y Amelia estaba casada y con hijos, por lo que la “única opción” que le quedaba a Marisol era Violeta…

+¡Sí sé! – rezongó mi ruiseñor, con una genuina vergüenza, tratando de cubrirse la piel con su espectacular vestido. – Pero siento que todos me miran…

Violeta levantó una ceja y me miró desafiante. Dobló su cabeza un poco, haciéndola ver más tierna, como si estuviese igual de intrigada por mí.

•¿Y qué hay de ti, Marco? ¿Cómo te sientes? – me preguntó con un tono más travieso.

-No sé. En realidad, no me gusta bailar mucho en público. – Le respondí sincero.

Y al parecer, mi tono encendió una chispa en ambas hermanas. Marisol me sonrió enternecida, con algo de timidez, mientras que los ojos de Violeta brillaron con un interés repentino, como si le hubiesen presentado la oportunidad de abrir un regalo que había esperado por mucho, mucho tiempo…

+Bueno… ¿Por qué no bailas con mi hermana? – Me preguntó mi esposa, con ese tonito y esa miradita que ya a estas alturas conozco. – Quizás… si los veo bailando juntos, me den las ganas de bailar también.

Para Violeta, era como una oportunidad dorada: su hermana le estaba prácticamente regalando la luna.

•¿Podemos? – me preguntó ilusionada, su manita agarrándome la manga de mi camisa.

Antes que pudiera responder, ella ya me había tomado de la mano y me llevaba a la pista de baile. Caminé frenado y tieso. Aunque ya no es sorpresa para nuestras hijas vernos bailar, para Marisol y para mí es algo que hacemos en privado.

Y mientras las parejas alrededor de nosotros abiertamente perreaban, Violeta y yo teníamos nuestro propio espacio. A pesar de que varios tipos trataban de llamar su atención con gestos y miradas, Violeta permanecía completamente enfocada en mí. No de una manera coqueta, al menos en esos momentos, pero en un tipo de admiración que parecía tanto inocente como significativo.

Once años después… (VIII)

Pero mi enfoque no era reciproco. Seguía mirando hacia la mesa donde estábamos sentados, buscando a Marisol.

Debo decir que supe escoger bien a la mujer que accedió a ser la madre de mis hijas. Sin importar que Marisol tuvo Jacinto hacia un par de meses, ya había recuperado su antigua figura delgada y cautivante. Muchos tipos se acercaron, especialmente al verla tan hermosa y solitaria. Pero Marisol los rechazó a todos, sus ojos tan preocupados en mí como los míos estaban en ella. Y por un momento, pensé que podría estar preocupada por su hermanita. Pero no. Su alegre sonrisa me confirmaba que era yo su objetivo.

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De repente, la música se puso lenta y romántica e inconscientemente, mi cuerpo empezó a menearse al ritmo.

•¿Sabes? – comentó Violeta de repente, al notar que mi atención no estaba enfocada en ella como lo deseaba. – Tu papá está muy orgulloso contigo.

Sus palabras captaron mi atención. Su sonrisa era deliciosa, cálida y tierna, satisfecha de haber logrado su objetivo.

Empezó a contarme que cuando Marisol y yo nos marchamos, Violeta se sintió triste. Todavía era una niña y nos extrañaba a los dos. Pero mi viejo, tal cual le había prometido antes de irnos, tomó mi rol de figura paterna. Mi papá le entregó el mismo tipo de cariño y atención que le había dado yo.

Le empezó a contar historias de mí. De cómo fui el más estudioso de los 3 hijos, el que se portaba mejor y el más humilde de corazón. Entonces, empezó a mostrarle fotos mías de cuando era niño…

•Y te empecé a encontrar “rico” …- Me dijo, sus esmeraldas brillantes, perdida en los recuerdos.

Su mirada se enterneció aun más todavía. Me dijo que mi “regalo de despedida” (prestarle a mi papá para que ella lo cuidara) marcó una diferencia en su vida. Aunque Verónica se esforzó en darle una vida buena tras el divorcio, Violeta sentía que faltaba algo más en su vida. Mi familia le abrió los horizontes. Se sintió verdaderamente amada por sus hermanas (Marisol, Amelia y Pamela, cuando eventualmente le contaron la verdad). Y por eso, estaba muy agradecida conmigo.

Y justo en esos momentos en que esas esmeraldas me contemplaban con admiración y agradecimiento, sentí una mano sobre mi hombro.

Marisol sonreía con serenidad, sus ojitos joviales uniéndose a nosotros. Sentí las miradas del resto: estaba bailando con dos mujeres hermosas, que claramente querían estar lo más cerca de mí como les fuera posible.

Y eso era el comienzo de aquella mágica noche…


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