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Perversa - Parte 1

Mi terapeuta me insiste con que me haría bien escribir, sobre mi y sobre lo que ella considera que son mis problemas. En realidad, con lo que ella cree de éste tema, puntualmente, que para mí no es ningún problema. Pero como ya estoy cansada de oírla decirme lo mismo e insistir, voy a probar de hacerlo y hacerle caso, a ver que pasa.

No sé cómo empezar más que por el principio, quizás el principio de todo.

Mi nombre es Solange. Tengo casi 40 años. Y muy bien llevados. Me cuido, hago ejercicio cuando puedo y tengo ganas. No soy de tomar mucho alcohol y si bien fumaba más cuando era mas joven, hace ya como quince años que me fumaré uno o dos por mes, cuando me pinta hacerlo, si es que llego a eso. Tengo un muy buen cuerpo para una mina de mi edad. Lo sé y me gusta. Lo que no pude lograr con la buena alimentación y el ejercicio, no tuve ningún problema en lograrlo con las cirugías que pagó el bobo de mi marido. Creo que las pagó gustoso pensando que eran para él.



Perversa - Parte 1


Si, soy una mina que viene de una familia de mucha guita. No me importa admitirlo, no me da vergüenza. Al contrario, mi papá hasta donde yo sé, la hizo trabajando honestamente y le fué muy bien. Lo que quiero decir es que siempre, desde chica, no me faltó absolutamente nada y crecí convirtiéndome en una… no sé, como quieran llamarlo. Tilinga, cheta, concheta. La verdad me tiene sin cuidado como me llamen y lo que la gente opine de mi y de mis actitudes. Soy como soy y me gusta serlo. Punto. Yo no ando despreciando a la gente por sus actitudes, cómo se comportan y su lugar en la vida. Es más, todo lo contrario, como ya contaré.

Empecé a hacer terapia en realidad por otras cosas, que no tienen nada que ver con ésto. Ni siquiera eran temas que yo considerara graves ni mucho menos, pero a veces la terapia me hacía bien. Lo cierto es que en un momento de esas charlas y sesiones salió inevitablemente éste tema. Mi terapeuta piensa que es un problema bastante grave y yo la verdad que no lo veo así. Pero lo voy a llamar “problema” a partir de ahora, nada más para no confundir los términos. Para no estar diciendo todo el tiempo “ésto que me pasa” o “ésto que hago”. Llamémoslo directamente “el problema”, como le gusta hacer a mi terapeuta y listo. Por más que yo no lo vea así.

Yo soy una mujer muy directa, siempre me comuniqué así, siempre fui así y espero que no resulte demasiado chocante. Es nada más como me gusta expresarme, directa y claramente, sin vueltas. “El problema”, entonces, es que a mi me gusta tener sexo con hombres de una condición social mas baja que la mía. Y cuando digo, “me gusta”, estoy diciendo que a ésta altura prácticamente es lo único que realmente me brinda satisfacción sexual. Mi terapeuta una vez lo llamó “ésta perversión”, y yo no estoy de acuerdo para nada. No lo considero nada malo.

Pero hablemos claro y saquémonos las caretas. Todo el mundo creo que sabe o que tiene una idea a qué me refiero. Llámenlo como quieran, como mas les guste, pero todos sabemos que quiero decir con “condición social más baja”. No estoy siendo discriminatoria ni racista. Detesto el racismo, me parece una bajeza y una pérdida de tiempo. Pero tampoco voy a dejar de llamar a las cosas por su nombre, sin ser despectiva.

Villeros… negros, tumberos… guachines, negros de mierda, cabeza… llamen a esa gente como quieran, esas son las etiquetas que ustedes o la sociedad les ponen, no yo. Y uso esos términos claros no de forma despectiva, lo hago nada más para que se entienda exactamente a qué gente me refiero. No tiene nada que ver con la raza y todo que ver con el entorno, la cultura y la condición social. No me interesa realmente que hagan. Me da lo mismo que sean vagos que se la pasan todo el día en la casa o gente que se rompe el lomo y labura. No pasa por ahí. He estado con hombres de todo tipo. Turritos y laburantes. Mecánicos, camioneros, cartoneros, vendedores de medias, borrachos, drogadictos, cocineros, deliverys, peones de estancia… Hasta con un cura villero una vez. No pasa por ahí. No le hago ni le tengo asco a nada ni a nadie.

Y tampoco por supuesto pasa por la raza o la nacionalidad, como dije. Ni me fijo en eso. He estado con blancos, negros y el color de piel que se les ocurra en el medio. Argentinos, brasileros, paraguayos, colombianos, peruanos… ni me importa, ni me interesa, ni me fijo.

Mi terapeuta si acertó una vez cuando diagnosticó, por decirlo así, que lo que a mi realmente me provocaba satisfacción sexual al hacer ésto era el sentirme rebajada. Humillada, de alguna manera. Usada. Que esa gente que la sociedad de alguna manera desprecia me usaban a mi, de pronto una expresión de las partes más altas de esa sociedad, para satisfacerse. Es bastante acertado. Hay mucho de eso. Puede ser.

Donde difiero con ella es que ella lo considera de alguna forma una perversión y para mi no lo es. Y nunca lo fué. Mi terapeuta no sabía dónde podía estar el origen de mi “perversión”, pero yo sí lo sabía. Lo sabía perfectamente, siempre lo supe. Y no tuve problema en contárselo. Cuando terminé de contarle ella lo vio como el trauma que originó todo, pero para mi lo que me pasó no fue un trauma. Fue revelador y algo que me orientó firmemente en éste camino, que tanto disfruto.

Ocurrió cuando yo tenía nada más que 16 años. Yo ya estaba bien formada físicamente como mujer, para esa edad. Me desarrollé temprano y rápido. Tenía el mismo pelo rubio brillante de ahora, era un poco más flaca de cintura, pero tenía un cuerpazo para una nena de esa edad. Me habían crecido unas lindas tetas y una cola divina. A los flacos que conocía o a mis compañeros de colegio, los volvía realmente boludos. Hasta tipos grandes por ahí se daban vuelta por la calle para mirarme, o se animaban a decirme algo al pasar si yo iba sola. Eran otras épocas, ya no se hace tanto eso. A mi ni me importaba mucho todo eso, yo no tenía mucho deseo sexual natural por ese tiempo, y el estar o no con un chico o tener novio no era algo que me desvelaba, como a otras chicas. Era la típica tilinga que no le daba bola a casi nada ni nadie.

Pero mi papá un verano nos llevó a la borracha de mi madre y a mí a los campos que tenía en el interior. El no era agropecuario, no se había ganado la plata con eso. Más bien los tenía mitad como hobby, mitad como inversión con otro tipo. Eran no se cuantos cientos de hectáreas donde principalmente criaban ganado vacuno y también algunos caballos. Estaba ubicado, perdido más precisamente, en el fondo de la loma del orto de la concha de la lora, vaya una a saber, en un paraje recóndito de Santiago del Estero. A nosotras no nos hizo mucha gracia ir, pero nos llevó. Nada más por un par de semanas.

Hacía un calor ridículo, agobiante, y a las pocas horas de llegar yo ya estaba embolada y de mal humor porque no tenía nada que hacer ahí. Andar a caballo no me atraía mucho y era eso o tomar mate, que no me gusta mucho tampoco. Me la pasaba espantando moscas y moscardones alrededor mío. Crecían en la bosta, y ese lugar estaba lleno. El primer día que llegamos no pasó nada, pero el segundo día a eso del mediodía, con un sol que rajaba la tierra, a mi papá se le ocurrió hacerse el gaucho y salir con un par de peones de ahí a caballo a recorrer los campos y ver todo el ganado. Me dijo si quería ir y yo me negué. Ni en pedo. Mi mamá ya había encontrado las botellas a la mañana así que tampoco iba a ir. Como no tenía otra cosa que hacer, después de almorzar y pese al solazo que había, salí a caminar por el casco de la estancia. Y caminé. Y después caminé otro poco más. El paisaje era lindo y tranquilo, pero la verdad era monótono.

Me fui para una especie de construcción que había visto muy a la distancia, de curiosa para ver que era. Cuando me acerqué y la vi, no se si estaban queriendo levantar como un establo nuevo, un galpón o algo así. Seguramente no era eso, pero yo no tenía ni tengo idea, ni quiero tenerla, de cosas de campo. Igual fui. Cuando llegué vi que había dos negros ahí haciendo nada, vagueando un poco a la sombra de una especie de tinglado de chapa corrugada que habían levantado. Había restos de comida y un par de cajas de vino en cartón, me parecía que habían terminado de almorzar o estaban en eso. Uno era un gordo con una panza bien importante, vestido con ropa de jean de trabajo y una barba en la cara de varios días. El otro era un flaquito medio de pelo largo con una remera bastante sucia y desvencijada de algún club de fútbol de ahí que yo ni idea. Los dos eran unos morochazos de ahí de la zona, de piel bien marrón oscura y quemada por estar al sol, con unas caras medio de indio de ahí de la zona que ni te cuento.

Y no era que ellos no sabían quién era yo. Cuando me llamaron para que fuera y me saludaron sabían bien quién era yo. Me preguntaron por mi papá y me dieron charla lo más bien. Se reían y me miraban como me miraba cualquier otro tipo, yo ya estaba acostumbrada a eso, ni me mosqueaba. Lo cierto es que no perdieron nada de tiempo. A los pocos minutos de estar ahí afuera de la construcción me dijeron si quería ir adentro con ellos un rato.

Si me preguntan, es el día de hoy que no se, de verdad, por que les dije que si. Y no les dije que si de tonta, de pendeja boluda que no sabía que estaban tramando estos dos. Algo me sospechaba. Pero sin embargo fui. Al entrar vi que no había mucho adentro. Estaba todo realmente en construcción, pero habían tirado sus pocas cosas y un par de colchones sucios contra una pared, y ahí me llevaron.

En ese momento sí que estaba asustada, lo reconozco. Se me pegaron y me empezaron a meter mano por todo el cuerpo, sujetándome para que no me alterara mucho. Ahí me quise zafar un poco pero entre los dos reteniéndome yo realmente no podía. Y tampoco se me ocurrió gritar. Para que? Quien iba a escuchar? El casco de la estancia estaba como a 20 minutos de caminata. Se reían, me disfrutaban el cuerpo con las manos y me hacían tocarlos a ellos. Estuvieron así un rato hasta que se cansaron de que yo no cooperaba mucho. Fue entonces cuando entre los dos me llevaron a uno de esos colchones mugrientos que tenían, me tiraron ahí, me desnudaron y entre los dos me pegaron una violada que no me la voy a olvidar mientras viva.

Y ahora viene la parte que mi terapeuta realmente no entiende o no quiere entender. Para cualquier nena de 16 eso hubiese sido algo realmente traumático. Por supuesto que lo reconozco. Y es terrible para cualquier mujer de cualquier edad estar en esa situación. Lo sé. Pero yo aparentemente no soy como cualquier mujer ya que, si bien como dije al principio estaba asustada, no pasó mucho tiempo que yo ya lo estaba disfrutando. Si, ya se que es una mierda decirlo, pero soy honesta. No era que esos dos peones tuvieron algún miramiento o consideración conmigo, o que como me vieron así medio nena me trataron bien. Una podría decir, “bueno, por lo menos, dentro de todo…”. No. Para nada. Me dieron en serio, para saciarse. Fuerte y feo. Varias veces.

El gordo ese asqueroso con su cuerpo todo sudado fue el que me penetró primero y me desvirgó, mientras el otro me sujetaba. Por supuesto que me dolió al principio, con mis nervios y susto, pero en cuanto sentí que me rompió la telita y me entró bien, algo en la cabeza me hizo un clic. Y me empecé a sentir mucho mejor. Y a disfrutar. El flaquito me largó las muñecas cuando vio que yo no solo ya no me resistía y me quería zafar, sino que estaba empezando a gemir de placer mientras el gordo me cogía. Enseguida sentí que me agarró del pelo y sentí la punta de una pija en mis labios, la que tomé gustosa y empecé también a mamar.

Me dieron pija asi hasta que yo no pude mas y empece a acabar. Si, yo acabé primero antes que ellos. Mi cuerpo me temblaba de placer en un orgasmo enorme que no había tenido nunca antes en la vida, ni en mis masturbaciones mas furiosas. No lo podía controlar, y tampoco lo quería hacer. Los escuché cagarse de risa y me dieron un poco más fuerte, hasta que ellos tampoco pudieron más y me llenaron los dos de leche, en mi boca y entre mis piernas. Yo me quedé ahí tirada, recuperando el aire y con la cabeza sencillamente en otro lado, tratando de procesar todo, esa avalancha de sensaciones, lindas y feas, que tuve.

Pero cuando ellos descansaron y se recuperaron un poco, me siguieron dando. Me tuvieron más de dos horas ahí, en esa construcción a medio terminar. Yo lo único que sentía era el olor a bosta de vaca y el olor a sudor y bolas que llevaban éstos dos. Por supuesto, también sentía y degustaba sus pijas. Y me encantaba sentirlas. Lo que ellos quisieran tocar y hacer, yo los dejaba. Se turnaban para satisfacer sus vergas con mi cuerpo de nena rubia y pulposa. Hasta a veces me animaba a buscarlos o a pedir más yo. El gordo también aprovechó para ponerme en cuatro, aferrarme bien de la cintura y sacarme la virginidad de mi culo, ya que estaba, y eso si que me dolió bastante, pero también lo terminé disfrutando.

Después de dos horas que me violaron ahí… y ya para el final no se si me atrevería a seguir llamando “violacion” a lo que pasó entre los tres… cuando ya estaban bien satisfechos y tirados en el colchón, me dejaron ir entre sus risas. Me vestí y me volví caminando como podía de vuelta al casco de la estancia, hecha un desastre, sintiendo como toda la leche que me habían dejado dentro del cuerpo me salía al caminar.

Por supuesto que no le dije nada a mis padres. Llegué y me fui a duchar, limpiandome bien toda por todos lados. Haciéndome la que acá no había pasado nada. Que les iba a decir? “Papa, mama, me violaron dos negros de mierda y la verdad que me encantó?”. No. Yo ya en la ducha había tomado la decisión de no decir nada. Tenía que aclarar muchas cosas en mi cabeza y no quería abrir la boca hasta que no lo hiciera.

Lo peor es que, claro, al día siguiente me quedé en el casco. Pero al tercer dia, y a partir de ahí todos los días que estuvimos ahí, con la excusa de que estaba aburrida y me quería ir a caminar, todos los días me hacía el largo trayecto a campo traviesa hasta la construccion esa a ver si los negros estaban. La mayoría de los días no estaban, estarían en otro lado, pero hubo dos días distintos que si los encontré trabajando ahí. Se sorprendieron de verme de nuevo ahí, pero la sorpresa no les duró mucho. Enseguida me estaban cogiendo de nuevo dentro de la construcción por un rato. Y yo me sentía como que estaba en el cielo. Ellos estaban encantados de tener esa pendeja, esa chetita rubia hermosa, la hija del patrón que iba a buscarlos para que se la culearan bien, pero bien culeada. La nena se había hecho adicta a sentir esas vergas marrones de groncho santiagueño bien adentro de ella, sirviéndola como toros a una vaca. Y a la nena le encantaba tener esos orgasmazos, dulces, largos y profundos, al sentir como esos negros de mierda gozaban y la llenaban con su semen.

Cuando por fin volvimos a casa el mes siguiente hubo una crisis doméstica, porque por supuesto yo había quedado embarazada. De uno o de otro, yo ni sabía. Pero le hice el cuento a mi mamá que había sido un chico que había conocido en un boliche, nada más para que la alcohólica y racista de mi santa madre (ella sí que lo era en serio) no se volara la cabeza de un tiro. Sin decirle nada a mi papá, un día me llevó a una clínica, tuve la interrupción del embarazo y no se habló más del tema.

No se habló más del tema, claro, hasta un par de años después, cuando ese otro verano volvimos a los campos. Yo ya tenía 18 años y el cuerpo se me había desarrollado más. Tenía un noviecito y todo, otro tilingo como yo de por ahí cerca de mi casa. Pero él no había venido a Santiago con nosotros. Por suerte, porque yo pronto no me aguanté más y en cuanto pude salí a caminar de nuevo para la construcción. Ya la habían recontra terminado, hacía tiempo, y la estaban usando de depósito de algunas cosas del campo. No había nadie. Nunca había nadie. Yo me entristecí bastante, hasta que un día caminando por el casco se me ocurrió preguntarle a uno de los viejos peones de ahí, muy discretamente, que había sido de la vida del gordo, si había largado el campo o que porque no lo había visto.

Me dijo que no, que seguía trabajando pero en otras cosas del campo. Que dormía cerca de donde trabajaba, en una casucha en el lado norte del campo, para no estar yendo y viniendo todo el tiempo. Haciéndome la boluda desinteresada le pedí que me ensillara un caballo, que quería andar por ahí, y al rato me fuí rumbeando para allá, buscando la casucha. La encontré bastante fácil. Era realmente una casilla que se había levantado con cuatro o cinco chapas y un techo, nada más, a la sombra de un puñado de árboles. Como a un kilómetro del casco de la estancia estaba. Vi que había un caballo atado a un poste, así que imaginé que estaba. Le golpee la puerta y cuando me vio se sorprendió. Me reconoció enseguida, por supuesto, pese a lo que yo había crecido (en todo sentido), pero se entró a reír. Ya se veía venir a que había ido.

Lo que cogí con ese gordo repugnante en su casucha ese par de semanas que estuvimos en el campo no tiene nombre. Solo tenía una mesita, un catre desvencijado y tres o cuatro cosas más, pero a mi no me importaba. No iba ahí de decoradora de interiores, iba a que me diera pija y leche. Para no hacerlo muy evidente, iba día por medio. Como yo ya estaba un poco más grande mucha bola no me daban y ya no me estaban tanto encima, lo que me venía muy bien. Dia por medio iba a la tarde a la casucha del negro, me daba lo que yo quería y me volvía contenta a la tardecita, con el sol cayendo despacito y sintiendo mis dulces agujeritos de mujer todavia bien abiertos, el andar cansino del caballo sacándome y haciéndome chorrear la leche del gordo. Y con un placer en el cuerpo y en el alma que no me lo daba ninguna otra cosa.

Por supuesto que cuando volvimos para casa yo había quedado embarazada de nuevo. Esta vez sí sabía de quién era. Pero me lo solucioné yo sola, sin hacer ningún escándalo y logré que nadie se diera cuenta de nada. Mi mamá, por supuesto, de lo único que se daba cuenta era de cuando llegaba al final de la botella, pero mi papá que era bastante más avispado en general tampoco lo hizo.

No volví más al campo. Con los años mi papá se lo vendió a otra gente y no volví a ir. También con los años me terminé casando, a los 25. Mi papá me insistía que quería que me casara con algún tipo bien, de guita, con una posición. Yo no quería, pero tanto me rompió que yo no quería ningún tipo de conflicto, o enojarlo lo suficiente como para que me desheredara o algo así. Así que una noche conocí a un tipo en un boliche. Era más viejo que yo, tenía casi 40. Un pelado boludazo que se la daba de simpático y gran galán. Pobrecito, es más boludo… pero tenía guita, que era lo que le importaba a mi papá. Se conocieron y se llevaron bien. Yo me hacía la enamorada y él feliz con su nuevo yerno que era gente buena. Gente de bien. Con el tiempo me fui dando cuenta que el casamiento me convenía a mi también, así que lo hicimos.

De pronto era la flamante joven esposa de éste pelado pelotudo y nos fuimos a vivir a una linda casa por Pilar. Pero ese no fue el final de mis andanzas. Todo lo contrario, recién empezaban. Tengo ganas de escribir sobre algunas de ellas, ya lo haré. Por ahora realmente no tengo más ganas.

Mi terapeuta piensa que todo lo que me pasó en el campo fue el trauma que desencadenó mis gustos particulares y mi “perversión”, pero como dije yo no lo veo así. Yo nada más encontré lo que me gusta en serio. Algunas mujeres son felices comprando carteras caras, la mejor ropa… O viajar por el mundo, o tener una linda casa. Y a mi también me gusta todo eso, para qué negarlo. Está bueno, lo disfruto. Son muy lindas cosas. Pero feliz? Lo que me hace feliz en serio?

A mi dejame de rodillas, bien escondidita detrás de un tacho de basura a la noche, chupándome una buena verga de cartonero, gruesa, marrón y sucia, y sintiendo como me hace tragar toda su leche. Eso sí que es felicidad.



rubia

2 comentarios - Perversa - Parte 1

Conejodelasuerte
me calente con esto, jaja, estoy mal? que mina de los mas interesante, soy de sgo, si quieres sexo sucio, soy tu hombre