Capítulo 2: El calor de la playa y las miradas furtivas
El sol pegaba fuerte a la mañana siguiente, y la casa ya olía a café y medialunas cuando Lucas y Yus bajaron al comedor. Los padres estaban organizando el día: playa, almuerzo en un parador y quizás una caminata por el centro más tarde. Los chicos, todavía medio dormidos, asintieron sin mucho entusiasmo, pero la idea de pasar el día en la arena los animó un poco más.
—Che, dormiste bien o te aplasté? —preguntó Lucas mientras untaba una medialuna con manteca, lanzándole una mirada burlona a Yus.
Ella, que estaba sirviéndose jugo, le devolvió una sonrisa sarcástica.
—Sobreviví, pero roncás como tractor. ¿Siempre fuiste así o es nuevo?
—Mentira, no ronco —se defendió él, aunque una risita lo delató.
—Claro, y yo soy Miss Argentina —replicó Yus, guiñándole un ojo antes de sentarse.
El intercambio era típico de ellos, ligero y juguetón, pero había algo en el aire esa mañana. Quizás fue la forma en que los ojos cafés de Yus se detuvieron un segundo en el pecho marcado de Lucas bajo la remera, o cómo él notó el brillo del sudor en su clavícula cuando ella se estiró para alcanzar el azúcar. Era sutil, pero estaba ahí.
En la playa, las cosas se calentaron más, literal y figurativamente. Las familias armaron su campamento con sombrilla y reposeras cerca del agua. Lucas se sacó la remera con un movimiento rápido, dejando a la vista su torso trabajado: abdominales definidos, hombros anchos y una línea de vello oscuro que bajaba desde el ombligo. Yus, que estaba extendiendo su pareo en la arena, levantó la vista justo en ese momento y se quedó quieta un instante, mordiéndose el labio sin darse cuenta.
—¿Qué mirás? —preguntó él, atrapándola en el acto.
Ella se recuperó rápido, poniéndose los anteojos de sol para disimular.
—Nada, solo chequeaba si el gimnasio valió la pena o fue plata tirada.
Lucas se rió y se acercó a ella, agachándose para hablarle al oído.
—Vos decime, ¿vale la pena o no?
El aliento cálido de él contra su piel hizo que Yus sintiera un cosquilleo en la nuca, pero se recompuso y le dio un empujón suave.
—Boludo, andá a meterte al agua antes de que te infles más el ego.
Él obedeció, corriendo hacia el mar con una energía infantil que contrastaba con su cuerpo de hombre. Yus se quedó mirando cómo las olas le golpeaban las piernas, cómo los músculos de su espalda se flexionaban al bracear. Sacudió la cabeza, como queriendo borrar esos pensamientos, y se quitó la camiseta que llevaba sobre la bikini. Su cuerpo era un espectáculo: piel bronceada, pechos llenos que apenas contenía la parte de arriba, y una cola que parecía esculpida cuando se agachó a buscar el protector solar.
—¿Me ayudás con la espalda? —le gritó a Lucas desde la orilla, agitando el tubo de crema.
Él salió del agua, chorreando, con el pelo negro pegado a la frente.
—Solo si decís "por favor" primero.
—Ni loca —respondió ella, pero le tendió el tubo igual, girándose para darle la espalda.
Lucas se acercó y exprimió un poco de crema en sus manos. Cuando sus dedos tocaron la piel de Yus, ambos sintieron una corriente que no esperaban. Él empezó a esparcir el protector por sus hombros, bajando lentamente por la columna, deteniéndose justo antes de la línea de la bikini. Sus manos eran firmes pero cuidadosas, y ella cerró los ojos un segundo, dejando que el calor del sol y el roce la envolvieran.
—Listo —dijo él, con la voz un poco más ronca de lo habitual, dando un paso atrás.
Yus se giró, ajustándose el pelo con una sonrisa que intentaba ser casual.
—Gracias, grandote. No está mal tener un asistente personal.
Pasaron el resto del día entre chapuzones, partidos de paletas y charlas con los padres, pero las miradas entre ellos se volvieron más frecuentes, más largas. En un momento, mientras estaban sentados en la arena compartiendo una lata de gaseosa helada, sus rodillas se rozaron por accidente. Ninguno se apartó de inmediato.
Esa noche, de vuelta en la casa, la rutina de dormir juntos se repitió, pero con menos distancia emocional. Yus se puso los mismos shorts cortitos y una remera que dejaba entrever el contorno de su cuerpo. Lucas, en su pantalón de algodón, se tiró a la cama con un suspiro.
—Qué calor hace hoy, ¿no? —dijo ella, abanicándose con la mano mientras se acostaba a su lado.
—Ni me hables. Creo que me quemé un poco la espalda —respondió él, girándose para mostrarle la piel enrojecida.
Yus se acercó sin pensarlo, apoyando una mano en su hombro para inspeccionar.
—Pobre, te dije que usaras más protector. Mirá cómo estás.
El contacto fue eléctrico. Sus dedos se deslizaron un poco más abajo de lo necesario, trazando la línea de sus músculos. Lucas giró la cabeza para mirarla, y por un segundo sus rostros quedaron demasiado cerca. Los ojos cafés de ella brillaron bajo la luz tenue, y él sintió el impulso de inclinarse, pero se contuvo.
—Sos una genia cuidándome, eh —dijo, rompiendo el momento con una risita nerviosa.
Ella retiró la mano y se acostó de lado, dándole la espalda otra vez.
—Alguien tiene que hacerlo, si no te morís quemado.
El silencio volvió, pero esta vez estaba cargado. Lucas podía sentir el calor del cuerpo de Yus a su lado, el leve movimiento de su respiración. Ella, mientras tanto, apretaba la almohada contra su pecho, tratando de ignorar el cosquilleo que le había dejado tocarlo. Ninguno durmió fácil esa noche, atrapados en un juego de cercanía que empezaba a escapárseles de las manos.
El sol pegaba fuerte a la mañana siguiente, y la casa ya olía a café y medialunas cuando Lucas y Yus bajaron al comedor. Los padres estaban organizando el día: playa, almuerzo en un parador y quizás una caminata por el centro más tarde. Los chicos, todavía medio dormidos, asintieron sin mucho entusiasmo, pero la idea de pasar el día en la arena los animó un poco más.
—Che, dormiste bien o te aplasté? —preguntó Lucas mientras untaba una medialuna con manteca, lanzándole una mirada burlona a Yus.
Ella, que estaba sirviéndose jugo, le devolvió una sonrisa sarcástica.
—Sobreviví, pero roncás como tractor. ¿Siempre fuiste así o es nuevo?
—Mentira, no ronco —se defendió él, aunque una risita lo delató.
—Claro, y yo soy Miss Argentina —replicó Yus, guiñándole un ojo antes de sentarse.
El intercambio era típico de ellos, ligero y juguetón, pero había algo en el aire esa mañana. Quizás fue la forma en que los ojos cafés de Yus se detuvieron un segundo en el pecho marcado de Lucas bajo la remera, o cómo él notó el brillo del sudor en su clavícula cuando ella se estiró para alcanzar el azúcar. Era sutil, pero estaba ahí.
En la playa, las cosas se calentaron más, literal y figurativamente. Las familias armaron su campamento con sombrilla y reposeras cerca del agua. Lucas se sacó la remera con un movimiento rápido, dejando a la vista su torso trabajado: abdominales definidos, hombros anchos y una línea de vello oscuro que bajaba desde el ombligo. Yus, que estaba extendiendo su pareo en la arena, levantó la vista justo en ese momento y se quedó quieta un instante, mordiéndose el labio sin darse cuenta.
—¿Qué mirás? —preguntó él, atrapándola en el acto.
Ella se recuperó rápido, poniéndose los anteojos de sol para disimular.
—Nada, solo chequeaba si el gimnasio valió la pena o fue plata tirada.
Lucas se rió y se acercó a ella, agachándose para hablarle al oído.
—Vos decime, ¿vale la pena o no?
El aliento cálido de él contra su piel hizo que Yus sintiera un cosquilleo en la nuca, pero se recompuso y le dio un empujón suave.
—Boludo, andá a meterte al agua antes de que te infles más el ego.
Él obedeció, corriendo hacia el mar con una energía infantil que contrastaba con su cuerpo de hombre. Yus se quedó mirando cómo las olas le golpeaban las piernas, cómo los músculos de su espalda se flexionaban al bracear. Sacudió la cabeza, como queriendo borrar esos pensamientos, y se quitó la camiseta que llevaba sobre la bikini. Su cuerpo era un espectáculo: piel bronceada, pechos llenos que apenas contenía la parte de arriba, y una cola que parecía esculpida cuando se agachó a buscar el protector solar.
—¿Me ayudás con la espalda? —le gritó a Lucas desde la orilla, agitando el tubo de crema.
Él salió del agua, chorreando, con el pelo negro pegado a la frente.
—Solo si decís "por favor" primero.
—Ni loca —respondió ella, pero le tendió el tubo igual, girándose para darle la espalda.
Lucas se acercó y exprimió un poco de crema en sus manos. Cuando sus dedos tocaron la piel de Yus, ambos sintieron una corriente que no esperaban. Él empezó a esparcir el protector por sus hombros, bajando lentamente por la columna, deteniéndose justo antes de la línea de la bikini. Sus manos eran firmes pero cuidadosas, y ella cerró los ojos un segundo, dejando que el calor del sol y el roce la envolvieran.
—Listo —dijo él, con la voz un poco más ronca de lo habitual, dando un paso atrás.
Yus se giró, ajustándose el pelo con una sonrisa que intentaba ser casual.
—Gracias, grandote. No está mal tener un asistente personal.
Pasaron el resto del día entre chapuzones, partidos de paletas y charlas con los padres, pero las miradas entre ellos se volvieron más frecuentes, más largas. En un momento, mientras estaban sentados en la arena compartiendo una lata de gaseosa helada, sus rodillas se rozaron por accidente. Ninguno se apartó de inmediato.
Esa noche, de vuelta en la casa, la rutina de dormir juntos se repitió, pero con menos distancia emocional. Yus se puso los mismos shorts cortitos y una remera que dejaba entrever el contorno de su cuerpo. Lucas, en su pantalón de algodón, se tiró a la cama con un suspiro.
—Qué calor hace hoy, ¿no? —dijo ella, abanicándose con la mano mientras se acostaba a su lado.
—Ni me hables. Creo que me quemé un poco la espalda —respondió él, girándose para mostrarle la piel enrojecida.
Yus se acercó sin pensarlo, apoyando una mano en su hombro para inspeccionar.
—Pobre, te dije que usaras más protector. Mirá cómo estás.
El contacto fue eléctrico. Sus dedos se deslizaron un poco más abajo de lo necesario, trazando la línea de sus músculos. Lucas giró la cabeza para mirarla, y por un segundo sus rostros quedaron demasiado cerca. Los ojos cafés de ella brillaron bajo la luz tenue, y él sintió el impulso de inclinarse, pero se contuvo.
—Sos una genia cuidándome, eh —dijo, rompiendo el momento con una risita nerviosa.
Ella retiró la mano y se acostó de lado, dándole la espalda otra vez.
—Alguien tiene que hacerlo, si no te morís quemado.
El silencio volvió, pero esta vez estaba cargado. Lucas podía sentir el calor del cuerpo de Yus a su lado, el leve movimiento de su respiración. Ella, mientras tanto, apretaba la almohada contra su pecho, tratando de ignorar el cosquilleo que le había dejado tocarlo. Ninguno durmió fácil esa noche, atrapados en un juego de cercanía que empezaba a escapárseles de las manos.
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